#Cultura

Desierto (o sobre un libro de Jara y un libro de Zúñiga)

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Camanchaca y Geología… son, para decirlo en breve, libros honestos y contundentes. Su rasgo distintivo no estriba tanto en qué asuntos desenvuelve la trama, como en la forma en que estos son tratados. Ambos son ejemplares de una narrativa que desafía lo que hasta hace poco era de una manera, mostrando cuán literariamente atractivo era plantearlo de otra.

De adolescentes aprendimos que no debíamos escribir sobre el desierto. En Chile, todo aspirante a escritor debe evitar componer textos con imágenes del desierto, de la pampa o de las minas del salitre. Más todavía si se trata de un joven mejillonino, iquiqueño, antofagastino, tocopillano o calameño, a poco andar cualquier aprendiz del oficio comprende muy bien que estas imágenes son recreadas hasta el hartazgo en ficción tras ficción; y que no hay concurso literario de provincias donde no se reciban a lo menos cien o doscientos manuscritos que utilizan el desierto como contexto o incluso como pretexto para hilvanar un drama, por lo general manido, de pirquineros, de ferrocarrileros o de burreros de clorhidrato de cocaína. Podrá haber variaciones, desde luego, pero el margen de maniobra disminuye tremendamente cuando se da a la tarea de escribir sobre el desierto.

Dos novelas de reciente circulación, una publicada originalmente por Calabaza del Diablo en 2009 y reeditada el año pasado por el sello Mondadori, la otra lanzada por Alfaguara, parecen romper con esta tendencia. No resulta trivial atender a la procedencia de sus autores, ambos nortinos, o a la factura de sus libros, novelas breves con una estructura narrativa más o menos definida, para ponderar la apuesta que envuelven las obras. Y es que Camanchaca, del escritor y bloguero Diego Zúñiga, y Geología de un planeta desierto, del escritor y periodista Patricio Jara, consolidan una renovación en la manera en que los textos de ficción recrean y construyen el paisaje nortino.

No es de extrañar la acogida que Camanchaca tuvo entre los lectores locales, particularmente entre el público joven. Corresponde a una obra inusualmente madura para su condición de opera prima, con una peculiar frescura que pese a todo se ha granjeado una docena de críticas las que, cual más cual menos, consagraron el nacimiento de una novel pluma en la escena local. Su argumento ha sido suficientemente reseñado como para volver sobre él en detalle. En breve, Camanchaca cuenta en primera persona la travesía por el desierto de un adolescente junto a su padre. Un trayecto que tiene por punto de partida Santiago, donde el protagonista vive con la madre divorciada, y de llegada Tacna, donde espera hacer una visita al odontólogo y proveerse de camisas y enseres. El chico está con sobrepeso, sangra regularmente de encías, y no ha compartido con su padre desde la infancia.

Haciendo uso de un lenguaje llano, económico en adjetivaciones y abundante en la producción de acciones, Camanchaca se desenvuelve con agilidad y fluidez. A medio camino entre la road story y la novela fragmentada, sus capítulos incluyen brochazos de los crepúsculos en el desierto, los cielos despejados y la carretera extendiéndose a lo largo, el horizonte impoluto de la pampa nortina y sus habitantes fantasmas.

No deja de llamar la atención, en el retrato que Zúñiga hace del desierto, cierta propensión al desplazamiento. Como si aquello que por definición es estático, un fundamento firme sobre cual el drama personal tiene lugar, fuese de pronto corrompido por la imaginación de un joven extraviado en disquisiciones de la adolescencia. Y es que Camanchaca no es tanto una novela de paisajes o de lugares como apuntes disparejos de un viaje a través de los recuerdos familiares. Recuerdos en ocasiones sórdidos e íntimamente imbricados con las playas, posadas y peladeros de la infancia. Un norte donde las usuales salitreras comparten por igual con blocks de poblaciones periféricas, canchas de tierra, roqueríos costeros y residenciales con inmigrantes de poca monta.

En el caso de Geología… Jara aporta bríos a una obra que ha sabido experimentar a través del tiempo con múltiples escenarios históricos del norte –tanto bajo soberanía chilena como boliviana. En esta entrega, sin embargo, el trabajo de investigación con fuentes que da sustento a libros como El Sangrador, Prat o Quemar un Pueblo, cede camino a una ficción algo más desenvuelta o, si se quiere, autobiográfica. Podría hallarse la influencia, por mencionar un ejemplo, de la obra temprana de Michel Houellebecq, pese a que los aspectos ensayísticos se encuentran aquí subsumidos al desarrollo del argumento propiamente dicho. Y no por sencilla que parezca la trama posee menos ribetes. Un joven recibe la visita inesperada de su padre o del fantasma de su padre, que una tarde soleada de sábado aparece frente a la puerta de su piso en Antofagasta y golpea la puerta. Comienza entonces un paseo, por momentos nostálgico, por momentos hilarante, donde memoria y biografía, ciudad y paisaje, se funden en la trayectoria de un minero en formación que, por razones laborales y otros azares, ha regresado a su ciudad natal tras años ganándose la vida en el extranjero.

Geología, conserva la composición cuidada y la limpieza de estilo a la que Jara nos tiene acostumbrados. Se aprecia no obstante una mayor espontaneidad y un tono ameno que enriquece la experiencia de la lectura. Pese a su brevedad, el texto soporta dimensiones de análisis diversas, una de las cuales está anclada en la ciudad de Antofagasta y en cómo el otrora enclave portuario del norte grande, representado por la empresa estatal portuaria, se convierte en la plataforma minera de una economía de explotación abierta y liderada por la inversión de capitales privados. El protagonista, un geólogo criado y formado en la ciudad, vive en su propia trayectoria familiar los desbarajustes del proceso. Y son dichos desbarajustes, relatados en una veintena de situaciones, los que acompañan su inusual paseo con el padre o el ánima del padre.

En Geología… el regreso a la ciudad da lugar para retomar recuerdos de niñez, la adolescencia y las bandas de metal, el liceo y los flirteos, y fundamentalmente para revivir la figura paterna. Nuestro recurso a la comparación, que podría parecer todavía injustificado, encuentra aquí un sostén adicional. A su manera, ambas obras escarban en las relaciones familiares de los protagonistas, con particular ahínco en la construcción del vínculo filial con el padre y la madre. Avanzando en el desarrollo de esta relación los personajes comienzan a revelar sus secretos. Y es que tanto Jara como Zúñiga nos hablan a su manera de “cosas pendientes”, de asuntos que para ser contados requieren al parecer de espacios extremadamente amplios y furiosamente abiertos, espacios como sólo los brinda el desierto.

Camanchaca y Geología… son, para decirlo en breve, libros honestos y contundentes. Su rasgo distintivo no estriba tanto en qué asuntos desenvuelve la trama, como en la forma en que estos son tratados. Ambos son ejemplares de una narrativa que desafía lo que hasta hace poco era de una manera, mostrando cuán literariamente atractivo era plantearlo de otra. Zúñiga y Jara, sin innovar demasiado en sus materiales y estructuras de composición, escriben libros que, sin retruécanos ni manierismos, van directo a lo suyo. Nos devuelven, sin ánimo pedagógico, un terruño que le es tan propio a la ficción y a la vez tan susceptible de falsificaciones: nos devuelven un poco de desierto.

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Ricardo Diaz Cortes

10 de noviembre

Muy bien , revisare el texto de Jara

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