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El Mundial es un Carnaval

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El Mundial nos tiene a todos locos. Los que nunca ven fútbol, sí gritaron gol cuando Beausejour empujó la pelota al fondo del arco. Incluso los que ni siquiera vieron el partido, aprovecharon el desayuno en la oficina o, simplemente, disfrutaron de las calles descongestionadas para variar. La mayoría de nosotros estamos pendientes de los goles, de las lesiones y –como les gusta decir a los periodistas– de todas las variantes de la cita planetaria.

El rol que cumple el Mundial a nivel sociocultural  es clave. Junto con otros grandes eventos, es lo que le permite al sistema funcionar: es un carnaval. Éstas son las instancias en las que todas las personas somos iguales, cuando un único grito ahoga nuestras gargantas y nos abrazamos sin importar quién es el jefe.

Los carnavales existen desde siempre. En la época medieval, se coronaba rey al bufón y el señor feudal era uno más del pueblo. Hoy, el ídolo máximo es un niño de 22 años que nació en Tocopilla y el Presidente ve el partido con los damnificados en Dichato. Durante 90 minuntos, el orden social se anula y la autoridad cambia de manos. Es la ex presidenta Bachelet la que se encuentra en Sudáfrica y “se toma” La Moneda a través de la pantalla gigante que se instaló en la Plaza de la Constitución. En las oficinas, no hubo reuniones ni llamados telefónicos; y en los colegios, no hubo clases. Alumnos y profeseros, gerentes y empleados se reunieron frente a un televisor para ver juntos el mismo partido y celebrar el mismo gol. En esta instancia, aquél con el trabajo más humilde puede levantar un ce hache i y ser el líder de un grupo de personas durante un momento. Pero, tras el pitazo final, todo vuelve a normalidad: el jefe vuelve a su oficina, la secretaria se sienta en su escritorio, el alumno se duerme en su pupitre y el cajero se instala tras la ventanilla. En fin, todos y cada uno vuelve cumplir la función que cumplimos todos los días.

Así, los carnavales sirven para mantener el orden establecido. Funcionan como liberadores de presión, crean una ilusión social de igualdad que libera y permite que el resto, que la mayoría, del tiempo unos puedan subyugar a otros y el sistema social funcione como lo conocemos.

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Sebastián J. Echeverría

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