Resulta imposible no emocionarse al ver sanos y salvos a esos 33 mineros después de estar más de 70 días bajo tierra. Resultaría injusto no reconocer la buena gestión del Gobierno, particularmente el trabajo del Ministro Laurence Golborne, en el trabajo de rescate. Sería mezquino no reconocer que buena parte de este éxito que nos enorgullece y nos ha hecho estar en las portadas de todo el mundo tiene mucho que ver con la obstinación del Presidente Sebastián Piñera, quien haciendo caso omiso a los consejos de sus asesores, se empeñó en un rescate cuyas posibilidades de éxito eran bastante recatadas, por no decir escasas.
Pero también resulta imposible no preguntarse si existen realmente razones para celebrar. Más allá de la natural alegría natural que a cualquier ser humano que valore la vida le produce ver salir vivos e ilesos a 33 trabajadores mineros después de vivir una experiencia tan horrible como injusta, considerando que las causas que la originaron tienen que ver con la irresponsabilidad de los propietarios de la mina y del Estado chileno, por no resguardar debidamente sus derechos, resulta imposible no preguntarse si la épica de esta hazaña no nos aleja de la problemática de fondo y que, en definitiva, fue la causante de esta cuasi tragedia.
Tal como lo señala Katia Molina, Investigadora ICAL, “lo ocurrido con los mineros de Copiapó demuestra el incumplimiento de la normativa vigente y visibiliza las precarias condiciones laborales de estos trabajadores. Al mismo tiempo, verifica los efectos perversos de maximizar utilidades violando el derecho fundamental de los trabajadores a desempeñarse en condiciones de seguridad”.
En la última década, los accidentes mineros dejaron 373 muertos en Chile y sólo en los 10 meses que van del 2010, la cantidad de víctimas fatales alcanza los 31.
Insistentemente los trabajadores del sector han llamado la atención sobre la urgencia de la ratificación del Convenio 176 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre seguridad y salud en las minas, adoptado en 1995 y que entró en vigor en 1998, que busca resguardar las condiciones de trabajo al interior de los yacimientos sin que el tema haya encontrado acogida entre nuestros dirigentes.
Entonces, es justo preguntarse si todo este fervor mediático que ha provocado el rescate de los 33 mineros, rayando en el show propio de un reality, contribuye a focalizar la atención en lo que realmente importa: un cambio en la institucionalidad de las condiciones en que trabajan los mineros, o si por el contrario, sólo distrae de lo verdaderamente importante.
Personalmente creo que no hay nada que celebrar.
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Foto: Mariana Bazo / REUTERS
Comentarios
15 de octubre
Espero, que la promesa del Presidente a los 33 mineros que fueron rescatados (esto no volverá a ocurrir), se materialice pronto en mayor fiscalización. Si es así, yo celebro. Si no es así, entonces quedare como tu: Sin nada que celebrar.
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