Me acuerdo perfecto del momento en que recibí el correo de Enzo. Yo trabajaba para una marca de buses, en una agencia digital y ahí estaba a las 9 de la mañana leyendo a escondidas mi correo personal. Enzo me contaba de una nueva iniciativa, de la FDD y del ex Presidente Ricardo Lagos, y me lanzaba una pregunta: ¿te interesaría postular al cargo de community manager? Le respondí que sí, altiro, y es que casi no lo pensé.
Algunas entrevistas después, yo estaba sentada frente a Ricardo Lagos, nerviosa (ok, MUY nerviosa), contándole lo que sabía hacer, lo que era. Y era periodista que, tempranamente, me había especializado en contenidos digitales, y que muy tempranamente me había metido en el mundo de las redes sociales, las marcas, la formación de comunidades, la conversación, y un gran etcétera.Levantamos, tímidos en un comienzo, un documento en línea para llevar registro de quienes no habían sido censados. Algunos hasta se rieron de nosotros: a los pocos meses se destapó que el Censo había sido un fiasco, que no habían cifras y menos políticas públicas para desprender de aquel ejercicio estéril.
¿Cuento corto? El 1 de abril de 2010, partía un trabajo nuevo, desafiante, precioso, con un equipo de lujo (la Xime Jara, Cristián Rodríguez y Enzo). Había que formar una comunidad usando las redes sociales, sin otro bien que el pensamiento ciudadano. ¡La media pega! elquintopoder nacía de la mano del ex Presidente, quien nunca cejó en su convencimiento de que las nuevas plataformas digitales serían un puente entre una clase política desconectada de las bases y los ciudadanos, cada vez mas deseosos de ponerle el pie encima a un acelerador que, hasta ahora, había mantenido la mesura de ir a la velocidad indicada en los carteles del tráfico.
elquintopoder nació ese abril de 2010 y a los pocos meses cientos de miles de chilenos se volcarían a las calles a gritar los cambios que querían concretar: primero vino darle la espalda a las enormes represas proyectadas para la Patagonia. Y estuvimos ahí, fuimos testigos mudos de una ciudadanía que despertaba, como cuántas veces antes lo había hecho, quizás ahora con mayor fuerza. Luego vendrían las multitudinarias e históricas marchas por una educación igualitaria, y ahí estuvimos, marchando al lado de los cabros, siendo gaseados y mojados, haciendo streaming por un celular, pidiendo y recibiendo decenas de fotos, en nuestro Twitter. Vimos cómo jóvenes músicos se instalaron en el Paseo Bulnes a tocar «El Baile de los que Sobran» y nos pusimos a llorar porque esa canción continuaba teniendo tanto sentido, después de años, que seguía siendo demoledor. Fuimos testigos, pero también fuimos actores silentes de una historia que íbamos escribiendo todos a cientos de manos, al mismo tiempo.
Abrimos la cancha. La abrimos lo que más pudimos. Se nos ocurría algo y lo hacíamos. Comenzamos un Tumblr para conectarnos con los públicos más jóvenes. Nos íbamos a la calle, sacábamos fotos, nos hacíamos eco de los líderes estudiantiles en las redes, entregábamos recetas caseras para resistir las lacrimógenas, registrábamos en pequeños videos lo que la calle pedía a gritos: aborto, Asamblea Constituyente, Nueva Constitución, el repudio por un homenaje a Krassnoff en el corazón de una Providencia que también empezaba a estirarse después de una siesta demasiado larga. La hicimos.
Con el tiempo, nos transformamos en un referente. Crecimos. Nos hicimos de amigos entrañables, aprendimos a trabajar en red con otras causas, prestamos la casa, pusimos nuestras plataformas a disposición de otros, de nuestros aliados. Abrazamos causas en las que creímos con la efervescencia de quien tiene fe en algo superior. Nos instalamos en el Mapocho para pedir, junto a los líderes de la acción, un #SanCristobalSinAutos, acompañamos a un ciudadano cualquiera a entregar cientos de firmas que pedían la nacionalización del litio, fuimos parte de una cruzada para que el ministerio de Salud no cesara de entregarle sus remedios a niños con tirosinemia, una enfermedad mortal, marchamos por la igualdad en la Alameda.
Nos sumamos para pedir que todos los chilenos pudiesen votar: miles lo hicieron simbólicamente desde el extranjero en una plataforma donde se registró su participación.
Levantamos, tímidos en un comienzo, un documento en línea para llevar registro de quienes no habían sido censados. Algunos hasta se rieron de nosotros: a los pocos meses se destapó que el Censo había sido un fiasco, que no habían cifras y menos políticas públicas para desprender de aquel ejercicio estéril.
Trabajamos codo a codo con organizaciones vecinales, comunales que querían cambios para sus entornos.
Enseñamos cómo usar las redes para incidir políticamente bajo el proyecto de IDRC.
Hablamos mucho con el equipo, discutimos, a veces hasta nos peleamos. Y qué podíamos hacer, éramos (somos) todos apasionados y estábamos viendo cambios esenciales pasando por delante de nuestros ojos, fuimos parte de ellos.
Construimos una comunidad a punta de picar piedritas todos los días. A punta de hablar primero con nuestros propios amigos en Twitter, y pedirles que le respondieran a @elquintopoder, a punta de abrir la ventana, la puerta y dejar que todos entraran. A punta de dar pruebas de blancura, portadeando columnas que no hablaban del todo bien del ex Presidente. Hicimos una comunidad a la que quisimos con cariño genuino, con quienes hablamos y construimos un país que, quiero creer, ahora es un poco mejor, más ciudadano, menos ingenuo, y mucho más poderoso que hace cinco años.
Un honor haber sido la jefa de comunidad de esta enorme plataforma ciudadana que le entregó el micrófono, el bombo y el megafono a miles de chilenos que, de otra manera, no habrían sido escuchados o leídos.
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