El pasado 18 de enero culminaba en Valencia un periodo de abuso del gobierno autonómico actual. A los años de corrupción y despilfarro, donde se han desatendido las inversiones en cuestiones básicas relacionadas con el sector público (educación, sanidad…), que han llevado a los ciudadanos y ciudadanas a la más absoluta crisis, no sólo monetaria sino también identitaria, ahora hay que sumarle un paquete de medidas económicas restrictivas, aprobadas con mano de hierro y a golpe de Decreto-Ley, que afectan a un amplio sector del funcionariado valenciano y a la calidad de los servicios que éstos ofrecen a la ciudadanía.
La reacción social no se hace esperar, empiezan las movilizaciones: concentraciones en los centros de trabajo, encierros en centros públicos y una serie de manifestaciones, con un número de asistentes considerable, que exigen la retirada del “decretazo”. A la callada que se recibe por respuesta por parte de los responsables, los trabajadores y trabajadoras optan cada jueves, desde aquel 18 de enero, por mostrar su rechazo en la calle.
El 15 de febrero un grupo de estudiantes del IES Lluís Vives (situado en el centro de Valencia y de larga tradición reivindicativa) apoyan la protesta de sus profesores, en tanto que se sienten damnificados por la escasez de recursos que recibe la escuela pública. De esta manera, para dar una mayor visibilidad a la disconformidad con el Consell, deciden bajar cinco minutos a la calzada y retener el tráfico. La Policía Nacional española, obedeciendo órdenes de la delegada del Gobierno Paula Sánchez de León, acude a disuadir y detiene a un joven menor de edad.
No será hasta el día siguiente cuando se pretende hacer un pulso, de manera desequilibrada, en las calles de la capital valenciana: a otra manifestación programada a priori por el movimiento estudiantil contra los recortes sólo había que añadir la noticia de la retención de un compañero: la indignación se respira, cada vez son más jóvenes los que se suman para decir basta a las estafas políticas. Las fuerzas de seguridad desenfundan las porras sin consideración y sacan las esposas para sofocar las demandas. Aparecen los primeros heridos, los detenidos se multiplican, los apoyos aumentan. El viernes 17 de febrero las puertas de la comisaría de la calle Zapadores son un verdadero hervidero, los excesos policiales hacen salir a la calle a cientos de personas anónimas y a todo tipo de organizaciones de base social para exigir, de manera pacífica, la liberación de los detenidos. La contestación de la delegación del gobierno español es, de nuevo, la de cargar violentamente contra los allí presentes. Sin miramiento, sin respeto, sin solidaridad… hacen oídos sordos a las demandas de sus conciudadanos, amparados en sus uniformes azules (que más bien recuerdan otras épocas pasadas y grises) se creen poderosos y dignos de sembrar el pánico.
El verdadero terror se vivió, en cambio, el lunes 20 de febrero. En las nuevas acciones reivindicativas, que se sucedieron desde el mediodía (a la hora de salida del instituto) hasta bien entrada la noche, la cacería a la que fuimos sometidos los presentes en el centro de la ciudad era digna de una dictadura. No había escapatoria: las calles resultaban ratoneras, donde cada esquina podía quedar salpicada de sangre inocente o donde los cuerpos resultaban amoratados por reivindicar un derecho legítimo.
Sin escrúpulos, sentimos el aliento voraz de unos “matones” al servicio de un supuesto orden callejero, que aplastaba, en realidad, la dignidad de cientos de personas. Nuestra única opción era correr, sin mirar atrás, sin un destino concreto; no había refugio. Parecía una pesadilla de la que no podíamos despertar…El estruendo de los disparos (de pelotas de goma) generaron, más si cabe, el temor: no sabíamos quién podría ser la diana.
Las secuelas físicas y psicológicas de la ola de violencia policial son evidentes, han dado la vuelta al mundo las imágenes y vídeos de las cargas. La respuesta del movimiento estudiantil, juvenil y de la población en general fue, nuevamente, ejemplar. Al día siguiente, libro en mano, la concentración a las puertas del IES Lluís Vives se convirtió en una marea ciudadana. A la brutalidad de las fuerzas de “seguridad”, que no es más que la virtud de los necios, se impuso el valor democrático de la cultura.
El día 22 se convocó una manifestación de urgencia, donde la respuesta fue masiva. La repulsa y condena a la violencia fueron el leitmotiv de la marcha. Se veía un trasfondo por encima de todo: la solidaridad en la lucha había provocado que la primavera llegara antes de hora a Valencia. Florecía el cambio.
* Anna Laura Díaz es estudiante universitaria e integra la Intersindical Jove – Intersindical Valenciana.
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1 Comentario
vasilia
«La reacción social no se hace esperar». Ese es precisamente el problema, que tardo demasiado, tardo años, y ahora ya es tarde. Cualquiera que tuviera ojos podía ver el derroche y la corrupcion en esa región española (en realidad en España), pero la gente parecía ciega, al punto que negaban y siguen negando que hay un monstruoso lavado de dinero de las mafias de droga y seres humanos. Muchos valencianos estan convencidos que Camps es inocente porque fue absuelto, sin siquiera querer oir una palabra de la grave corrupcion en la que esta hundido el Poder Judicial español Que recien se dieron cuenta y se se esten manifestando es una clara muestra del lavado de cerebro que se les ha hecho a los españoles durante mas de 20 años, haciendoles creer que todo era perfecto y estos creyendolo porque «no somos America, no somos una republica bananera, somos la octava potencia, somos fundamentales para la UE, somos desarrollados». Ahora ya es tarde. Sus años de ceguera los tiene en una crisis peor que la del 29, con toda la UE en contra (años y años de advertencias no aceptadas pasan factura) y sin ninguna posibilidad de salir, porque todo depende de algo que España no tiene: una sociedad unida. Los vaalencianos luchan por ellos, les importa un comino el resto de las regiones, los catalanes hacen lo mismo, los vascos idem… Es dificil sentir empatia por un pueblo que se ha labrado solito su autodestruccion