Notable la relevancia que tuvo la educación en el discurso presidencial. Me sorprendió. Haciendo una buena lectura acerca de los logros en materia de cobertura educacional desde 1990, Sebastián Piñera plantea cimentar un camino marcado por la excelencia en la enseñanza y el aprendizaje.
Una buena medida fue la de querer duplicar la subvención escolar (fuertemente de continuidad). Correcta también la idea de complementar el SIMCE con pruebas de inglés, deporte y tecnología. Creo también positiva la prueba INICIA a los profesores como obligatoria, no para determinar decisiones sobre sus trabajos, sino para evaluar y corregir su formación continua.
Considero excelentes las medidas de una mayor exigencia en su retorno a los estudiantes becados en el extranjero para que haya un mayor beneficio para Chile, y la entrega de financiamiento fiscal como contrapartida a la calidad de las escuelas de pedagogías en las universidades. A diferencia del resto del discurso, estas últimas medidas hablan de un Estado que cree en la corresponsabilidad y solidaridad de sus miembros.
Pero también el mensaje en materia educacional mostró puntos preocupantes, que justamente la prioridad que tuvo este tema en las palabras del Presidente elevan su relevancia. Bajo el brillo de la excelencia hubo anuncios que ocultan políticas de segmentación social, acerca de lo cual la oposición debe ser más firme en sacar a la palestra.
En Chile uno vive según lo que tiene. Esto lleva a que la gente con menos recursos viva en barrios más vulnerables, periféricos, y con peores servicios, así como los que tienen mayores recursos tienen más áreas verdes, se encuentran más cércanos a los distintos centros y tienen mejor acceso a los servicios. Al igual como funciona cualquier embudo, cuando no se respetan los derechos ciudadanos y priman los intereses particulares transados en el mercado, el dinero se transforma en el filtro para decidir quiénes acceden a una mejor calidad de vida y quiénes no. El orden ciudadano cedido al mercado en exceso, más que libertad, conlleva injusticia.
Imaginemos ahora que pasaría si se publicara un ranking de barrios según su calidad para vivir con el objeto que la gente escoja. Evidentemente en los mejores barrios viviría la gente con más dinero (salvo honrosas excepciones). Las listas de espera para vivir en estos barrios se acrecentarían y habría que seleccionar, ante lo cual la selección sería en primera instancia por la capacidad que la gente tenga de pagar los precios que subirían de esos suelos. Finalmente, esto nos lleva a acrecentar el problema que hoy tenemos: la segmentación social. Entender una promoción de los mejores barrios que no tenga como complemento medidas que incentiven una mayor igualdad e inclusión social, es promover lisa y llanamente… el clasismo.
En materia educacional el ejemplo no es muy distinto. El discurso presidencial anunció la idea de rankear a los colegios por su rendimiento y de potenciar 15 liceos de excelencia. Es cierto, la gente tendrá oportunidad de escoger y Chile tendrá alumnos de mejor calidad, lo que siempre es bueno, nadie podría estar en contra. Pero resulta que los establecimientos educacionales con mejor rendimiento, en general, se encuentran asociados al nivel socioeconómico de sus alumnos y esto es, en Chile, a su cuna. Por tanto, habrá un doble incentivo: los establecimientos querrán tener a los alumnos de nivel socioeconómico más alto posible; y la gente querrá acceder a los mismos. Potenciando con esto, que el orden de la educación lo determine el nivel de recursos, contactos, capital social y origen que se tiene.
¿Qué pasara con la gente que no puede acceder a estos establecimientos, y qué pasará los establecimientos que no podrán seleccionar (municipales)? Se crearán bolsones de pobreza, vulnerabilidad, riesgo social, mala calidad. Tal como sucede hoy con los barrios. Todo lo anterior, como está comprobado, potencia el conflicto social, la informalidad y acrecienta las tasas de delincuencia.
Lanzar medidas como el “ranking de establecimientos” son buenas medidas si van de la mano con medidas que fiscalicen la educación particular-subvencionada para que no prime el criterio de NSE, que fortalezcan la educación pública (aquella que no selecciona), y medidas que incentiven en todo nuestro sistema educacional lo clave: la integración social. Estas medidas fueron ciertamente ignoradas, lo que hace que los anuncios sean finalmente erróneos, no en sí mismos, sino en el contexto en que se desenvolverían.
Así como se pone el énfasis en la excelencia se debe poner en la igualdad. Promover la desintegración creciente de nuestras clases sociales solo promueve el clasismo y el idealizado ranking no permitirá que la gente escoja la mejor educación, sino todo lo contrario, que la mejor educación escoja a la gente (y lo hará por su capital social, no por sus méritos).
De esta manera, el ranking antes de facilitar una buena educación para las familias con menos oportunidades, los excluye de la misma, en otras palabras, es el Ranking del Clasismo. Nada extraño que haya sacado aplausos en el congreso.
(Esta es la cuarta de siete entradas a través de las cuales estoy analizando el discurso del 21 de mayo. Las tres anteriores son "El placebo y la reconstrucción", "La Doctrina Piñera" y "El cemento no basta".)
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