Es preciso entender muy bien la química del litio y entregar un fuerte apoyo para las investigaciones científicas que realizan las universidades y centros de excelencia. La política industrial debe estar articulada con una política científica y tecnológica que impulse la innovación.
Hay cosas que cuando empiezan mal, solo empeoran.
Fue el caso de la fallida licitación del litio que le costó el cargo al subsecretario de minería, Pablo Wagner, en rigor, por la liviandad conque el ministerio asumió el proceso.
Pero mientras una puerta se cierra, otras se abren, y surge por ejemplo, la oportunidad de crear una institucionalidad clara y transparente para la adjudicación, exploración y explotación del litio, que incluya la defensa del medio ambiente. Y al mismo tiempo, definir una política industrial para el litio, basada en el desarrollo de una industria nacional, la inversión extranjera y el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación.
Investigaciones recientes sobre el desarrollo económico muestran que la composición de las exportaciones impacta el crecimiento. Por ello, no solo importa cuánto se exporta, sino qué se exporta.
Mientras más sofisticada es la canasta exportadora, mayor es el crecimiento en el largo plazo, lo que está íntimamente ligado a las capacidades locales de agregar conocimiento, generar productos más sofisticados, mejorar la participación en el mercado y elevar la tasa de crecimiento de largo plazo.
Una política industrial para el litio le abre a Chile la oportunidad de entrar a una industria de futuro.
Ya existe una gran variedad de productos que utilizan el litio, como baterías recargables, pilas para celulares, notebooks, tablets y miles de artículos tecnológicos que inundan el mercado.
Sin el litio, se dice, la telefonía móvil no existiría. Están también las aplicaciones en instrumentos médicos y grandes proyecciones en la producción de vehículos eléctricos. El litio, como principal elemento de los dispositivos de almacenamiento de energía de última generación, constituye un eslabón estratégico en el desarrollo de las energías alternativas y sus aplicaciones.
Son varios los factores que gatillarán un aumento considerable en el parque automotor eléctrico, en desmedro de los vehículos convencionales de combustión interna. A la cada vez mayor escasez de petróleo, con su consiguiente aumento de precio, se suma la creciente necesidad de reducir las emisiones de gases contaminantes, en particular el CO2, principal emisión de los vehículos convencionales. Al 2020, se espera un crecimiento de las ventas de las baterías de ion litio desde 11 mil millones de dólares a 43 mil millones en el 2020.
Pero el desarrollo de una nueva industria no es trivial. Dado el grado de globalización y competencia en que vivimos, difícilmente un país pueda avanzar sin tener una política industrial.
Por otra parte, el desarrollo de un nuevo sector depende de actividades complementarias que no siempre existen.
Así por ejemplo, cuando las rentabilidades son inciertas, se otorgan incentivos; si no existen capacidades locales se crean estímulos para la atracción de inversión extranjera.
La construcción de capacidades de gestión local y de calificación de la fuerza de trabajo también forma parte de una política industrial. Todos estos factores son los que permiten diversificar la producción hacia rubros donde la demanda crece más rápido y el efecto multiplicador sobre el resto de la economía es mayor.
Es preciso entender muy bien la química del litio y entregar un fuerte apoyo para las investigaciones científicas que realizan las universidades y centros de excelencia. La política industrial debe estar articulada con una política científica y tecnológica que impulse la innovación.
En un reciente simposio internacional, efectuado en Argentina, los desafíos planteados fueron cómo recuperar el litio sin alterar el agua, considerando que actualmente por cada tonelada de litio que se extrae se pierden entre 1 y 10 millones de litros de agua.
También se abordó cómo darle valor agregado a las sales de litio, si un kilo de carbonato de litio cuesta seis dólares, un kilo de litio metálico más de 100 dólares y un kilo de fluoborato de litio puede costar mil dólares.
Chile tiene un nivel de sofisticación productiva extremadamente bajo, pues se ha especializado en productos que están desconectados del nivel de calificación y capacidades requeridas para la producción de alto valor agregado. Todo esto se traduce en reducidas posibilidades para una transformación espontánea. Por eso, la explotación del mineral debería ser la ocasión para que Chile dé un nuevo impulso al desarrollo industrial y a la ciencia y tecnología del país.
No hay fórmulas mágicas: para agregar valora los productos industriales y abrir nuevos mercados, la experiencia global está a la vista.
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