Cuando representantes de la altas jerarquías de las iglesias Católica o Evángelica salen el paso de propuestas a favor del a igualdad legal para lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) recurren a calificativos violentos y ofensivos, lo que explicita una incapacidad para defender los principios que dicen promover desde el respeto, la paz y la armonía.
“Aberración”, “anomalía”, “error”, “esquizofrenia” y “mal” son parte de algunos de los nombres que recientemente han dado al amor entre personas del mismo sexo el cardenal Francisco Javier Errázuriz, los obispos de San Bernardo, Juan Ignacio González Errázuriz y de Chillán, Carlos Pellegrín, el auxiliar de Santiago, Fernando Chomalí o el cardenal Jorge Medina, quien calificó a la homosexualidad como un defecto asimilable a la “falta de un pie un ojo o una mano”.
Gracias al trabajo sistemático las organizaciones de la diversidad sexual, a los profundos cambios culturales experimentados en Chile y al desprestigio que afecta a la Iglesia Católica a raíz de sus propias acciones, cada vez son menos los representes de la clase política que comulgan y/o aceptan que un grupo de seres humanos sea calificado de “aberrante”.
Sin embargo, y a raíz de la propuesta de matrimonio homosexual del senador Fulvio Rossi, ha quedado en evidencia que en la mayoría de los parlamentarios existe una fuerte oposición a este tipo de vínculos y para ello recurren justamente a las argumentaciones menos virulentas de la Iglesia.
Dicen que “el matrimonio es por naturaleza la unión entre hombre y una mujer” a lo que los más conservadores y discriminadores añaden que el vínculo homosexual tiene como efectos el debilitamiento de la familia y de la sociedad.
Estos políticos, que pertenecen a la Izquierda, el Centro y la Derecha, tienen el mismo problema que la Iglesia en el sentido de que nunca han dicho, ni menos demostrado o citado investigaciones o experiencias respecto de que el matrimonio sea natural, exclusivo de la unión entre hombre y mujer o que la relación homosexual derive en problemas para las familias o la sociedad.
El matrimonio es una invención de los seres humanos y cuando los Estados se separaron de las religiones, automáticamente debieron promover la igualdad legal para todas las personas y familias, sin discriminaciones de ningún tipo. Pero eso no ha ocurrido en Chile, donde gran parte de los políticos son cómplices o gestores de vulnerar la laicidad, la Carta Magna y los DDHH de un sector de la población al cual no se aplica la regla constitucional de que todos nacemos iguales en dignidad, deberes y derechos.
Sin pudor, y de izquierda a derecha, vemos cómo autoridades de todos los poderes del Estado debaten sobre si corresponde o no dar a un grupo de seres humanos la igualdad legal, debate que es, por donde se mire, insensible y descarnado y que nos recuerda la misma situación vivida por las mujeres o los pueblos originarios.
Otros, por convicción o por cálculo electoral, son más suaves y justifican su oposición en la idea de que “Chile no está preparado” para la igualdad legal de la diversidad sexual. Pues bien: según todas las encuestas efectuadas desde el 2003 a la fecha, la mayoría de los chilenos y chilenas es favorable a una ley contra la discriminación y a las uniones civiles entre personas del mismo sexo, pero ambos proyectos se encuentran estancados en el Congreso Nacional. Y respecto del matrimonio, la adhesión ya está bordeando el 45 por ciento.
Más aún, preparada o no la ciudadanía sobre estos tópicos, los derechos humanos jamás deben plebiscitarse o quedar al arbitrio de las mayorías o las minorías, pues son universales, debiéndose respetarse en todo momento y lugar, siendo obligación del Estado garantizar ello.
Acá los sectores que se dicen progresistas tienen una clara deuda humana pendiente. Contribuyeron desde diversos frentes a mejorar las condiciones políticas, sociales y económicas del país, pero siempre han mostrado escaso o nulo interés con los derechos de las minorías sexuales, cuyo avance en nada afecta, entorpece o condiciona la realización de otras tareas favorables al país, pudiendo bien ser paralelos.
Esta situación causa asombro en grupos de derechos humanos de diversos países, en especial en el movimiento LGBT mundial, pues ninguna nación que ha logrado la estabilidad macroeconómica con la que goza Chile, es tan retrasado sobre la realidad de la diversidad sexual. Ninguno, pues los otros pudieron hacer varias cosas a la vez.
Es de esperar que los derechos humanos no sigan condicionándose a las creencias religiosas, que el Estado laico sea efectivo y que quienes tienen palabras de buena crianza con un sector de la población históricamente discriminado pasen del discurso a la práctica. El trabajo más difícil, es de la sensibilización social y de la transformación cultural que en este plano correspondía lo hubiese hecho el Estado, ya lo hizo el movimiento de minorías sexuales. Ahora faltan las leyes y políticas públicas, cuya aprobación depende de la voluntad de las autoridades.
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Foto: elquintopoder, basada en la imagen Gay Marriage Legalized in DC; Oral Roberts Drops Dead, de Mike Licht, NotionsCapital.com / Licencia CC
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