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La impunidad a la hora de difundir noticias falsas

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Son días revueltos.  La emergencia climática global, con sus propios efectos a escala local, está profundizando una generalizada sensación de inquietud que emerge en distintos espacios.

El más obvio: la pequeñez ante las fuerzas de la naturaleza.  Ya sea porque la hiperconectividad nos permite ver con lujo de detalles y al instante los efectos del desastre del huracán Dorian en las costas americanas del Atlántico norte como porque realmente la crisis climática y la escasez hídrica, de energía o aire puro tocó ya a nuestra puerta.

Pero lo que podría quedar solo en el ámbito físico, tiene su correlato en el social y, también, sicológico. Normal, por cierto. La realidad está compuesta por cuerpo, mente y alma. La incertidumbre está pasando a ser el estado común, el cotidiano, donde la violencia, el odio al diferente y foráneo, la desconfianza, el sálvese quien pueda, se apropian del debate colectivo.  Una sensación muy bien instrumentalizada por algunos de quienes compiten por el poder.

Ya lo dijo Naomi Klein en “Capitalismo vs. Clima: Esto lo cambia todo”: las democracias solo pueden prosperar en estados de abundancia general.   Y si hay algo que está quedando claro hoy es que la sensación de profusión global pasará a ser un estado de excepción (de agua, aire, naturaleza en estado natural) y donde exista será germen para un cada vez más recurrente sentimiento de desigualdad e inequidad.  Uno que existe desde el principio de los tiempos, pero que se profundizará cada día más.

Es en este estado de cosas que, peor aún, la confianza es un valor a la baja.  No solo de las instituciones tradicionales que vienen cayendo en picada desde hace ya bastante tiempo: el Congreso, las Fuerzas Armadas, los Tribunales, las Iglesias y, en el último tiempo, la propia prensa no son necesariamente santos de la devoción de las mayorías.

El problema hoy es que a la carga ideológica de los medios que la ciudadanía ya ve con ojos críticos, se precisa agregar una desconfianza más pedestre.  Una que gracias a la tecnología (o por su culpa, más bien) hace mucho más difícil dilucidar lo cierto de lo falso.

Lo que pareciera ser técnica de ciencia ficción ya está disponible.  Es la capacidad de editar un video para que una persona aparezca expresando, con sus propios labios, lo que nunca manifestó.  En la serie de ficción social (sustentada en una Gran Bretaña de la década del 2020) Years and Years, es recurrida como arma de acción política para dejar fuera de competencia a adversarios, imputándoles frases o hechos cuestionables.  En tales casos, siempre había un líder que validaba tales infundios, dándoles piso para competir con la verdad.  La verdad de los hechos.

Hoy en Chile ya es común esta práctica.  Hace pocos días el ex ministro de Augusto Pinochet Sergio Melnick respondió a un supuesto mensaje de una cuenta parodia, donde imputaban a Juan Cristóbal Guarello imposibles declaraciones. Y aunque muchos usuarios le enrostraron al representante de la derecha su falta de rigurosidad e incluso habilidades en el uso de la informática, al no ser la primera vez puede ser parte de una práctica intencionada.  Mal que mal, los más de 600 retuiteos creyendo, queriendo creer o, lisa y llanamente, haciéndose parte de la operación, un efecto producen en la ciudadanía.

A estas alturas es responsable de los efectos de una noticia tanto quien la idea y difunde en primer lugar como quien permite que se siga propagando

O la imagen de estos días con carpas de migrantes en la Alameda denunciando que el país se está llenando de extranjeros por las políticas puertas abiertas de Michelle Bachelet.  La foto tenía un solo problema.   Era de 2017 y no era la Alameda, sino una concurrida calle de París.

Y ahí están el supuesto Audi de Camila Vallejoo la acusación de que apoya a la pederastiaY hace un tiempo, la difusión de una imagen de una concurrida concentración de Sebastián Piñera con asistentes agregados digitalmente, de lo cual daba cuenta la repetición de los rostros.  Quien la difundió acusó a la campaña del hoy Presidente de usar malas artes en su candidatura, en circunstancias que la foto original sí mostraba un auditorio repleto, al que se le borraron participantes y se le agregaron falsos para acusar manipulación.  Un artilugio comunicacional digno de Goebbels de la Alemania nazi.

A esto debemos sumar que luego de viralizar una noticia falsa los desmentidos nunca son difundidos con la suficiente fuerza para tener la cobertura del infundio original.  Incluso quienes reciben la posterior aclaración siguen creyendo en la información original o creen que el nuevo antecedente es parte de una conspiración de algún tipo.

Es por ello que hoy no basta con no inventar falsedades.  Como lo ha sido desde siempre, hay que evitar difundir informaciones de las cuales no tengamos claridad sobre su veracidad, recurriendo a fuentes confiables.  Porque a estas alturas es responsable de los efectos de una noticia tanto quien la idea y difunde en primer lugar como quien permite que se siga propagando.  Es este un llamado a la ciudadanía responsable.

Y también un mensaje para los periodistas, preocupados por su empleo en tiempos de la automatización y la inteligencia artificial.

Hace pocas semanas Goeff Colvin dijo que “toda persona puede poseer activos valiosos que la automatización no tiene (…) La humanidad profunda, la creatividad, la imaginación y la empatía, son algunos de éstos, que pueden hacer que las personas sean mejor que los computadores”.  Y ese es el principal capital del periodista.  Su ética y credibilidad.  Uno que quizás no sea tan rentable para hacerse rico (y no sé si ese sea el objetivo), pero que por lo meno será útil para seguir siendo un aporte a la sociedad.

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