Hace algunos días se recibió en La Moneda al elenco de actores de “Los 33”, película que llevará al mundo del séptimo arte la tragedia ocurrida hace ya 3 años, el 5 de agosto de 2010, en la mina San José. La pomposa reunión tenía como objetivo conmemorar el rescate y ser el punto de partida del trabajo de rodaje de la esperada cinta. Como era presumible, todos los medios tradicionales de comunicación, sin excepción, publicaron la noticia del evento con aires festivos y “hollywoodescos”, como si se tratase de la celebración de un hecho que debiera hacernos sentir orgullo. Sin embargo, los “hechos reales” en los que se inspira el filme deberían estar lejos de evocar aquello.
El derrumbe de la mina fue prueba viviente de la precariedad laboral a la que están sometidos los mineros y tantos otros trabajadores de Chile. Fue consecuencia de un modelo de producción que ahorra en dignidad de la mano de obra para maximizar los beneficios de los dueños. Fue un crudo reflejo de la total impunidad que existe en torno a la explotación y al abuso en nuestro país, ya que la Fiscalía de Atacama cerró el proceso de investigación sin acusados ni responsables – Al parecer, como señaló Mario Sepúlveda, uno de los 33, a la BBC: «Uno de nosotros tendría que estar muerto o demasiado herido para tener justicia»[1].
Fue, además, motivo para que el Presidente Piñera hiciera gala de su extravagante estilo y recorriera el mundo vanagloriándose de haber sido el artífice del rescate, dejando totalmente de lado la única prioridad tras el derrumbe, que era asegurar que algo así no volviese a ocurrir, pero las cosas no han cambiado ni un ápice. El “papelito” y la cápsula parecen habernos hecho olvidar que los mineros siguen arriesgando sus vidas a diario para sustentar a sus familias.
En definitiva, la película que tanto enorgullece al gobierno no es más que una apología a la negligencia y, de paso, retrata a la perfección al Chile que nació en 1973: Un país que basa su desarrollo en un crecimiento económico asimétrico y socialmente abusivo, es decir, a expensas del trabajo mal remunerado de las capas populares, y que va por la vida jugando a ser “jaguar”, contándole al mundo entero, al tiempo que engendra una desigualdad cada día más intolerable y desbordante, el mito friedmaniano del “milagro chileno”.
El derrumbe de la mina fue prueba viviente de la precariedad laboral a la que están sometidos los mineros y tantos otros trabajadores de Chile. Fue consecuencia de un modelo de producción que ahorra en dignidad de la mano de obra, para maximizar los beneficios de los dueños. Fue un crudo reflejo de la total impunidad que existe en torno a la explotación y al abuso en nuestro país, ya que la Fiscalía de Atacama cerró el proceso de investigación sin acusados ni responsables.
A pesar de las emociones vividas durante esos días y del admirable trabajo técnico utilizado, ensalzar este rescate mientras se deja la puerta abierta para que ocurra una desgracia similar es contradictorio, irresponsable y peligroso. No es aceptable que la negligencia ocurrida, además de quedar impune, haya servido sólo para inspirar una película internacional y una caprichosa gira presidencial, pero no para mejorar la calidad de vida de aquellos trabajadores que arriesgan todos los días ser “estrellas de cine” forzadas. En agosto de este año se cumplirán 4 años del desgraciado suceso; esperemos que, en lugar de cámaras y alfombras rojas, conmemoremos esa fecha discutiendo seriamente sobre la urgente necesidad de mejorar las relaciones laborales en Chile.
[1] Hola Chamy, Constanza. Mina San José: «Uno de nosotros tendría que estar muerto para tener justicia».
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