Una parte importante de lo que conocemos sobre la realidad y el mundo está intermediado. Nuestra percepción sobre lo que es cierto o no, nuestra noción del pasado y lo que sabemos del presente se basa en lo que nos han contado. Y lo que imaginamos del futuro, también. Es muy poco lo que efectivamente hemos experimentado en carne propia (con nuestros sentidos), de lo que podemos dar fe. Si el corpus de nuestras concepciones se basara en la máxima “ver para creer”, en muy poco podríamos confiar.
Madres, padres y pares nos contaban la historia. Y también lo que había más allá. Se transmitía el conocimiento de generación en generación. Luego llegó la tecnología de la comunicación a distancia (y en el tiempo), que desde hace miles de años ha moldeado nuestro pensar. Manos pintadas en piedra, señales de humo, cartas, libros, fotografías, radiodifusión y televisión han sido artilugios para ir más allá de nuestro limitado espacio vital temporal.La tecnología está avanzando a pasos agigantados en un mundo donde las certezas se diluyen. Y con ellas, la confianza, donde pagarán justos por pecadores
Somos, en el fondo, una especie dependiente de lo que otros relatan. Directa o indirectamente. En el fondo, vivir es un acto de fe. Ya lo ha dicho Yuval Noah Harari en “De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad”, al referirse a todo el sistema legal, de justicia, institucional e incluso de derechos humanos: “Y, no obstante, ninguna de estas cosas existe fuera de los relatos que la gente se inventa y se cuentan unos a otros. No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos”.
Gracias a esto sabemos que el abuelo llegó en barco… nuestros padres así lo dijeron. Que Arturo Prat dio el tremendo salto desde la Esmeralda al Huáscar… aparece relatado en los libros de historia. Y que hicimos esa tremenda rabieta cuando cumplimos un año… está la foto que da cuenta de aquello.
Diferencias en la interpretación del pasado y de la realidad presente, cuando no tergiversación y falsedades, ha habido siempre. Mal que mal, dicen que la historia la escriben los vencedores, borrando de un plumazo las virtudes de los perdedores, con escasas excepciones claro está.
Pero no somos sólo nosotros como individuos quienes nos sustentamos en la intermediación de la información. Todo nuestro sistema social se para en esta práctica. Uno donde en los últimos 200 años la reproducción de imágenes ha monopolizado nuestras vidas: los primeros intentos exitosos de plasmar la realidad visual en algún soporte datan de 1820-1830, de la mano de Joseph Nicéphore Niépce y Louis Daguerre.
Hasta ahora, la imagen nos ha permitido discernir lo cierto de lo falso. Incluso el sistema legal se alza sobre éstas: los procesos probatorios las consideran para discurrir sobre autores de actos delictuales. Y qué decir de las redes sociales, donde son esenciales para formarse opinión sobre todo, encendiendo la mecha de reacciones que en ocasiones van mucho más allá del dedito para arriba, dedito para abajo.
Todo esto hoy está en duda. En el mundo de las deep fakes, ayudadas por sistemas de inteligencia artificial, ya no bastará con una imagen o un video para saber si algo es cierto o no. Como el reciente caso del Papa Francisco, fotografiado usando ropa a la última moda, que generó airadas reacciones en redes sociales. O Donald Trump siendo arrestado. Algo que hoy está a la mano de cualquiera.
Aunque en ambos ejemplos posteriormente se difundió la falsedad de las imágenes, está comprobado que corregir una noticia falsa nunca es lo suficiente efectivo. El daño ya está hecho.
Lo que ocurrió a principios de esta semana con la Ley que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas fue muestra de ello. El diputado Miguel Calisto se atrevió en la Comisión Mixta que ONGs noruegas estarían detrás de la idea de sacar las salmoneras de las áreas protegidas, como una forma de perjudicar a su competencia chilena. Y lo afirmó sin mostrar prueba alguna, que aún esperamos pueda mostrar. Pero en sintonía con lo dicho hasta acá, a estas alturas da lo mismo. Hasta de las pruebas documentales y gráficas hoy se puede dudar.
La tecnología está avanzando a pasos agigantados en un mundo donde las certezas se diluyen. Y con ellas, la confianza, donde pagarán justos por pecadores. Incluida la democracia y, con ella, el estilo de vida de quienes hoy no sólo dejan pasar sino que aplauden la deshonestidad.
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