Un año ha pasado ya desde el jugoso recibimiento de los/as trabajadores/as chilenos/as a Carolina Tohá. Y, lejos de haber iniciado un proceso de redefinición de su rol y sus objetivos históricos en respuesta al claro mensaje de sus bases, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), el (supuesto) principal instrumento orgánico del movimiento sindical chileno, ha entrado en una irreversible fase de decadencia. Es más, el IX Congreso Nacional celebrado el 17 de abril pasado marca el inicio de una caída libre que parece condenarla a la desaparición definitiva.
La razón es más que obvia. Todo desprolijo arreglín cupular para apernarse en el poder es síntoma inequívoco de una grave enfermedad terminal (la del chanterío). Pero la necesidad de recurrir a la violencia física para acallar a la disidencia, que en el caso de la CUT fue obligada a manifestarse a voz en cuello a falta del derecho a expresar su cabreamiento en las urnas (a través de la elección directa de sus dirigentes), es indicador de una crisis más profunda e insoluble: una crisis de legitimidad. Ya lo planteaba Max Weber: la violencia física para garantizar el cumplimiento de un mandato es eficaz como amenaza. Pero si ha de usarse en la práctica, entonces no hay mucho más que hacer: el reclamo de legitimidad de la autoridad ha fracasado estrepitosamente. Sólo queda seguir garantizado el orden con más violencia física (que es lo que hacen las dictaduras) o simplemente dar por perdida la autoridad y cerrar el boliche (que es lo que hacen los/as grandes).
Esa es la disyuntiva en la que se debate actualmente la CUT: o bien sigue comportándose como una dictadura sindical y recurre a la violencia física para proteger sus arreglines cupulares, o bien admite que es un mejor tentáculo de la Concertación ampliada (esto es, PC incluido) para la desmovilización social que un instrumento sindical de los/as trabajadores/as. En el primer caso tendría que seguir en su proceso de aprendizaje intensivo de las tácticas represivas de la CNI que tan bien aplicó en su IX Congreso Nacional. En el segundo caso, sólo tiene que admitir que no hay más que hacer y, como dice ese gran filósofo, poeta y erudito literario de La Moneda, “a otra cosa mariposa”.
Evidentemente el cierre del boliche y el chanchullo no conjugan. Todo arreglín es un último recurso para mantener el poder aunque el barco se hunda y precisamente porque se hunde. Ergo, no cabe esperar que, después de 22 años de haber usufructuado directa o indirectamente de un movimiento sindical neutralizado, débil e inútil, el pacto social PS-PC se comporte decentemente y le devuelva el control de la CUT a quienes quieran hacer lo que le corresponde hacer a una organización sindical: velar por los intereses de los/as trabajadores/as y no por los de una coalición política. El cierre del boliche sólo puede venir de quienes, además de la decencia, aún mantienen un compromiso inquebrantable con un movimiento sindical fuerte, organizado y con un claro sentido de lo relevante para los/as trabajadores/as. El cierre del boliche sólo puede venir de quienes tuvieron la valentía de no avalar el apernamiento impúdico. El cierre del boliche sólo puede venir de quienes, en definitiva, se restaron de la última sesión del congreso nacional para no ser cómplices de arreglines y chanchullos: la ANEF, la FENPRUSS y la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC).
La ANEF, la FENPRUSS y la CTC tienen hoy la oportunidad histórica de cerrar el boliche, de desafiliarse de la CUT e irse a construir movimiento sindical en otra confederación, donde en verdad se pueda. Pero así como están las cosas hoy, la CUT está muerta. Todavía no se entera porque la ANEF, la FENPRUSS y la CTC no han decidido enterrarla para que de una buena vez descanse en paz. ¡Amén!
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