Desde este punto de vista la políticas de género y de integración de las mujeres aun están en deuda, si bien ha existido una gestión para realizar cambios a nivel institucional, esto no es suficiente si las políticas públicas no logran llegar a toda la población por igual, mucho menos si los sectores más vulnerables no se sienten, ni están representados.
Hoy luego de tanto nombramiento y la seguramente cansadora búsqueda de la paridad en los cargos designados por la Presidenta, surge la interrogante, ¿será suficiente con que el equipo de la Presidenta esté conformado en 50% por mujeres? Da la impresión que para el gobierno y su entorno, estas designaciones son un gran paso pues se está retomado el rumbo perdido hace cuatro años, pero hay que recordar que en el anterior gobierno de Bachelet la paridad en los cargos fue una de las premisas impuesta por la presidenta.
Pero el simple acto de poner mujeres en algunos ministerios y servicios fue el primer paso para abrirse a las políticas de género más profundas en las instituciones públicas, en aquel periodo hubo toda una estructura de trabajo intersectorial desde los ministerios, los cuales debían bajar hacia los distintos estamentos tratando de inyectar en el ADN del aparato estatal una visión de género en las nuevas políticas públicas y servicios regionales a través de todo el país.
Conocer estas políticas de integración, por medio del trabajo realizado desde el área de la salud, me permitió estar en contacto con las personas y sus familias y presenciar como ellas percibieron esta nueva forma de intervención desde una marginación social que hasta el día de hoy les ha impedido hacerse parte del sistema. Constatar in situ como la mujer es parte fundamental en el desarrollo de la familia, en el de sus hijos y por ende en el crecimiento de la sociedad, pero a la vez, comprobar lo poco consciente que son ellas mismas de su rol a nivel familiar y social, pues se mueven más bien por inercia, por instinto y por la necesidad de mantener a cualquier costo a su familia, en definitiva las mueve la supervivencia.
Esto no es una realidad aislada o marginal, si realizáramos una caracterización de la mujer promedio de una región rural, como por ejemplo el Maule, podemos encontrar en ellas características similares: baja escolaridad, mayor número de hijos, relaciones inestables, precariedad habitacional, escasa participación social y por supuesto malas condiciones laborales. Es decir, mujeres sub empleadas desarrollando faenas agrícolas y de temporada o emprendimientos de subsistencia, lo que tiene como resultado bajos ingresos, ubicándolas en los quintiles más bajos (I y II) y a pesar de que para muchas entidades esta situación es extrema, por lo que les corresponde que sean parte de la población más vulnerable y por lo tanto, objetivo de la mayoría de las ayudas sociales y foco de las políticas públicas, estas mujeres no calzan en ningún programa, por lo que no son integradas.
Así como nos encontramos con mujeres con características socioeconómicas que nos develan una falta de pertinencia y/o cobertura de las políticas de integración, por lo cual hacemos la siguiente aseveración: cuando se habla de políticas de paridad, sólo estamos refiriéndonos a la integración de mujeres a puestos políticos, es decir, repartir el poder, sin que vaya de la mano con la incorporación de la visión de género en sus funciones, sino más bien se busca que las mujeres nos sintamos representadas en altos cargos públicos y de confianza, sin que esta acción englobe a la población femenina, sólo a un grupo privilegiado ligado al mundo intelectual y de una nueva política emergente. ¿Es esto realmente integración?
Qué ocurre con las otras mujeres, aquéllas que copan los primeros quintiles según nuestro modelo, el mismo que las excluye y las deja relegadas del mercado, como parte de la mano de obra no calificada de los subsectores económicos.
Desde este punto de vista la políticas de género y de integración de las mujeres aun están en deuda, si bien ha existido una gestión para realizar cambios a nivel institucional, esto no es suficiente si las políticas públicas no logran llegar a toda la población por igual, mucho menos si los sectores más vulnerables no se sienten, ni están representados.
Es tarea de nuestra sociedad sumarse a todas aquellas campañas que van orientadas a la integración de las mujeres, pero no sólo pensando en que adquieran más cargos públicos o mejores puestos y remuneraciones en las empresas o mayores cuotas de poder, sino para tener políticas públicas efectivas e instituciones comprometidas en torno a la integración de todos los sectores de nuestra sociedad.
Mucho se ha repetido que Chile cambió, que nuestra sociedad cambió y si creemos que esto es verdad es momento que las políticas de género también se modifiquen, maduren y alcancen finalmente a todos y todas los chilenos.
Comentarios
21 de marzo
Y no solo es una cuestión de genero creo que también hay que considerar en este nuevo trato a las minorías étnicas, sexuales, discapacitados y niños.
basta de fomentar la discriminación desde el estado. hay que buscar la Igualdad sin apellido.
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