Durante un día cualquiera en la Universidad Católica Silva Henríquez, la profesora Sybila Oxley intentaba desarrollar su clase de forma normal; sin embargo, se vio en la obligación de interrumpirla y salir de la sala a pedir silencio a un grupo de aproximadamente setenta estudiantes que se encontraba de fiesta en horario de clases. La situación no mejoró; al contrario, empeoró. Así mismo lo relata la profesora en una carta abierta a la comunidad donde menciona que: “intenté conversar con tranquilidad mientras entre palabras, llovieron insultos como “maraca culiá”, finalmente mientras me retiraba por temor a posibles agresiones físicas, a coro me gritaron “puta” varias veces.”
Duele leer esas palabras. Sin embargo, más le dolió a ella y más nos debiera doler como comunidad. Tenemos el deber de que dicha situación no pase inadvertida en una universidad como la nuestra que se sostiene sobre los principios y el legado del Cardenal Raúl Silva Henríquez; férreo luchador por los derechos humanos durante el periodo de la dictadura militar en Chile. El respeto por los derechos mínimos de la persona debe ser una premisa ante toda situación que ocurra tanto dentro de nuestra casa de estudios como fuera de ella y en lo sucedido con la profesora aquello estuvo lejos de ser realidad. Es inaceptable la denostación y humillación a la que ella fue sometida tan solo por el hecho de intentar defender el derecho de sus estudiantes a poder llevar a cabo sus clases en un ambiente propicio.
Ante esto, cabe por supuesto preguntarse ¿Cómo podemos pregonar discursos de educación no sexista y a la vez permitir que este tipo de situaciones ocurran o incluso ser parte de ellas? Por un lado, es indispensable que hoy nos planteemos este tipo de cuestiones junto con la forma en la que nos vamos a desarrollar una vez que seamos profesionales; sobre todo, en una universidad donde el servicio a la sociedad es un imperativo constante. Por otro lado, y derivada del movimiento feminista y LGTB, la educación no sexista se configura como uno de los ejes del movimiento estudiantil hoy en día; una educación que no discrimine, que enseñe y acepte la diversidad como lo que es: algo normal. Constantemente las mujeres nos vemos violentadas en casi todos nuestros espacios y aquello además es perpetuado por un sistema que lo permite. Entonces, hoy como estudiantes demandamos una educación distinta. No obstante, cabe cuestionarse para quiénes, ¿Solo para nosotros o para la sociedad en general? El cumplimiento de nuestras demandas debe partir por casa, lejos de los egoísmos cotidianos y hoy hemos fallado rotundamente en aquello.
Como Consejera Universitaria, mujer y estudiante le ofrezco disculpas públicas a la profesora en nombre de mis compañeras y compañeros que ejercieron y fueron testigos de tales humillaciones.
Finalmente, como Consejera Universitaria, mujer y estudiante le ofrezco disculpas públicas a la profesora en nombre de mis compañeras y compañeros que ejercieron y fueron testigos de tales humillaciones. Creo que esto no es responsabilidad exclusiva de quienes la agredieron, sino que de quienes somos cómplices y día a día propiciamos o “dejamos ser” los distintos tipos de violencia machista en nuestra universidad y espacios en general. Esto no es un caso aislado, solamente es explícito; día a día se sostienen miles de situaciones similares a las que les bajamos el perfil. Sobre eso mismo es que hoy la lucha debe ser de toda la comunidad UCSH. Porque en nuestra universidad, tal como en la sociedad en general, la violencia machista existe y debemos hacernos cargo.
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