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(Des)empleo juvenil: ¿Un problema laboral o educacional?

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Uno de los temas para el análisis surgido de las movilizaciones estudiantiles ha sido la situación del empleo de los jóvenes y sus perspectivas. Muchos jóvenes y sus familias tienen la expectativa de que, luego de sortear con éxito la educación básica, media y superior, se les abran perspectivas de vida mejores que la de sus padres. Es la movilidad social vía educación formal. La reivindicación de una educación de calidad cobra, así, relevancia y justicia como compensación por los esfuerzos y sacrificios (financieros y otros) tanto de las familias como de los estudiantes.

¿Cuál es la situación de empleo/desempleo de los jóvenes chilenos? Hablamos del grupo de edad que va desde los 15 a los 24 años. Este grupo suele subdividirse, para fines de análisis, en los más jóvenes, de 15 a 19 años, y los mayores, de 20 a 24. Según la Encuesta Nacional del Empleo del INE correspondiente al trimestre agosto/septiembre y octubre del 2011, los jóvenes del primer grupo tenían una participación en la fuerza de trabajo del 18.5% , de los cuales un 21.6% estaba desocupado. En tanto que las cifras correspondientes al segundo grupo eran, respectivamente, del 57.6 y 16.6. Hay que considerar que los datos para el total de la población de 15 años y más alcanzaban al 59.8 % como tasa de participación laboral y 7.2 % como tasa de desocupación. En cuanto al grupo de edad inmediatamente superior (25 a 29 años) la tasa de desocupación baja al 10.2 y la de participación sube al 77.4. Estos valores, sin ser buenos, tampoco son malos, para los tiempos que corren.

Los estudios acerca del tema arrojan similares resultados para los países con parecido nivel de desarrollo: los niveles de desempleo juvenil son superiores al desempleo promedio de la fuerza de trabajo; los adolescentes del primer grupo de edad poseen porcentajes más altos de desempleo que los del grupo de 20 a 24 años. Los desempleados menores tienen menor nivel educacional y de calificación profesional que los mayores, por obvias razones.

Tanto el hecho de que niños de 15 años deserten del sistema educacional como el que estén desempleados, son indicadores de la condición socioeconómica de sus hogares. Otra de las certezas en torno al desempleo juvenil es que se trata de un grupo social que proviene de los sectores más pobres de la sociedad. Estos jóvenes de 15 a 19 años son pobres, están desempleados y tienen poca educación; lo más probable es que de adultos sigan siendo pobres y tengan, a su vez, hijos pobres. Es el círculo vicioso de la pobreza.

Otro hallazgo de los estudios acerca del empleo/desempleo juvenil es que un alta proporción de los jóvenes que trabaja lo hace en el sector informal de la economía que se caracteriza por baja productividad, bajos salarios, fácil entrada y fácil salida, escasa previsión social, ausencia de contrato. Estos menores están en condición de empleo incompleto o precario.

¿Qué proponen los expertos como solución? La respuesta pasa por programas de capacitación, mayor información acerca del funcionamiento del mercado de trabajo, la creación de instituciones laborales como la del aprendiz, por la disminución del salario mínimo (desaparición incluso) y otros semejantes. Sin embargo, cada vez es más evidente que el mercado de trabajo no tiene posibilidades de solucionar de modo integral el problema del desempleo juvenil.

A partir de la afirmación anterior parece ser conveniente considerar por separado los grupos de jóvenes, de 15 a 19 y los de 20 a 24 años a fin de diseñar políticas específicas para cada grupo. Al de los mayores se le podría aplicar políticas del mercado de trabajo como las anteriormente enunciadas y al grupo de jóvenes menores se le deberían aplicar soluciones propias del sistema educacional. Pensamos que a estas alturas del proceso civilizatorio el desempleo de jóvenes de 15 a 19 años no es un problemas laboral sino uno educacional. Si se le sigue tratando como un tema laboral lo más probable es que estos niños deriven en antisociales o se conviertan en trabajadores pobres. En ambos casos, el círculo vicioso de la pobreza intergeneracional se activará.

Tratar este tema como un problema educacional significa evitar la deserción prematura del sistema educacional, hacer atractivas y eficientes las escuelas a las que concurren estos niños pobres. Posibilitar que ellos egresen del sistema con un oficio o una profesión que les permita una adecuada inserción en el mercado laboral. Es decir, agregarle más capital social a esta generación de jóvenes y acortar sus años de vida laboral a favor de alargar su años de escolaridad y formación.

Por otro lado, hay que considerar que en una economía que por razones estructurales no genera suficientes empleos para toda la población que los necesita, es muy importante que los niños no entren al mercado de trabajo (evitando de paso el trabajo infantil) y que los jóvenes se demoren el máximo posible en hacerlo. Más aún en países como los de América Latina que tienen, en su mayoría, numerosa población joven.

Nuestra tesis es que una larga permanencia de niños y jóvenes en la escuela es importante para el alivio de la situación de empleo/desempleo de la población y, además, decisiva para la mejoría de la calidad de los empleos.

Otra inquietud planteada durante el conflicto por una educación de calidad ha sido el hecho de que la rápida expansión de la educación universitaria se ha realizado sin eficiente regulación y ninguna planificación. Ello ha significado que la relación entre oferta de carreras y necesidades del mercado de trabajo no se ha considerado debidamente. De modo que la ampliación de la matrícula se ha realizado, en buena parte, a través de especialidades que no tienen demanda en el mercado de trabajo. Las carreras de “pizarrón y tiza” están sobrepobladas. Son carreras de bajo costo que ofrecen especialmente las numerosas universidades particulares que han ido apareciendo en el país, que reditúan apreciables ganancias. Contratan profesores por horas entre los profesionales del entorno, especialmente (pero no sólo) en ciudades de provincias. Los egresados pasan directo, endeudados, a la cesantía. El libre mercado fracasa en este tema con grave daño para los jóvenes.

La escuela es para niños y jóvenes una suerte de internado que los mantiene cautivos por un determinado número de años. Este cautiverio, a veces gozoso, a veces penoso, puede durar ocho, doce o más años. Al revés de otros encierros, mientras más dure, mejor para el joven, si pensamos en forma optimista del régimen escolar. Este hecho, el de la duración de la permanencia del individuo en el sistema educacional, que antes se consideraba favorable para la suerte de la persona, hoy se aprecia también como vital para la suerte de la sociedad. Y es la mejor solución par resolver el desempleo de los más jóvenes.

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Foto: Madasor / Licencia CC

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