A propósito de la nueva imagen pública que ha dado a conocer el gobierno de Chile, y con el ánimo de despejar las dudas que campean alrededor del uso de nuestros símbolos patrios, creo que es muy saludable detenerse en el análisis –aunque somero- de tal solución mediática.
Naturalmente conscientes de que sus creativos debieron haber consumido muchas horas en ese quehacer fundamental de elaborar una imagen que, mal que mal, colmará nuestra paciencia todo el tiempo que resta del actual gobierno.
Para abreviar, y como dijo una amiga mía muy lúcida en cuestiones de imagen, y por supuesto, sin el ánimo de menoscabar nuestros símbolos patrios, el escudo nacional es un emblema que ha sido prohijado por la clase dominante, según lo acredita nuestra historia republicana; al revés de la bandera, que la enarbola sin aprensión alguna, cualquier ciudadano con o sin casa, o con deseos de celebrar algún triunfo en la calle o en su propio hogar. Se podría decir, a la luz de la historia reciente, que el escudo es la firma del autoritarismo y la bandera la rúbrica de nacimiento de la chilenidad democrática.
No se puede olvidar que el escudo nos retrotrae a la obscena oscuridad de la dictadura, época demasiado cercana en que los blasones valían más que la vida de un hombre, y el orden se imponía a cuchillo.Tampoco se puede obviar que el mensaje explícito de nuestro escudo hace prevalecer la fuerza sobre la razón. Por eso llama la atención que los gestores y creadores de esta nueva imagen, le arroguen a ésta una funcionalidad que no tiene de ninguna manera, como es su presunta capacidad de concitar la unidad y la cercanía entre los chilenos.
Con estos datos, proporcionados tan pomposamente por los creativos al momento de la inauguración de la nueva imagen, uno no puede menos que plantearse la posibilidad de estar equivocado, y que al entregar nuestra impresión estemos cayendo en parcialidad culpable, puesto que en todo producto mediático late un fondo de irradiación psicológica, cuya ausencia no se compadecería con la cultura del mensaje.
Poniendo atención a sus significancias reales y luego de desechar la unidad y la cercanía como fines presentes en el mensaje subliminal, estamos dispuestos a concederle parte de los objetivos pretendidos. En efecto, la nueva imagen de la Presidencia de Chile constituye un llamado a sus fieles para que se comprometan con la nueva derecha y sirvan con eficiencia la nueva forma de gobernar. En cuanto al uso llano de los colores y la pesada obviedad de sus significados, mejor ni hablar. En todo caso, es una imagen a la medida del gobierno de don Sebastián Piñera.
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pablo-goria
Bueno, Antonio, comparto tu sensación de pobreza intelectual. Lo superficial y lo marketero son la característica principal de los nuevos gobernantes, paciencia.
oinotna
Teniendo estos «caballeros» tanto «genio» entre sus filas podrían haber hecho algo más «novedoso», el escudo y la bandera todos sabemos que son los emblemas patrios y presentarlos tan mal produce una sensación de «pobreza» intelectual.