Ésta mayor complejidad en las relaciones exteriores, obligará a contar con nuevos instrumentos que permitan articular adecuadamente un conjunto mayor de variables, muchas de ellas inmateriales o abstractas y a superar, progresiva pero aceleradamente, estrecheces conceptuales e institucionales de larga data en nuestra diplomacia.
A partir de marzo próximo, el nuevo gobierno deberá enfrentar importantes desafíos en materia de política exterior. Entre estos, los más relevantes estarán vinculados a la reconstrucción y rearticulación de la deteriorada red externa de relaciones políticas, formales e informales, del país con la región.
El actual sustento de nuestras relaciones internacionales, basado en el mantenimiento de las condiciones necesarias para un óptimo intercambio comercial e inversiones, más la estrategia de fundar las vinculaciones políticas sobre la base del famélico concepto ¡Viva la Diferencia!, lejos de contribuir a garantizar un mínimo soporte a relaciones internacionales complejas, ha conducido hacia un progresivo alejamiento y pérdida de influencia de nuestra diplomacia.
La historia de los estados nacionales y de sus relaciones exteriores, devela que no es ni lúcido, ni hábil, cimentar el resguardo y proyección del conjunto de los legítimos intereses nacionales en el ámbito internacional, sobre la base de una política unidimensional, que sólo busca consolidar objetivos de protección y profundización de influencias meramente comerciales, económicas o financieras.
Tal política exterior unidimensional, carece de los elementos y perspectivas mínimas para conjugar adecuadamente los diversos factores que intervienen en las relaciones internacionales. Frecuentemente, los intereses de los actores internacionales no se limitan a aspectos meramente materiales o comerciales. Por el contrario, habitualmente, son los denominados componentes inmateriales o subjetivos los que terminan primando en las decisiones de dichos actores, especialmente, cuándo se trata de temáticas complejas o con impacto relevante para los estados.
Ésta mayor complejidad en las relaciones exteriores, obligará a contar con nuevos instrumentos que permitan articular adecuadamente un conjunto mayor de variables, muchas de ellas inmateriales o abstractas y a superar, progresiva pero aceleradamente, estrecheces conceptuales e institucionales de larga data en nuestra diplomacia. Ya no será posible seguir validando las rigideces jerárquicas estructurales, que han impedido controvertir críticamente, por ejemplo, la instalación sin contrapeso de una política exterior unidimensional, maquillada políticamente con un slogan.
Uno de los componentes que debería desempeñar un rol más activo, en este nuevo escenario de mayor complejidad y densidad en las relaciones exteriores con la región, es el de la cooperación (ya sea técnica, financiera y/o en formación de recursos humanos).
Si bien, durante los últimos años, la cooperación ha visto su capacidad de influencia y de generación de vínculos externos jibarizada brutalmente, como resultado de priorizaciones coyunturales carentes de una adecuada articulación con los objetivos de la política exterior, su encargo solidario y colaborativo difícilmente puede ser parangonado en términos de generación de vínculos estrechos de confianza. De algún modo, la cooperación posee un actuar en política exterior más transparente e integrador, en que los actores tienen claro que se buscan tanto objetivos de una verdadera solidaridad internacional, como contribuir a los propios y legítimos intereses nacionales.
Una adecuada articulación, entre cooperación y política exterior, potencia las condiciones de desarrollo de ésta última; así como, sus probabilidades de éxito en beneficio nacional. Así, lo han comprendido desde hace ya mucho los países más desarrollados, que invierten importantes recursos humanos y financieros en cooperación internacional.
Desde tal perspectiva, el abandono en que se han dejado las relaciones de cooperación con la región y, particularmente, con Brasil, Ecuador y los países limítrofes, resulta lesivo para los intereses del país. Hoy por hoy, difícilmente una autoridad gubernamental está en condiciones de garantizar la amigable colaboración de su contraparte externa frente a un problema de interés nacional y, aún menos, de prever con cierta mínima certeza su eventual comportamiento futuro, frente a temas de nuestro interés. Ni el distante y simple slogan del respeto por las diferencias, ni el interesado relacionamiento por objetivos meramente económicos o comerciales, son capaces de construir y sustentar reciprocidades de tal naturaleza; es decir, de simple y sincera confianza mutua.
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Foto: Cancillería Ecuador / Licencia CC
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