Cuenta Raïssa Maritain, destacada filósofa francesa de origen ruso-judío, en su obra Las grandes amistades, la decepción que experimentaba en la Universidad de La Sorbona (Francia) al descubrir cómo aquellos que entregaban su vida a la reflexión y el estudio de la verdad, se habían alejado de ella.
Los filósofos, dice ella, “se dedicaban al análisis sin fin del detalle de las causas históricas como si fuera esa su tarea esencial”. Y agregaba que el joven Jacques, su futuro esposo y compañero de vida, “se desesperaba en su habitación porque no obtenía respuesta a ninguna de sus interrogaciones. Nuestros maestros, filósofos, a decir verdad, desesperaban de la filosofía”.
La pregunta que uno podría hacerse es si acaso la Filosofía sigue anclada en dicha actitud.
Y son varias las razones para pensar que sí: el extremado utilitarismo, la creciente tecnologización de la sociedad, la excesiva especialización del saber filosófico que lo reduce a un ámbito de pocos especialistas difíciles de entender y el triunfo arrollador de las ciencias empíricas, entre otras.
Es urgente y necesario -no sólo mantenerla en la enseñanza media- sino también que sea fiel a sí misma como ciencia de las primerísimas causas de las cosas;
Señal inequívoca de esta desesperanza es el deseo que se aprecia en muchos ámbitos de la sociedad en prescindir de ella, apartarla, e incluso, como se pretendió con insistencia, desterrarla del corazón mismo de la escuela y de la Universidad.
Si la Filosofía quiere poder ser verdadera luz que ilumine las inteligencias y los corazones de las personas para, de ese modo, contribuir al bien común, es urgente y necesario -no sólo mantenerla en la enseñanza media- sino también que sea fiel a sí misma como ciencia de las primerísimas causas de las cosas; que vuelva a ocuparse de los asuntos humanos y más cercanos al ser del hombre; que recupere la humilde actitud socrática del “solo sé que nada sé”; que se ponga al servicio del pensar humano y escape a las trincheras de los sistemas filosóficos; y sobre todo, que se abra a un diálogo fructífero con los otros saberes y disciplinas científicas, que le permitan una colaboración estrecha y eficaz en vistas al verdadero bien del hombre.
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