Me seduce el cartel programático. Ese que denota algo sobre el pensamiento del candidato. Su historia personal pero también su mirada de sociedad.
En el fragor de una contienda electoral insondables son las razones para optar por un o una, y no por otro u otra. Está el ciudadano que elige basado en el partido o la coalición que determinado candidato representa. El que decide luego de comparar programas y compromisos. Pero también los que se dejan llevar por la simpatía, la sonrisa constante, el carácter en momentos complejos e incluso por un sentimiento de clase.
En lo personal, opto por concurrir a las urnas programáticamente. Si las propuestas me representan o identifican, vaya la preferencia. Si no hay ninguno o apoyar a alguno incluso me avergüenza, vaya el voto blanco o nulo. Así entiendo el sagrado derecho a beneficiar con una rayita a quien comparta mi mirada de sociedad y la lleve al consejo regional, al concejo municipal, al Congreso o la Presidencia.
Ahora bien, algo que tengo claro desde hace bastante tiempo es que no existe ser alguno en esta tierra, en la de hoy ni en la de mañana, que sea capaz de representarme en un ciento por ciento. Sólo yo puedo pensar igual mí, por tanto el ejercicio de elegir un mandatario exige, primero, un esfuerzo personal, individual, de renunciar desde ya al clon electoral. Porque ese, aunque algunos no lo crean, no existe.
Hecha esta tarea, el paso siguiente es reflexionar sobre qué pienso y cuáles son mis anhelos en múltiples ámbitos de la vida. A qué aspiro en torno a los temas colectivos o de ingerencia de quienes compiten por un cargo de elección popular.
Hasta aquí, la pega ya es ardua. Más aún en una sociedad donde una gran mayoría no sabe cómo vincular su visión de sociedad (si la conoce) con las políticas públicas. Y relacionar aquello con un nombre, y éste con una letra y un número estampado en una cédula de votación, ya es mucho pedir.
Un ejercicio sencillo, aunque no exclusivo, es discernir entre lo esencial y lo accesorio. Entre aquellos temas en los cuales espero un máximo nivel de concordancia con el candidato y otros en los cuales tolero la divergencia.
Si para mí es esencial avanzar en el autocultivo de marihuana negaré mi voto a quien rechace esta medida. Ahora puede existir alguien con quien tenga divergencias sobre el voto de los chilenos en el extranjero, sin embargo lo cual, si para mí este es un dato anecdótico, le ungiré de todas formas con mi apoyo en la cámara secreta.
Infortunadamente hoy por hoy el marketing político no ayuda mucho a hacer carne eso de la elección con contenido. Si se revisan los carteles y la publicidad, lo que menos se lee o escucha son ideas de qué representa cada uno de los postulantes.
“Perico hace la pega”, “Juanita, alguien en quien puedes confiar” o “Palotes está contigo” son ejemplos de eslóganes que muchos candidatos esparcen por nuestras calles y radioemisoras que no dicen nada sobre lo que piensa quien aspira a nuestra preferencia electoral.
Por ello, me seduce el cartel programático. Ese que denota algo sobre el pensamiento del candidato. Su historia personal pero también su mirada de sociedad.
Es por ello que la frase “Por una Patagonia sustentable” me representa, junto a una imagen con paneles solares que en esta tierra es la ruta que muchos pensamos debe seguir Aysén, significando una nueva relación con la naturaleza y entre nosotros como especie. Es la diferencia que algunos queremos se instale en Aysén.
Y claro, esta columna es una de tipo groupie. No faltaba más, considerando que Miriam Chible Contreras, candidata al Consejo Regional de Aysén, merece toda mi confianza. De esa confianza entre quienes que han elegido caminar juntos y soñar despiertos. En lo electoral, pero también en los más diversos ámbitos de la vida.
Más aún cuando participa en una lista –cuyos compañeros son Nicole Magne, Deisy Avendaño y Miguel Aguirre- cuyo lema es “Nueva Constitución para Chile” y que tiene a Claudia Torres como candidata a diputada y con quien comparten estos ideales.
El 17 de noviembre no termina el trabajo. Será un peldaño más del camino. Ese que no está escrito y que trazamos con cada una de nuestras acciones. Y donde votar (o no hacerlo) es una más de las muchas que vienen por delante.
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