En más de alguna ocasión, un joven alarmado con la contingencia se ha acercado al anciano y le ha convocado a transformar el mundo. Y en más de alguna ocasión, ese abuelo ha concordado en su visión pero ha morigerado sus expectativas de transformación. La ansiedad ante la inmensidad del acontecer del hoy, ante lo que apabulla, ya no es defecto suyo. O, al contrario, su virtud.
Lo que hoy se ve inmenso, difícil, cuesta arriba, no será más ni menos esforzado que lo que muchos han hecho antaño. Para eso sirve visitar los clásicos de la historia, aquellas piezas colmadas de pequeñeces y grandezas. Para entender que no existen los desafíos insuperables.
Lo que en el día a día para quienes recién abren los ojos es novedad y sorpresa, para otros -alacenas de experiencia- es reiteración de ciclos de vida que repiten, una y otra vez, los clásicos de la existencia. Aquellos que, cuales vampiros en la noche, se alimentan de las llagas siempre abiertas de la humanidad. Podemos vestirles de plebeyos en la Roma de Augusto, ciudadanos en el Chile de Bachelet o astronautas en una futura estación espacial, mas su presencia se mantendrá. Porque son consustanciales a la existencia de toda sociedad. La lucha por el poder, la lucha por el cambio, están entre aquellos eternos.
Enfrentar las medidas regresivas en términos de derechos sociales que ha comprometido Donald Trump en Estados Unidos o la posibilidad de contar con una Constitución realmente democrática en nuestro país, por cierto que son tareas fundamentales. Pero para quien ha vivido los efectos de la II Guerra Mundial, la división del mundo entre dos bloques y el riesgo constante a una conflagración nuclear, Mayo del 68, la Unidad Popular y la dictadura cívico-militar de Pinochet, por cierto que son solo una muesca más en la historia personal.
Esta constatación no resta urgencia a las acciones individuales y colectivas para dibujar la sociedad que se anhela. Su mención obedece a la necesidad de entender que los procesos en que cada uno se involucra, aquellos esenciales, no son los primeros ni serán los últimos de su ralea. Pero aún así, será siempre necesario contar con huestes para hacer el trabajo que se requiere en la época que a cada uno toca vivir.
Porque levantar cabeza en la era Trump no será lo más difícil que le tocará a los ciudadanos de Estados Unidos (y, por qué no decirlo, del planeta). Otras épocas ha habido con actores de similar calado, que han dado paso a la organización solidaria en pos de ideales más allá del individualismo, mercantilismo e ignorancia que se desprende de sus decires y actuares. Y el objetivo de distribuir poder en Chile, sorteando las trabas que imponen los celadores del status quo a quienes luchan por un nuevo pacto constitucional, tampoco será algo nuevo. Otros y otras han emprendido tales luchas en la historia patria: los nombres de Bilbao, Infante, Lastarria -relegados por el oscurantismo portaliano- son muestra de aquello.
Lo que hoy se ve inmenso, difícil, cuesta arriba, no será más ni menos esforzado que lo que muchos han hecho antaño. Para eso sirve visitar los clásicos de la historia, aquellas piezas colmadas de pequeñeces y grandezas. Para entender que no existen los desafíos insuperables.
Creo que alguien lo dijo alguna vez: lo imposible dura hasta que lo posible ocupa su lugar. Donde cada uno, en su rol de ciudadano, debe asumir su propia cuota de responsabilidad para mover los límites de la presente realidad.
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