Adoptar una perspectiva larga para imaginar lo que podría ser el desarrollo sostenible del país en los decenios que vienen debería significar el abandono de los moldes del economismo puro para posicionarse sobre un terreno dominado por la flexibilidad de los posible, de lo que quisiéramos que sea, del voluntarismo puesto en construcciones originales…como manera de dar entrada a los sueños y escapar a la inexorable historia del consumismo ordinario. En tal sentido, si las grandes líneas estratégicas sobre el plano nacional son importantes, también lo son los escenarios locales que pueden ser imaginados para potenciar los territorios no metropolitanos. El texto que sigue me sirve para explicar mejor este punto de vista. Yo tenía una vaga idea de Ollagüe, localidad del altiplano andino no lejos de la frontera con Bolivia, cuando tuve la oportunidad de hacer allí una visita. Era el año 2005. Una estudiante de antropología que asistía a mis conferencias en un diploma de magíster en San Pedro de Atacama expuso durante una sesión de trabajo su intención de preparar una tesis sobre antropología y problemas del desarrollo en Ollagüe. Apuntaba a una proposición de desarrollo local, centrando su atención en el desarrollo de la pequeña agricultura y ganadería en las pocas comunidades quechuas de la Comuna. Me propuse acompañarla en su segunda visita al terreno.
Viajamos en taxi y al margen del placer del itinerario recorrido, bordeando o atravesando salares, fina y diferentemente coloridos y en sucesión pero a diferentes niveles de altura, la llegada a Ollagüe fue para mi algo difícil de describir: fue como entrar en un vasto y maravilloso escenario circular delimitado a lo lejos y por todos los lados, por una cadena montañosa mas bien baja y amena, interrumpida de vez en cuando por la emergencia de picos volcánicos, entre los cuales sobresalía por su altura el Ollagüe mismo, era como estar en presencia de una gigantesca decoración teatral. La coloración de ese paisaje en ese momento era entre beige y rojo desteñido contra un cielo azul sin manchas. La superficie blanca con tonalidades azulosas dominando ese escenario no era otra que la concreción mineral del salar, sobre la cual se levantaba una parte de las viviendas. Al interior de este espacio natural extraordinario tuve de repente la impresión de encontrarme en otra época pues todo lo construido por el hombre parecía fuera del tiempo presente, todo parecía estático o estaba al abandono, principalmente todas las infraestructuras antiguas del ferrocarril a vapor de Antofagasta a Bolivia cuyas líneas atraviesan el pueblo. El pueblo es hijo del ferrocarril pues nació con la creación de la ultima estación de abastecimiento de agua y de carbón a algunos kms. antes de la frontera con Bolivia, por los años 1880. El trafico fronterizo favorecido por el tren hizo de Ollagüe un pueblo que podía contener a veces una población flotante de hasta seis mil personas.
Después de nuestras encuestas por el pueblo y comunidades, cuando invitados a cenar por el responsable del Plan Comunal y su esposa, aquél me preguntó lo que yo pensaba del desarrollo de la comuna le respondí que después de lo visto y oído me parecía muy difícil imaginar algo durable con los parámetros usuales del desarrollo rural o artesanal exclusivamente centrado en las comunidades. Lo que se me aparecía como lo más indicado o lo más racional era, por paradoja, un proyecto en apariencia perfectamente utópico: hacer de Ollagüe un centro altiplánico de turismo, pero no fundado en el espectáculo exclusivo de la naturaleza o en la visita a las comunidades autóctonas sino en un Centro Internacional de festivales de música y danza, occidental y andino a la vez, dije yo con todo desplante. ¡Algo como para pasar del Far West actual directamente al postmodernismo!
Como soñar no cuesta nada, me puse a exponer el proyecto en apariencia utópico. El Centro Internacional de festivales de la música y danza se fusionaría con lo patrimonial local porque su base estructural inicial estaría dada por la renovación y transformación funcional de las antiguas estructuras del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia. De cierta manera la presencia de esas infraestructuras son por si mismas un museo al aire libre, aunque su rehabilitación está esperando. Del lado oeste de las líneas del ferrocarril se sitúa la antigua maestranza o hangar que guarda todavía antiguas maquinarias, algunas verdaderas reliquias del ferrocarril a vapor. Hoy en desuso. Su vasto espacio puede dar cabida a una gran sala de música con decoración de objetos patrimoniales, susceptible de recibir grandes orquestas, un ballet o una troupe teatral. Partiendo de este mismo lado, se puede imaginar que una pasarela aérea por encima de las líneas de tren permitiría acceder a la actual estación no lejos de la cual está el verdadero monumento de Ollagüe: un gigantesco y espectacular estanque de agua de forma cilíndrica, sobre elevado de seis o siete metros, sostenido por pilares metálicos, obra construido con la tecnología de la época de la torre Eiffel en Paris. Al referirme a esta estructura me sentía asistir ya al espectáculo de un restaurante en altura desbordando de luces por sus ventanales circulares. Otro piso hacia arriba, perfectamente constructible abrigaría oficinas de los servicios turísticos locales.
Saliendo del espacio ocupado por el complejo ferroviario, en el borde sur- occidental del pueblo, una suerte de casa de hacienda en forma de semicirculo, con un patio delantero donde se encerraban de noche camélidos y mulares podría representar el sueño mismo del arquitecto especialista en renovación. Yo me lo imaginaba reciclándolo en el albergue ideal altiplánico. Tres museos formarían parte del proyecto: el museo precolombino, que existe actualmente como embrión, el museo de las minas azufreras en las ruinas reconstruidas localizadas no lejos de Ollagüe y por cierto el museo del tren al aire libre. Con él se pondrían en valor las viejas locomotoras y vagones, así como las diferentes instalaciones que servían para el funcionamiento del tren a vapor, hoy todo eso en desuso porque el carbón fue reemplazado por el carburante diesel.
¿Porqué no imaginar la celebración de dos festivales en el año: un Festival de música Clásica y un Festival de música Andina?
Este proyecto, dije, se construiría desde cero como un motor dinámico, mejor aun, como una locomotora de ficción que llega a Ollagüe para convocar a sus habitantes a algo completamente insospechado: a una invención del futuro, a un viaje prometedor en el nuevo milenio. ¿Porqué no imaginar la celebración de dos festivales en el año: un Festival de música Clásica y un Festival de música Andina? Por la atención que prestaban mis interlocutores, tuve la impresión que entraban también en el espacio de las ensoñaciones y se ponían a imaginar la posibilidad de concretización de algo hasta ahora insospechado, todo eso entre las dos y tres de la mañana. La amistosa acogida, el vino y una infusión de hojas de coca invitaba a seguir la conversación. Hacia las cuatro de la mañana surgió la pregunta ¿A quien puede interesar un tal proyecto?
Como aquí estábamos hablando de un proyecto estratégico de gran aliento cuya realización podía durar muchos años, lo importante era ir haciéndolo todo con coherencia, sin apartarse del objetivo final. Habría que asociar mucha gente, muchos esfuerzos, muchas fuentes de financiamiento, por lo mismo el proyecto no era exclusivo de nadie, había que compartirlo. Hay que asociar empresarios privados, el Estado y organizaciones sociales y culturales de la región. A mi juicio, les dije, la puesta de la primera piedra está tal vez en las manos del empresario Luksic puesto que su firma es propietaria del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia y de las infraestructuras del tren a vapor que están hoy en abandono. ¿Porqué no discutir con él? tanto mas que el grupo Luksic se apresta a invertir en un proyecto de tren turístico (Atacama Express) que de realizarse unirá el circuito formado por Calama, San Pedro de Atacama y el altiplano boliviano. El gerente general del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia presenta este proyecto como un «sueño romántico» para servir a la comunidad y potenciar el turismo de la región. ¿Porqué no amplificar o articular el sueño romántico del tren con el sueño utópico de los festivales musicales altiplánicos?
¿Cual podría ser el interés del Estado? Verlo como un proyecto estratégico a la vez cultural y geopolítico, en razón del carácter fronterizo de la Comuna con un vecino descontento. ¿Qué mejor que aproximar a los pueblos a través de la música y la cultura? ¿Qué mejor medio de acercar y limar las asperezas entre dos Estados con diferendos históricos? A mi juicio, el Estado chileno mataría dos pájaros de un tiro interesándose seriamente en un tal proyecto: activaría efectivamente la integración regional de San Pedro de Atacama, Calama y Ollagüe –tema del cual se habla pero todo parece quedar en el aire- y se fomentaría la integración fronteriza con Bolivia. Hay que enfatizar que Ollagüe, como ustedes bien los saben, es un corredor de tráfico interregional de cargas provenientes de la minería y de pasajeros de tres países diferentes. ¿Los otros socios posibles? Ellos pueden ser numerosos: las empresas mineras de la región (cobre, sulfuros, litio, etc.) las cuales encontrarían aquí una manera de dejar algo positivo en la región, degradada en sus recursos naturales por arte de sus propios intereses. Luego están los empresarios turísticos de San Pedro de Atacama, de Antofagasta, de Calama y de Santiago. Y todavía mas, hay que interesar al gobierno boliviano en apoyar sobretodo el Festival de la música y de la danza andina donde, de todas maneras, estarían presentes sus propios representantes culturales.
Ya estábamos en la claridad del nuevo día, con el desayuno los amigos nos ofrecieron una nueva infusión de coca y con ello tal vez el combustible para pasar una segunda noche en blanco…y yo ejercitarme un poco mas en la practica de la ensoñación.
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