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Venezuela: Los datos ocultos bajo la histeria

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Algo, sin duda, de muy especial tiene Venezuela para haber propiciado el hecho inédito (si se dejan de lado experiencias como las de Getúlio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina y, más tarde, Juan Velasco Alvarado en Perú y Juan José Torres en Bolivia) de que un Ejército formado en la Doctrina de la Seguridad Social se convirtiera en agente activo del cambio social. Y con ello, propusiera alteraciones sustanciales en la geopolítica de la región.

Leer “Chavismo sin Chávez: La lucha por el poder en tiempos de la transición”, libro escrito por el analista político venezolano, Modesto Emilio Guerrero, es una experiencia que permite apartarse por un rato del ensordecedor bullicio de la coyuntura para centrarse en los datos que explican la irrupción y la permanencia del chavismo en el país caribeño.

Recién publicado por Ediciones B en Buenos Aires, en abril de 2013, permite una aproximación diferente a la que habitualmente nos entregan los medios sobre un fenómeno político que tiene mil aristas que se engarzan con la historia reciente y pasada de Venezuela. Y que son inexplicables si uno no es capaz de situarse en el contexto que dio paso a este movimiento político cuya existencia misma descansa sobre el “hiperliderazgo” de Hugo Chávez, siguiendo la definición del analista español Juan Carlos Monedero.

El texto, elaborado por un conocedor a fondo del personaje central de esta saga (Guerrero es autor de “¿Quién inventó a Chávez?”, una de sus biografías clave), no se agota en el tramo final de su vida, que va desde cuando en junio de 2011 admite que tiene un cáncer hasta el 5 de marzo de 2013, cuando se anuncia su muerte, sino que explora en el entramado de las condiciones que hicieron posible su surgimiento como líder. Lo que abarca desde el fallido intento de golpe contra Carlos Andrés Pérez, en abril de 1992, como el juramento ante el Samán de Guere, diez años antes, donde, junto a otros tres oficiales, fundó el Movimiento Boliviariano Revolucionario (MBR-200), así como otros episodios estelares que jalonaron su vida.

Internarse en las páginas de este documentado y provocativo trabajo permitirá saber, por ejemplo, al lector común que partidos tradicionales de la izquierda venezolana como el Partido Comunista (PCV) y el Movimiento al Socialismo apoyaron en su momento, a través de la llamada Convergencia, al socialcristiano Rafael Caldera, justo en momentos en que el sistema tradicional bipartidista –basado en el Pacto de Punto Fijo (1958)- comenzaba a hacer agua, antes del colapso que para el mismo supuso la asunción de Chávez como Presidente, en 1999.

Y advertir, por otra parte, cómo la izquierda, no sin fracturas ni desgarros, es capaz de recuperar su identidad y su voluntad transformadora con la aparición de un caudillo que pone en el primer plano como factor de poder a un difuso pero efectivo “partido militar”. La herramienta de base con la cual Hugo Chávez comienza a construir su proyecto bolivariano, que nace a contramano de las tendencias predominantes en el mundo entero, donde se vive el auge de la economía neoliberal y el consenso de Washington, tras la caída del muro de Berlín, en 1989.

Las raíces de la excepcionalidad
Algo, sin duda, de muy especial tiene Venezuela para haber propiciado el hecho inédito (si se dejan de lado experiencias como las de Getúlio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina y, más tarde, Juan Velasco Alvarado en Perú y Juan José Torres en Bolivia) de que un Ejército formado en la Doctrina de la Seguridad Social se convirtiera en agente activo del cambio social. Y con ello, propusiera alteraciones sustanciales en la geopolítica de la región.

Las raíces de esta excepcionalidad se hunden, a juicio de Guerrero, en la campaña contrainsurgente de los gobiernos adecos y copeyanos, en los tempranos años 60. Chávez declaró más de una vez haber sido conmovido, como soldado novato, por la lucha librada en contra de los guerrilleros que actuaban animados por el deseo de repetir, en suelo venezolano, la exitosa experiencia de la Revolución Cubana.

Y no es causal que otros militares, como William Izarra, quien también formó un círculo clandestino dentro de las FF.AA. para promover ideas transformadoras, hayan pasado por la misma experiencia marcante, que en el caso de Izarra incluyó asistir a la tortura de un cubano, capturado, junto a un grupo de rebeldes, luego de un desembarco en las costas de ese país.

Como sea, son relevantes los aportes de fuentes calificadas como Douglas Bravo, responsable del trabajo dirigido por el PCV hacia el interior de los cuarteles, entre 1957 y 1961, junto a Teodoro Petkoff (quien es ahora, mutatis mutandi, un destacado representante de la oposición antichavista), el cual pone de relieve cómo la ilusión foquista no les impidió contactar a jóvenes oficiales que quedaron “sembrados” en los corporaciones armadas, a la espera de su momento.

Del mismo modo, tampoco se puede obviar el hecho de que en los primeros tiempos de su arribo al gobierno, el propio Chávez, con un proyecto político en pañales, cayera bajo el influjo de dudosos aventureros, como el argentino Norberto Ceresole, quien vivió su hora de gloria en Caracas, antes de que se lo desenmascarara como un nacionalista con “z”, que había sido asesor ideológico de los “carapintadas”, en su tierra natal, en  tiempos de Alfonsín y Menem.

Mucho ruido y pocas nueces
Dicho esto, cabría agregar que una contribución no menor de Guerrero al debate sobre el chavismo es la de resituar, en un justo plano, ciertos datos económicos que seguramente no son muy conocidos y que han quedado ocultos bajo el manto de denuestos con los que se suelen descalificar mutuamente gobierno y oposición.

En ese sentido, cita un trabajo de Manuel Sutherland, de 2011, sobre la repartición del ingreso en Venezuela que destruye mitos muy extendidos. En efecto, este investigador demuestra, basado en constancia empírica, que en 1999 el empresariado captó utilidades en el orden del 49% del ingreso total del país. Y que once años más tarde, con un proceso de encendido radicalismo retórico de por medio, el conjunto de la burguesía venezolana logró aumentar su parte en las utilidades hasta llegar a un 63 por ciento.

Por su parte, el economista Víctor Alvarez, ex alto funcionario del gobierno chavista, da a conocer otras cifras, que están en línea con las que ofrece Sutherland. En su libro, “¿Hacia dónde va el modelo productivo?”, Alvarez indica, apoyado en información del Banco Central, que los asalariados se llevaron, en 1997, el 36,6% de la “torta” de los ingresos, mientras que los empresarios tenían un “excedente neto de explotación” de 43,3 por ciento.

Diez años después, en 2008, el sector empresarial había mejorado su tajada en un 5,5% (sumando el 48,8% de los ingresos), mientras que la fuerza laboral activa -14 millones de personas, entre trabajadores formales e informales- se quedaba con sólo el 32,6 por ciento.

Y todo esto en un escenario en el que el grado de representación política de los sectores patronales sí había sufrido una considerable merma, por lo menos en lo que se refiere a su participación en el gobierno, si se considera que entre 1999 y 2002 (es decir, hasta el intento de golpe contra Chávez encabezado por Pedro Carmona, presidente de Fedecámaras) al menos tres ministros –entre ellos, el de Interior, Luis Miquelena- mantenían fluidos contactos con hombres de negocios de mediano y alto nivel.

De allí entonces, concluye Guerrero, que se genere la extraña paradoja de que el proceso bolivariano produjera “un gobierno sin capitalistas, bajo el dominio de un Estado capitalista”. “Esa sensitiva contradicción es la que –en  su opinión- mantiene en vilo a la sociedad venezolana. Al mismo tiempo que mantiene en tensión la relación de Venezuela con el sistema regional de Estados y el mercado mundial”.

Esta situación “sui generis” de indefinición es la que caracteriza con más fuerza el actual momento por el que atraviesa el chavismo sin Chávez, donde, una vez desaparecido el líder carismático, aún resta por verse si sus sucesores tendrán la capacidad que tuvo él para surfear sobre aguas turbulentas y reducir la pobreza sin tener que recurrir a prácticas expropiatorias.
De la respuesta a este interrogante depende, por cierto, buena parte del futuro de Venezuela.

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