Los resultados fueron tajantes: personas comunes y corrientes que no tenían ninguna “mala intención”, podían fácilmente olvidar toda ética y adoptar actitudes terribles cuando se encontraban justificadas por un rol de poder.
En 1971 el psicólogo estadounidense Philip Zimbardo, realizó uno de los experimentos más impactantes que haya visto el mundo. En una cárcel ficticia encerró a un grupo de voluntarios y les dio la instrucción de representar un rol que podía ser tanto el de prisionero como el de guardia. Los participantes fueron divididos al azar y a cada equipo se les entregó trajes representativos del papel que desempeñaban.
La duración del experimento sería de un mes y el objetivo era analizar el comportamiento de las personas cuando desempeñaban un rol determinado en una estructura social. Sin embargo, el estudio se salió de control en un par de días: los guardias comenzaron a ejercer tratos humillantes contra los presos, quitándoles la comida, obligándolos a dormir desnudos en el suelo, golpeándolos, etc. A su vez, los prisioneros se alzaron en un motín que terminó en violencia extrema, por lo que antes de una semana el experimento fue cancelado.
Los resultados fueron tajantes: personas comunes y corrientes que no tenían ninguna “mala intención”, podían fácilmente olvidar toda ética y adoptar actitudes terribles cuando se encontraban justificadas por un rol de poder.
Esta semana hemos presenciado una trágica demostración de esta conclusión. Hace unos días los guardias de la estación Pudahuel del Metro, humillaron a un músico ciego que tocaba armónica sentado en un pasillo. Bajo el pretexto de que era un estafador, lo echaron violentamente del lugar ante la mirada atónita de los testigos y a pesar de que éste, evidentemente, tenía problemas al desplazarse y se encontraba asistido por su perro lazarillo. Ese día el joven llegó destrozado donde su familia y les comentó que no era la primera vez que esto ocurría. Horas más tarde se suicidó.
Aunque probablemente ninguno de los guardias agresores podría haber dimensionado las consecuencias de su actuar, la situación causa, de todos modos, profunda indignación, pues para nadie es extraño ver cómo sujetos que ostentan un grado ínfimo de poder lo utilizan desconsideradamente en contra de aquellos que en su determinado contexto son más débiles.
Desde el chofer de la micro que con prepotencia le cobra la tarifa adulta a un estudiante, hasta el jefe déspota que abunda en las oficinas, ninguno está a salvo de convertirse en un tirano en el instante mismo en que olvida la dignidad común de todos los hombres y, justificándose en una autoridad absurda, atropella a sus pares. La historia de Chile está llena de estos personajes que han cometido las mayores aberraciones amparándose en las órdenes de un superior o en el anonimato que les entrega el actuar en grupo.
Vejaciones como ésta ocurren todos los días contra las personas más vulnerables y necesitadas de resguardo, como son los discapacitados, los niños, los ancianos y los pobres, mereciendo un repudio general y la aplicación de medidas ejemplares que eviten que se repitan arbitrariedades parecidas. No sólo los responsables directos deben hacerse cargo de sus actos, sino también las instituciones que no han sabido formar y controlar a su personal.
Urge reflexionar sobre cómo se instruye a quienes tienen un papel de autoridad y cuáles son los límites que se les deben imponer, así como sobre el rol que cumplimos los testigos de tales situaciones. Conviene recordar que los dictadores y los cómplices pasivos no solo se encuentran en las altas esferas de poder sino también en cada escenario de la vida cotidiana, y que si hoy no nos ponemos firmes contra las “pequeñas dictaduras”, no podemos pretender mañana evitar las grandes.
Comentarios
14 de marzo
Conviene recordar que los dictadores y los cómplices pasivos no solo se encuentran en las altas esferas de poder sino también en cada escenario de la vida cotidiana, y que si hoy no nos ponemos firmes contra las “pequeñas dictaduras”, no podemos pretender mañana evitar las grandes.
MUY CIERTO!
+7
14 de marzo
Muchas gracias por esta crónica. La muerte del Pipe también deja expuesta otra realidad, la de los jóvenes
chilenos que tienen una cultura muy distante a la impuesta por el sistema educativo y el régimen capitalista, donde la inclusión no es una palabra, donde las personas sólo «son»…la discapacidad es un invento de los que nos creemos normales, y desde ahí nos «venden» lo que, supuestamente, ayudaría a ser menos discapacitados….en este país, todos los que diariamente dejamos nuestras vidas y salimos a la calle para fabricarle dinero al sistema, todos los que no tenemos libertad de elegir porque las oportunidades escasean…todos somos discapacitados discriminados…Felipe Díaz Brito es un símbolo de la cultura juvenil chilena más popular, la que se origina en lo tribal y en las entrañas mismas de nuestro pueblo.
+6
15 de marzo
Exelente cronica ,ojala las seudo autoridades de este pais tomen las acciones pertinentes…
+2
15 de marzo
Muchas gracias Oscar Cornejo.
+6