Como imagino le pasa a varios, el proceso constituyente me tiene muy entusiasmado. Cuatro años han pasado ya desde los primeros cabildos constituyentes y un año desde que la calle reventara para exigir cambios. Probablemente muchos de quienes marchamos no teníamos (ni tenemos) absoluta claridad de cuáles son, en concreto, aquellos cambios, cuáles son las reformas institucionales precisas que se requieren, pero si había claridad en algo era en la molestia, la rabia acumulada por años frente a lo que, en general, se percibían como profundas y marcadas desigualdades e injusticia.
Y para iniciar el proceso eso bastó. Ya nadie en el mundo político podía seguir haciéndose el sordo con pretensiones reales de que todo volviera a la calma en algún tiempo. Ahora estamos sólo a una semana de un momento que, al menos para mi generación, parecía muy lejano algunos pocos años atrás, y pese a los escandalizados gritos de “no es la forma” que se escucharon en ese histórico octubre hoy pocos podrían negar que de no haber ocurrido todo lo que ocurrió, tal como ocurrió, nada de esto estaría pasando.Para hacer prevalecer una visión, deslegitimar al otro es un camino. Pero uno marcado por la enemistad y la consagración de todo aquello que nos separa
Sin embargo, el lenguaje de la violencia es limitado. Los mismos 4 ó 5 chicos que encontraron en un semáforo o una estatua una forma compartida de expresar su rabia, probablemente tengan algunas dificultades mayores para compartir cuestiones más complejas como el tipo de constitución, el tipo de Estado o el régimen de gobierno, y probablemente van a tener aún mayores dificultades en algunos años más para encontrar coincidencias en temas aún más específicos y en los que podrían enfrentar hasta intereses contrapuestos.
El “enemigo” es una construcción política un poco fantasiosa; la misma persona que marchaba al lado suyo hace un año atrás, podría enfrentarse a ud por la construcción de una multicancha, una ciclovía o el uso de una sede vecinal. ¿Pasó entonces a ser un nuevo enemigo? Puede ser una forma de mirarlo, pero va a descubrir más temprano que tarde que, así, va a terminar con millones de enemigos. La política existe, precisamente, porque en las sociedades hay tantas necesidades e intereses distintos como personas, hay visiones y formas a veces opuestas, naturales diferencias que de otra forma tendríamos que resolver a combos.
Hace poco, una conocida cantante identificada con un sector más bien de izquierda, escribió un post en Twitter dando su opinión sobre lo poco útil que, según ella, resultaban a estas alturas los desórdenes en las calles. Miles, pero miles de personas le respondieron indignadas, y creo que hasta aprendí unos tres garabatos nuevos leyendo los comentarios. Algo parecido pasa con la “Plaza de la Dignidad” que a quienes (por costumbre) le seguimos llamando “Plaza Italia” no han caído las penas del infierno y más.
Para hacer prevalecer una visión, deslegitimar al otro es un camino. Pero uno marcado por la enemistad y la consagración de todo aquello que nos separa. Y, en gran medida, uno que también nos denigra. Partir por entender que el diferendo es sano y necesario para las sociedades es un buen comienzo para avanzar en mejorar aquello. Como dice Hannah Arendt, “El fin del mundo común ha llegado cuando se ve sólo bajo un aspecto y se le permite presentarse únicamente bajo una perspectiva.”
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