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Apruebo una nueva Constitución

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Dependiendo de cómo se le vayan dando  las encuestas, de tanto en tanto se alzan voces del Rechazo que señalan que de no replicar el Apruebo el 80% de los votos obtenidos en el Plebiscito de entrada, el de salida sería una derrota.

A no dudarlo, cualquiera se quisiera un resultado tan espectacular como el obtenido en la primera versión de este proceso. Además de ser una mirada mecanicista y estática, desprovista de rigor en la comprensión de los procesos sociales, acá la interpretaremos como un subterfugio más de los sectores conservadores.


No es un modelo perfecto, porque no existen. Tampoco resolverá todos los problemas de la noche a la mañana, pero es un camino de salida a la crisis, y probadamente exitoso en el caso de los países que lo han implementado.

En efecto, para que el proceso político que se estableció en el acuerdo por la  paz del 15 de noviembre de 2019, continúe su curso, basta con que el plebiscito ratificatorio o de salida, sea un acto electoral democrático impecable. Chile cuenta, en ese sentido, con institucionalidad y experiencia suficiente como para que el acto electoral del próximo 4 de septiembre sea impecablemente democrático, limpio y refleje la soberanía popular.

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Enseguida, no es efectivo que de ganar el Apruebo, este tenga que igualar la votación del plebiscito de entrada. Obviamente, siendo preferible un amplio triunfo del Apruebo, debido a la profundidad de la fractura social que tiene el país y a la necesidad latente de cohesionarlo, bastaría un voto de diferencia – comprobable y verificable por las Instituciones correspondientes, en todo caso -, para cerrarlo. En consecuencia, el plebiscito de salida se gana o se pierde con la mitad más uno de los votos y eso vale tanto para el Apruebo como para el Rechazo.

Con todo, atendidos los antecedentes de esta última opción, su terrorismo ideológico  y el miedo que, una vez más, presiden su campaña, importante resulta el  rol de las instituciones sobre las que descansa  el proceso electoral, tanto como el control social el día de la votación y el escrutinio de los votos. El Rechazo, a pesar que su día a día consiste en mentir, tergiversar y conspirar, aún no se encuentra del todo desplegado, y no hay que subestimarlo.

Algunas de las más recientes versiones,  sugieren que para “Modificar” es necesario “Rechazar”. Un simple juego de palabras, una semántica bien poco ajustada a la realidad de los hechos en términos del proceso político de los últimos 32 años, en el que ese sector ha vivido rechazando y bloqueando toda perspectiva de cambio, e inexistente en cuanto al procedimiento que está claramente definido  en el ya citado acuerdo por la paz.

Una última versión, es la que nos sugiere el economista Sebastián Edwards, publicada en Emol el día miércoles 11 de mayo del corriente.

En lo sustantivo, Edwards  propone empezar todo de nuevo votando Rechazo en el plebiscito de salida. Al no haber Constitución – porque la de Pinochet hasta la UDI la da por muerta -, plantea una “interina”: Esta sería la propuesta de Constitución  que se trabajó en el gobierno de Bachelet 2,  que la derecha tiró al tacho de la basura tan pronto llegó de regreso al gobierno.

La propuesta constitucional de Bachelet 2, agrega Edwards, “estaría vigente durante el período necesario para repetir el ejercicio constitucional con calma y sin atolondramientos. Porque la verdad es que el desencanto con la Convención proviene de su trabajo improvisado.”

Edwards se demora poco en tirar por la borda la  incertidumbre que tanto uso y abuso hacen los economistas de este término.  ¿Le parece poca la incertidumbre ambiente ya existente en la economía, generada casi en simultáneo por la pandemia, la guerra en Ucrania que ha encarecido los costos de los insumos básicos para la alimentación de los chilenos, como el pan y otros derivados del trigo, la crisis climática que refuerza las anteriores, además de nuestra propia crisis política, Institucional y de representación que desembocó en la revuelta social?

Hasta ahora la crisis a la que nos condujo el neoliberalismo está parcialmente contenida y canalizada en el acuerdo por la paz que regula a la Convención y también por la existencia de un gobierno transformador como el del Presidente Boric.

Sin embargo, la crisis no está superada. Por más que se busque prolongar el efecto “oasis” de Piñera, negar las causas que originaron la implosión de la sociedad, solo nos aleja de la posibilidad de encarrilar al país hacia una paz social duradera, con crecimiento económico, pero con distribución justa de la riqueza. Pareciera ser que a algunos sectores poco les interesan los síntomas de descomposición que representan las bandas de delincuentes altamente armados, la falta de Estado en distintos lugares del territorio, y  las dificultades para hacer cumplir las normas mínimas de convivencia de una comunidad política que se precie como  tal.

No caeremos, por otro lado, en la tentación de entrar a comparar el intento genuino del gobierno de la presidenta Bachelet 2 y las propuestas de reformas que propuso su gobierno, versus el trabajo de la Convención que está comenzando a llegar a su fin.

Con todo, la opinión del economista Edwards, que se respeta en tanto  forma parte del debate que naturalmente va más allá de la Convención, es cuestionable por no hacerse cargo de la realidad social y política del Chile de hoy. Y es falsa en cuanto a  que la Convención haya realizado un “trabajo improvisado”.

La Convención representa justamente la posibilidad de darnos un nuevo orden constitucional que reordene positivamente nuestra convivencia. Nada de lo que a cada uno le gustaría, los énfasis que pondría en tal o cual materia, empañan lo grueso, el sentido ni la dirección a seguir por nuestro país hacia el futuro. Por eso mismo, las “dudas” del senador Fidel Espinoza en relación al plebiscito de salida, resultan bien reprobables.

El tiempo reconocerá el trabajo de aquellos convencionales que se la jugaron para que Chile reordene su convivencia a partir de un Estado Social Democrático de Derecho. Porque es justamente un modelo de organización de la sociedad civilizatorio y moderno, al combinar derechos civiles, sociales, políticos y económicos.

No es un modelo perfecto, porque no existen. Tampoco resolverá todos los problemas de la noche a la mañana, pero es un camino de salida a la crisis, y probadamente exitoso en el caso de los países que lo han implementado. Tanto es así, que los países que mejor han resistido la ola neoliberal han sido justamente estos y son los que cuentan con mejores bases institucionales, materiales y los conocimientos necesarios para avanzar y resolver sus problemas según sean sus realidades.

Además del punto anterior,  existen a lo menos dos más que quisiera destacar. Uno, descentralización del poder político hacia las regiones. Dos, mayoría sin cerrojos, al determinar en el proyecto de Nueva Constitución, quórums más flexibles a los actuales  2/3, de modo que las mayorías puedan en el tiempo expresarse democráticamente y la Constitución pueda por tanto adaptarse a las nuevas realidades.

Todo ello pareciera ser algo muy radical,  refundacional y una serie de otros adjetivos calificativos que sectores del Rechazo  han usado desde antes que comenzara a funcionar la Convención, que han tratado, a como dé lugar y a cualquier precio, que el resto de la sociedad se vea reflejada en sus intereses y privilegios.

“Los hombres son tan dispuestos a obedecer las necesidades presentes, que uno que engaña siempre encontrará quienes estén dispuestos a ser engañados”, escribió en su tiempo Bertrand Russell.

Así como están las cosas, para ir cerrando, el triunfo del Apruebo pasa por explicar los alcances y también las limitaciones del proyecto de Nueva Constitución, pero por sobre todo conseguir que los argumentos del que engaña sean acotados a quienes estén verdaderamente dispuestos a seguir siendo  engañados.

 

TAGS: #NuevaConstitución Convención Constitucional Plebiscito de Salida

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