Nunca había tenido más sentido, la afirmación casi profesa aquella de Gary Kasparov de que, «la Vida Imita al Ajedrez», como en el caso de Sonja Graf. «La Mujer que No Entendía al Mundo», como ella misma lo explicara en uno de sus títulos (ahora inencontrables en un mundo impensado de relaciones B2B) jugó siempre a ser una fugitiva, no sólo dentro del mundo de las 64 casillas, sino de su propia realidad.
Sí…a veces resulta raro que haciendo un breve viaje en el tiempo (y sin necesidad de ciencia inconclusa, o de tecnologías aún por imaginar) los ajedrecistas vaticinen, no sólo tablero mediante, lo que está por venir del lado del contendor, sino de redescubrir o resignificar una frase a propósito de alguien (que sabemos está ahí) pero cuyo brillo nos llega con luz margen de tiempo. La estrella se llama Sonja Graf,…y como ya mencioné antes (Gary Kasparov) vendría a ser el telescopio. Es como les dije…para viajar en el tiempo, no hace falta un artilugio muy sofisticado.Se diría entonces que los humanos somos en sí mismos, como especie ajedrecística, en este caso, el medio, y cada jugada, un misterio hacia adelante o hacia atrás que nos contesta a ratos; con un poco de verdad (existencial) más que de «vivencias»
Si los ajedrecistas han sido capaces de acuñar «máximas» suspendidas en el espacio-tiempo (tan válidas para su época, como extemporáneas a su propia experiencia) es porque la mente humana es el único invento lo suficientemente robusto, para crear esa continuidad (la de las computadoras, la iA, o incluso la de una simple App, Peer to Peer). Se diría entonces que los humanos somos en sí mismos, como especie ajedrecística, en este caso, el medio, y cada jugada (un misterio, hacia adelante o hacia atrás) que nos contesta a ratos; con un poco de verdad (existencial) más que de «vivencias» (claro está) perfectamente elevables a 121 millones de posibles jugadas, después del tercer movimiento…
La Pequeña Morphy.
Pero volvamos a nuestra historia (la de la protagonista que hoy nos convoca). Es altamente probable que Gary Kasparov haya postulado tan célebre afirmación, no sólo porque conociera de antemano a nuestro personaje. No obstante, y sobradamente, sostuvo por años el apelativo de, «Little Morphy», que buena cuenta daba de su historia personal, para que el resto de los discípulos de su homólogo (Paul Morphy) no adivinara, de qué iba su tipo de juego.
Ya me la imagino en ese símil de «entrevista imposible» (del que solemos hacer ejercicio los periodistas) que para otros, cuesta tanto deporte mental. Una suerte entre alquimia, a mitad de ciencia, y conjuro de disciplinas, siquiera para plantear a una reportera imaginaria.
Me la imagino en ese barco, que no era el Titanic de los ajedrecistas, relamiéndose como buena mujer, de todas las partidas de esparcimiento (no competitivas) que a bordo se perdería, con destino a Argentina.
Me la imagino con un dress code (a la medida de lo posible, y de cómo se estilaba en esa época, estar en cubierta). Un señero traje a rayas diplomáticas (en azul, o café) atemporal, unisex, distinguida pero a subversión….de poder jugar ajedrez. Más que «empoderamiento» del que estar consciente… apropiación. La mujer que alguna vez dijo «no entender al mundo», ahora aplicaba, Psicología Ajedrez.
Con un Peón en la Mano y un Cigarro en la Otra.
Corría principios del 1900 y sus padres (ambos de procedencia, prácticamente rusa) sacerdote él, y ella de nombre también Susanna arrojándose en un vaticinio, de lo que podía ser ya, un temprano apronte, de la personalidad de su hija. Un viaje sin retorno, a la inexorable Alemania de Hitler.
Paréntesis de «llaves» aquí (más que el de usual inflexión con que se aloja la presente frase) para describir los tipos de padres que (conscientes) o en contra de su voluntad, terminan escribiendo la vida de sus hijos, como si se tratara de una página de Ajedrez. Desde la propia historia sagrada (a propósito de la pasada Semana Santa) con José de Nazareth a la cabeza, hasta Josef Graf (re-creando a lo Wes Anderson) su propia versión de una Peaky Blinders.
Pero dejemos la historia sagrada tranquila por un momento. Ya habrá tiempo para postular (en otra columna) que fue José de Nazareth (el Padre putativo de Jesús) el creador del primer tablero. Volvamos a nuestra, “Peaky Blinders”.
Revolucionaria como ya se dijo, y digna de un personaje (como el de Zeffirelli) en «La Crónica Francesa». Si ella en sí misma, no amerita el empaste de un buen guión adaptado (para el cine) entonces no sé qué lo sea. Mientras lo usual es que un niño en cualquier época haya pasado hambre (relamiéndose delante de una vidriera) nuestra Sonja «Blinders» famelizaba no sólo con poder jugar con los grandes del «Café- Club de Tarrash» (en Marienplatz) sino con tocar el Ajedrez Nuestro (o para entonces profesional) de cada día. Entonces es cuando me la imagino reclutada por una banda de célebres (como si fuera la niña que reparte el diario, o algo así). La trampa no existía en el juego, pero sí los códigos, y aunque “libre” haya sido el nombre de una personalidad apátrida que le venía bien (cuando ya había abandonado a la Susanne que dejó en casa) no es menos falso decir, que fue instrumento de’, y para el Ajedrez…desde el primer día en que (al igual que otros Reyes) nacieron…y empezaron a huir de casa.
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