Ustedes hijos de carpinteros que construyeron el caballo de Troya e ingresaron a las fortificaciones inviolables del templo inexpugnable. Cada uno de ustedes serán las voces. Entonces, tú eres ahora el ungido. Tú eres el legítimo hijo de tu pueblo, de tu mapu, de tus lagos y ríos.
Santiago, Noviembre post elecciones del 2013
El Hijo del Carpintero
Desde que empezamos a agitar ramos después de la dictadura hemos buscado a quien darle la bienvenida. A éste por su sabiduría extraída de un arcoíris ardiente. A este otro por ser el hijo de Herodes. A Pilatos por su dedo acusador en sus muy lavadas manos, a María Magdalena y su arrepentido llanto, el retorno de Caifás y su promesa de mil años de imperio.
Desde ese nuevo inicio en que involucró a todas las corrientes pensantes, buscamos con afán la puerta de Jerusalén, la que nos llevaría a los millones de sueños inconclusos. Ese afán entre desesperado y casi por tocarlo.
Ésa vorágine de milagros multicolores y de diversas formas. Ensueños que hacían que el despertar fuera más sereno, hasta más tangible para muchos, y dolorosamente silencioso para muchos más. Sueños en donde el héroe elegido por un placebo democrático nos acunaba como una madre-padre cariñoso y equitativo.
Padre-Madre nuestro que estás en la presidencia rezaban nuestras huérfanas esperanzas e inquietudes. El reino para los más pobres estaba más cerca. Empezábamos a ser reconocidos.
Nuestra ancestral estigma de hijos ilegítimos, concebidos sólo para ser abusados, engañados y tratados como un artículo productivo-barato –desechable, se veía que empezaba a tener fin.
Bendito reino del Olimpo. Bendito esos dioses que confabulaban en el puerto. Que escuchaban nuestros sueños.
Pero nosotros no sabíamos de sus acuerdos.
Acuerdos entre nubes de algodón. Blancas y aletargadoras nubes. Ocho años, diez años. Ya vamos, ya vamos se escuchaban en los cánticos que los arcángeles de turno nos prodigaban con su hipnotizadora voz a nuestra desesperanza pre adolecente.
Vamos, ten fe, tratábamos de inculcarle a nuestra incrédula adolescencia de quince años.
Reza conmigo, tranquilo si ya viene, a nuestros veinteañeros desengaños.
Hoy nuestras frustraciones ya han superado su mayoría de edad y juntos volvemos a descubrir que la democrática equidad nunca resucitó entre nosotros y seguimos estando solos.
Y nuestras centenarias pero rejuvenecidas frustraciones han vuelto a ser crucificadas a riesgo de trizar los muros de sus templos. Y ese Olimpo sordo y en sus blancas nubes se convirtió en condominio exclusivo, custodiados por guardias pretorianas, y nuestras peticiones por orden explícita, olvidadas en las porterías del Congreso.
Hijo del carpintero, serás escupido y pintado de diferentes colores, miles de veces más que tres veces, por los mismos que te saludaron con ramas de palmeras. Te has levantado y no eres hijo de dioses. Tú venciste a la hidra de mil cabezas. Ustedes hijos de carpinteros que construyeron el caballo de Troya e ingresaron a las fortificaciones inviolables del templo inexpugnable. Cada uno de ustedes serán las voces. Entonces, tú eres ahora el ungido. Tú eres el legítimo hijo de tu pueblo, de tu mapu, de tus lagos y ríos. De sus redes y cosechas. Hijo del desierto, altiplanos y de la pampa. Saca esos guerreros que la sabiduría te entregó como prenda incondicional para botar los muros que nos encarcelan. Estás obligado a cumplir la tarea.
No olviden que la traición es peor que el servilismo. Que las tentaciones serán más fuertes que el raciocinio. No descansen hasta que todos compartamos las decisiones del Olimpo. Observen y aprendan. Descubran y entiendan. Luego de aprendido, aplíquenlo para todos, sin faltar ninguno, nosotros todos.
Y ahí, cuando La Parca les recuerde su presencia, ya habrán sabido que vuestros nombres serán invocados por la única y más poderosa santísima trinidad: Los brazos, la sangre y el espíritu, de cada uno de los herederos de ésta nuestra tierra.
Que así sea.
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Foto: Publimetro
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