Se ubican acompañando un semáforo o un paradero de bus, enterrados detrás de cerros de dulces, hacen ventanas (las ventanas de verdad) y están a un brazo de distancia del cliente
Un mordisco a la manzana, llenos de sabiduría. A diario informan al país y de su territorio, porque el suplementero conoce su territorio, aprendió o se enteró en la conversación corta, esa que va de yapa por la compra (más de alguna vez compraste algo sólo para preguntar por una calle). Los suplementeros comparten en su ADN con la gente del mercado central, pues algún parentesco tienen (deben ser primos).
Pagan más impuestos a la municipalidad que un supermercado, uno de ellos (Manuel Plaza) nos entregó nuestra primera medalla olímpica en Amsterdam 1928, donde corría solo alrededor del parque O’Higgins sin ayuda ni aportes estatales, es decir a puro ñeque.
Se ubican acompañando un semáforo o un paradero de bus, enterrados detrás de cerros de dulces, hacen ventanas (las ventanas de verdad) y están a un brazo de distancia del cliente. Sortean al alcalde de turno y su «creatividad” que llega a imponer su «buen gusto”: que sean pintados de un color normado y chillón, que tengan la forma de cohete de moda, que sea de gusto del alcalde. Los mueven, eliminan y acosan con inspectores a veces a diarios.
¡Hasta cuándo! Son mucho más que un Dióscoro Rojas (el “ Federico Sánchez “de los suplementeros). Entiéndase caricatura o personaje asociado a un oficio en particular.
Su simpatía está alimentada a través de artículos breves (hijos de la relación de las revistas Conozca Más y la extinta Mecánica Popular, son los MacGyver de las esquinas, en resumen, un gran aporte. Merecen todo nuestro respeto, construyen la esquina, aportan a los barrios y aún fían. Le cuidan el auto al jetón que lo estaciona al lado, barren la vereda y más encima pagan derechos de aseo, adivine a quién.
Intensos contenedores de nuestra cultura, hasta cerrados aportan, pues los usan como baño público. Por eso ya casi no hay en el barrio alto, porque pertenecen a otra cultura, sí a la nuestra, la del tercer mundo; son parte de nuestro patrimonio: el kiosco de Valparaíso, sí, ese con el perro en la puerta.
Vanguardistas, maquinas del diseño sustentable: el perro de ropa para sujetar las revistas, reyes de la autoconstrucción, complejas estructuras metálicas adosadas a la nave madre se interponen al agua lluvia o aleros al sol, surgen espontáneos para mejorar el “diseño municipal”.
Sí, hay que cargarles la bip. Sí, les hago un queque, se lo merecen.
Gracias suplementeros por su aporte a través de los años. ¡Viva Chile, mierda!
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