Finalizado el Segundo Seminario de Políticas Culturales, organizado por el Observatorio de Políticas Culturales, me parece relevante reflexionar sobre la ausencia del rol de Internet respecto a la creación y circulación de la cultura (o de los bienes culturales).
Primero, creo que es importante felicitar a los organizadores por el desarrollo de esta instancia, por la organización de paneles de discusión sobre la relevancia de la cultura y la institucionalidad necesaria para promover el desarrollo artístico, y sobre todo por ayudar a poner sobre el tapete temas de discusión relevantes (en este sentido, esta columna es “hija” del seminario).
Sin embargo, la ausencia de Internet como tema de discusión y la no consideración del público (o consumidor) dentro del espacio de debate me parece un síntoma peligroso de nuestra relación como sociedad con las tecnologías de la información.
Algunos de quienes expusieron organizaron sus presentaciones con un eje en lo digital (el más destacado de los que me tocó presenciar en este sentido fue Bernardo Jaramillo, representando al Cerlalc en la mesa de fomento al libro), pero como parte del programa y de las reflexiones generales, la relación entre cultura e Internet no fue un tema de tratado en profundidad.
En este sentido, creo que sólo Manuel Antonio Garretón, y muy a la rápida, fue capaz de poner una pregunta general sobre el rol de Internet. Parafraseando, dijo algo así como: “…y también hay que preocuparse de los twitters y los facebooks, por lo general los chilenos actuamos sobre ellos solo como consumidores y no somos capaces de analizarlos”.
Esto trae consigo un problema. Creo que evitar hablar sobre el vínculo entre cultura e Internet, sólo lleva a “demonizar” su rol como una destructora de las industrias creativas que sobreviven gracias a los regímenes de propiedad intelectual (puestas en tela de juicio por las prácticas cotidianas del uso de Internet).
El principal riesgo de dejar de lado Internet, tan solo por defender los modelos de negocio de estas industrias, es que estamos evitando mirar mecanismos que facilitan cada vez más la circulación de la cultura y el financiamiento de artistas por medios poco tradicionales (como el crowdfunding). La circulación y la creación de cultura es cada vez más sencilla gracias a los desarrollos tecnológicos.
Otra de las posibilidades que perdemos al dejar de lado al Internet en la discusión, tiene relación con la desigualdad de acceso a la cultura, uno de los temas tratados en el seminario. Internet, solo por existir, está constantemente cuestionando una forma de entender el desarrollo artístico que se ha construido bajo categorías ideológicas: Bienes culturales, consumo cultural, emprendedores, gestores, mediadores.
Todas estas categorías entran en tensión con la vida cotidiana en Internet, donde la terminología dominante tiene que ver con conceptos como compartir, colaborar, co-producir, distribuir.
Frente a las desigualdades económicas del país, con sueldos mínimos incapaces de asegurar la subsistencia, la única consecuencia lógica de la idea de “consumo cultural” es la exclusión y la segregación en relación al acceso a la cultura.
Una de las posibilidades de romper con esta exclusión es la distribución libre y la colaboración en el desarrollo de nuevas formas de financiamiento para los artistas que rompen con el modelo de “consumo cultural”, y creo que sobre todo en Chile estamos al debe en relación a las respuestas posibles a este nuevo problema.
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Foto: Kalexanderson / Licencia CC
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mcoloma
Coincido en la necesidad de colocar el tema de internet en el centro de los debates sobre políticas públicas en materia cultural. Buena parte de la pregunta sobre cómo mejorar el acceso a los bienes culturales pasa, primero, por responder qué internet queremos. Justifico, sin embargo, el diseño del seminario del OPC: coincide con el modo en que el Estado define el alcance de sus políticas culturales, básicamente orientadas por dos ejes: el apoyo a la creación y el fomento a las industrias creativas. Es justamente ese diseño estatal el que debemos cuestionar y, de hecho, el mismo Manuel Antonio Garretón lo hizo en su exposición con una pregunta provocadora: ¿por qué no tenemos una institucionalidad cultural que vise ciertos proyectos de edificación, como el Costanera Center o el Mall de Castro, a través de un análisis de impacto cultural? El desafío es permear con la perspectiva cultural los debates que, por ceguera y soberbia técnica, siguen condenados a zanjarse en los dominios de áreas específicas, como el urbanismo, la tecnología o la economía. Sin caer en el argumento inoperante de que todo es cultural, la perspectiva cultural debiera cruzar debates como qué ciudad queremos, qué internet queremos, cómo vamos a democratizar el acceso a los bienes culturales.