La frase es la conclusión a la que llegan quince médicos italianos, de la región de Lombardía, la más rica de Italia, donde el sistema de salud ha colapsado completamente en su capacidad de proveer atención médica y hospitalaria a la población.
La causa, haber convertido la salud en un modelo de negocio orientado al paciente individual, en vez de una salud orientada a la comunidad. Un negocio sideral montado sobre una gigantesca infraestructura tecnológica, hospitalaria, donde múltiples agentes económicos profitan de la necesidad humana fundamental del derecho a la salud. Un gigante imperial que exige lucro para solventar onerosas inversiones.
Una vez más, lo privado atravesó el umbral de lo público, contagiando al sistema estatal en su frenética carrera por un concepto de salud a la carta y dejando herido de muerte a ese maltratado bien común.
Una vez más, lo privado atravesó el umbral de lo público, contagiando al sistema estatal en su frenética carrera por un concepto de salud a la carta y dejando herido de muerte a ese maltratado bien común.
Atrás queda ese sistema de salud pública atomizada y capilar, orientada a la comunidad, donde la educación y la prevención, tienen el gigantesco desafió de modificar conductas humanas. Un sistema fagocitado por el economicismo de la salud privada, cuya población queda ahora prisionera de sus propias demandas, insatisfechas y defraudadas ante el mayor colapso sanitario de la historia.
Este absurdo del modelo vigente le ha dado al coronavirus las condiciones ideales de multiplicación, de propagación y de contagio, ya que al encontrar grandes poblaciones humanas, confinadas en recintos asistenciales, hiper vulnerables, ha dejado reducido a esos espacios en gigantescos centros de diseminación de la pestilencia. Algo imposible de conseguir con una red asistencial amplia, dispersa y atomizada, como correspondería a un sistema orientado a la comunidad.
En este ambiente, las primeras víctimas han sido el personal de salud, quienes comienzan a sucumbir ante una tarea titánica que excede las posibilidades humanas de mejorar a sus pacientes, y que convierte a los enfermos en objetos de una verdadera ruleta rusa, donde la decisión humana define quien debe vivir y quien debe morir.
Sofisticados centros terapéuticos, como clínicas y hospitales, que en su esencia etimológica deben ser centros de cuidado, de atención y de alivio, se transforman ahora en siniestras morgues humanas, en necrólocus o lugares donde campea la muerte, erigidos íconos de la necia soberbia humana.
Cuando el “Ángel de la muerte” haya concluido su tarea, y cuando la humanidad se haya humillado enteramente, volverá a la conciencia global la tarea de recrear el modelo social, que en Chile crujirá hasta lo más hondo de sus raíces. Esa resurrección, en Chile, vendrá de la mano de una nueva constitución que definirá las reglas fundamentales de un vivir y morir más humano y solidario.
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