El pasado martes 6 hubo un seminario sobre cambio climático, educación y ciudadanía en la Pontificia Universidad Católica en Santiago. Después de 4 horas de tediosas presentaciones científicas y políticas, cuando muchos expositores ya se habían retirado, el aire de la sala se cortó.
Lo cuento porque, como pocas veces, fue la emoción por lo que la ciencia puede hacer en las personas lo que nos asombró. No fueron los científicos y políticos, con sus montañas de datos, sino por un profesor de Liceo, capaz de no solo enseñar, sino cuidar, amar y de esa forma cambiar su comunidad mediante la ciencia.
Mientras hablaba el profesor José Abelardo, del Liceo Agrícola de Azapa, la gente dejó de respirar, se me pararon los pelos y se me anudó la garganta. Relataba su proyecto de trabajo con alumnos sobre el cambio climático de la región y sus efectos en la comunidad ¡Y se le quebró la voz! No pudo seguir hablando y varios lo vimos a través de lágrimas en nuestros propios ojos. Lo cuento porque, como pocas veces, fue la emoción por lo que la ciencia puede hacer en las personas lo que nos asombró. No fueron los científicos y políticos, con sus montañas de datos, sino por un profesor de Liceo, capaz de no solo enseñar, sino cuidar, amar y de esa forma cambiar su comunidad mediante la ciencia. ¡Esto es lo que nos hace falta! La ciencia como una herramienta social al alcance de cada persona, que se use más para amar y cuidarnos mutuamente que para alimentar publicaciones y carreras. Ciencia para que los cambios puedan suceder localmente, “desde abajo hacia arriba” como dijo al cierre Juan Carlos Castilla, premio nacional de ciencias. Ciencia emocionante.
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