La política no es otra cosa que transitar dentro de lo posible, y si sus límites nos disgustan, el desafío es extenderlos.
Luego de dos décadas, a partir de 1990, de transitar por un camino marcado por la sugestiva expresión “en la medida de lo posible”, desde hace ya unos años, ella parece haber caído en desgracia.
Las razones parecen apuntar a la estrechez de las fronteras que definen lo posible y la imposibilidad de extenderlas, ampliarlas. Estrechez dada por una Constitución Política del Estado cuya modificación exige altos quórums en el parlamento, esto es, grandes mayorías, las que a su vez son prácticamente imposibles de ver representadas bajo un sistema electoral binominal donde el número de candidatos no puede sobrepasar a la cantidad de escaños disponibles, ya sea en la cámara de diputados como en el senado.
La transición chilena, desde sus inicios, y cuyo hito más emblemático es el 5 de octubre de 1988, esto es, hace ya un cuarto de siglo, está marcada por esta expresión, que hoy pareciera haber caído en desgracia. Un segundo hito estuvo constituido por el acuerdo opositor de designar a Patricio Aylwin como candidato a la presidencia, y su posterior elección. Su designación a nombre de la oposición a la dictadura, considerando el pasado y su condición DC da cuenta de la realidad política imperante, que marcó el destino de la transición, esto es, la de transitar por el camino de lo posible, definido en gran parte por poderes fácticos conocidos y desconocidos a la fecha por la opinión pública.
Al perder el plebiscito, Pinochet, se quedó un año más y luego conservó la comandancia del Ejército, dejando su huella marcada a fuego: la operación enlace y el boinazo, fijando los límites de lo posible y complementado con la institución de los senadores designados y vitalicios. Cuando deja la comandancia, de un salto, sin pisar tierra siquiera, cogió su bien aceitado asiento en el senado.
Por tanto, al menos la primera década de los gobiernos de la Concertación, presididos por demócrata cristianos, están marcados a sangre y fuego por la presencia militar y del propio Pinochet, junto con un parlamento donde las iniciativas presidenciales requerían la venia de una derecha que, junto al mundo militar, definía lo que era admisible o no.
Al frente, toda una generación sobreviviente del golpe militar, no pocos de ellos trancados por tenebrosas experiencias personales, familiares o cercanas. El modelo político y económico se hizo inamovible.
En este contexto surge lo que hoy muchos denominan, despectivamente, la política “en la medida de lo posible”. Hoy se podrá especular si lo posible era más o no. Debate que se dio desde el propio inicio de la transición y que se graficó en su momento a través de los llamados autoflagelantes y autocomplacientes. Los primeros, convencidos que las fronteras de lo posible podían ampliarse, en contraposición a los autocomplacientes, quienes temían rupturas conducentes a retrocesos. Era el debate entre quienes iban por más, los audaces o temerarios, y quienes eran más temerosos, y por tanto, optaban por evitar salidas de madre que nos retrotrajeran a tiempos de terror.
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