Luego de que se ha cerrado el primer círculo en torno a las conclusiones de los organismos internacionales respecto a la violación de los derechos humanos que se vienen produciendo en las calles y cuarteles policiales del país, en las personas que se manifiestan en contra de los abusos y la corrupción generalizada, queda atenerse a la dolorosa realidad, vastamente divulgada a través de los medios y las plataformas digitales, que demuestra la brutal sistematicidad de la represión ejercida. No es banal que los cuatro informes conocidos por la opinión pública sean absolutamente demoledores.
Desde luego, todos los chilenos quisiéramos contar con una policía eficiente y empoderada en el respeto de los DDHH; empapada de los valores de integridad, objetividad y compromiso, que debe ser la norma de conducta de sus miembros ante cualquier evento ciudadano que los convoque. Una fuerza que, asumiendo el auténtico leit motiv de sus tareas de resguardo ciudadano, sea un ejemplo de transparencia y de servicio. Hacemos votos por alcanzar ya, lo que se debió lograr con el advenimiento de la Democracia.
De las cuatro versiones de las instituciones internacionales que revisaron el tema de las violaciones, ninguna dejó de remarcar la gravedad de los atropellos; y en tres de los casos, la palabra sistematicidad se reveló como una realidad impronunciable. Amnesty International fue la única que no se reservó protocolo alguno para sostener su existencia. Sin embargo, como en el caso de Human Rights Watch, su denuncia se reveló como consustancial a los atropellos denunciados, manteniendo reserva solo respecto de si los actos de la policía chilena tenían carácter de sistemáticos, puesto que, tal como lo sostuvo su representante, el señor José Miguel Vivanco, esa es una cuestión que no se puede afirmar porque es casi imposible saber si esos actos de lesa humanidad obedecen a una orden o a un plan acordado. Luego, enfatizó: “En ese sentido, nosotros no estamos en condiciones de afirmarlo. Sí podemos afirmar que estos hechos no son aislados, no son casuales, no son meros accidentes”(José Miguel Vivanco, TVN, Noticias de las 13 horas, del 26/11/19). Con la última línea de estas declaraciones, el señor Vivanco se las ingenió para poner en el tapete de los gravísimos atropellos que han sufrido los chilenos a partir del 18 de octubre, una verdad irrefutable: que en Chile se violan en forma persistente, y se siguen violando los derechos humanos de los chilenos y chilenas que se manifiestan pacíficamente para rechazar el abuso, la corrupción y la incompetencia generalizada de los que ocupan cargos de elección popular. Actos que se ejercen bajo la vieja práctica de confundir, ex profeso, a los ciudadanos con la delincuencia, y enarbolando sibilinamente la idea de una conjura internacional, soplada al oído del Presidente por jerarcas internacionales interesados en socavar la legitimidad de las protestas. ¡Que estamos en guerra! Primera justificación para imponer la fuerza sobre un “enemigo” que ha copado las calles.No es banal que los cuatro informes conocidos por la opinión pública sean absolutamente demoledores.
El representante de HRW, José Miguel Vivanco también sostuvo que “Carabineros es una fuerza pública que incurre regularmente, ordinariamente, en violaciones a los Derechos Humanos, eso no puede continuar”; “Aquí ha habido la reiteración de una conducta, y ha habido una práctica de violaciones de los Derechos Humanos, tanto, en las calles como en los lugares de detención, Pero, insisto, no estamos en condiciones de hacer esa afirmación” (id.ant.).
Las oportunas expresiones “protocolares” del representante de Human Rigths Watch, tienen una intención aclaratoria sobre la existencia o no de una voluntad policial sistemática de producir daño entre los manifestantes pacíficos que han llenado las calles del país. Y esto, bajo el sencillo expediente de remitirnos al sentido de sus palabras, extrayendo de ellas consecuencias lógicas a partir de un recurso expresivo:
Si el señor Vivanco sostiene que los hechos no son aislados, se desprende, entonces, a la luz de sus antónimos, que son constantes; luego, si dice que no son casuales, se debe entender necesariamente que son previstos (esperados, intencionales, deliberados); de igual modo, si sostiene que no son meros accidentes, se entiende también, que son previstos (esenciales, medulares, seguros). Por tanto, alguien vigila su cumplimiento, alguien previsiona las tareas y alguien valoriza resultados. Una dramática confirmación de que los dichos del Ejecutivo, negando estas aseveraciones, solo hacen que día a día aumente la indignación de quienes se movilizan pacíficamente, y muy al margen de la delincuencia.
Consecuencia lógica, entonces: Carabineros de Chile estaría violando sistemáticamente los Derechos Humanos de los ciudadanos y ciudadanas. No hay otra alternativa de interpretación. Ahora, ¿cómo se explica que en un gobierno democrático ocurran estas cosas? ¿dónde está la línea divisoria del mando y la obediencia? Si debemos creer en la buena voluntad del Presidente, respecto a la veracidad de esta grave cuestión, entonces estamos ante una grave crisis de autoridad. He aquí una cuestión a dilucidar de primera importancia.
En todo caso, las observaciones públicas del señor Vivanco, fueron una manera elegante de decirle al Gobierno lo que, por protocolo, se guardó de expresar con todas sus letras, mientras sus miembros se ufanaban de contar con la “comprensión” de HRW, y se mostraban dispuestos a seguir sus generosos consejos para instalar mejoras logísticas al interior de las Fuerzas Especiales de Carabineros. Para peor, el gobierno ha anunciado que ese proceso de reformas sería encabezado por el mismo funcionario que ha estado a cargo de la represión, el General Director Mario Rozas; un escenario de realismo mágico, al que, por lo demás, nos tiene acostumbrados el Ejecutivo, tanto con sus visiones al interior del gobierno, como las que pretende proyectar hacia el exterior.
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