La tecnología es por lo general una productora de desigualdad y los grupos que acceden a ella producen las condiciones necesarias para que esta esté a su favor. Incluso las tecnologías rompedoras, que suelen incorporar a nuevos actores antes no integrados, una vez establecidas rápidamente entran en la dinámica de generar inequidad. Comentaba en una columna anterior que las nuevas tecnologías pueden favorecer a las masas a la larga pero solo después de convertir a una selecta minoría en una nueva élite.
Una cara de esta desigualdad tecnocientífica es de orden cognitivo, especialmente por la relación con una vida en la virtualidad. Estamos perdiendo valiosas herramientas cognitivas por el uso y abuso de lo que nos ofrece internet especialmente por dos aspectos: una pérdida del razonamiento templado, abstracto y con altura de miras y, por otro lado, una ignorancia que se camufla con la falsa sensación de estar informados.
En la virtualidad siempre se está jugando con nuestras más hondas emociones lo que, paradojalmente, nos tiene constantemente en la superficialidad respecto a cualquier fenómeno de nuestro entorno. Con tal de captar nuestra atención todo debe ser llamativo, entretenido e intenso dejando así relegado a un segundo o incluso tercer plano la capacidad de sobreponerse a las emociones para que aflore el pensamiento. La rapidez que nos inyecta una vida virtual nos priva de los momentos reflexivos en donde emerge el pensamiento razonado con profundidad, tiempo que nos permite generar los espacios necesarios en donde los problemas complejos pueden ser comprendidos y matizados.
Esta vida en red también nos ha hecho sentir “conectados” con todo lo que sucede, pero la verdad es que esto no es más que una ilusión. La cantidad de información generada y a la que podemos acceder es, en la práctica, infinita. La ignorancia es la verdadera reina en esta supuesta era de la información, todos de alguna manera somos élite pero de una ínfima esfera social. La totalidad de lo que conocemos, incluyendo los entornos en que participamos, y que llegamos a comprender con agudeza, no es más que un pequeño monte en medio de una cordillera. Este sucedáneo de conocimiento otorgado por la red nos mantiene en la tranquilidad y conformidad pensando en que nada se nos puede escapar de las manos, una ilusión muy confortable que nos aleja de la verdad.
¿Pero todos estamos igualmente sumergidos en esta inquietante realidad? Lo cierto es que no. Las elites lo comprendieron hace ya bastante tiempo y usan sus recursos para justamente escapar de esta nueva realidad virtual y sus nocivos efectos, especialmente cuando consideran sus hijos e hijas.
Mientras que en los colegios públicos, por ejemplo, vemos con esperanza la llegada de nuevos computadores con conexión a la red, los más afortunados pagan caros colegios en donde se ofrece una vida en desconexión ¿Cuáles estudiantes van a manejar el mundo a mediano plazo? Adivine. El costo educativo de reducir el razonamiento y de vivir eternamente conectados radica en una falta de concentración del estudiantado así como de una incapacidad de elaborar una argumentación coherente, extensa u original, son estudiantes que se desesperan con libros muy largos o futuros analfabetos funcionales.
La rapidez que nos inyecta una vida virtual nos priva de los momentos reflexivos en donde emerge el pensamiento razonado con profundidad, tiempo que nos permite generar los espacios necesarios en donde los problemas complejos pueden ser comprendidos y matizados.
Cuando le preguntaron a Steve Jobs sobre lo feliz que estaban sus hijos con el nuevo IPad no dudo en decirlo: a sus propios hijos no los dejaba usarlo. Jobs, uno de los principales fundadores de la época computacional, cenaba en familia en una gran mesa hablando sobre historia y cosas por el estilo. Una diferencia abismal comparada con las familias medias actuales que o no se despegan del celular en las reuniones familiares o simplemente dejaron de hacer esas reuniones para comer en sus propias habitaciones.
Las elites futuras serán conformadas por quienes sepan usar la tecnología, sin duda, pero quienes a su vez tengan la capacidad de razonar pausadamente. Serán los que hayan adquirido cultura, que sepan admirar una obra de arte multifacética o una teoría científica tan abstracta como empírica, estas personas tendrán las herramientas cognitivas que les permitirá afrontar los problemas con amplitud de miras pues podrán hacer uso inteligente de la información que reciben y ponderar todas sus dimensiones. Serán quienes sepan levantar la cabeza y ver un poco más allá de su reducido nicho.
Con el probable riesgo de crear una caricatura, podemos pensar que las personas del mundo a mediano plazo se dividirán en dos: las de razonamiento corto y las de razonamiento largo. Las primeras serán las hijas absolutas de la era del internet y podrán ser muy útiles y especializadas pero incapaces de una visión completa de los fenómenos. Las segundas en cambio harán de las tecnologías su gran herramienta mientras perfeccionan la capacidad de comprender las cosas, esto les permitirá saber cómo actuar en un mundo altamente complejo. Las primeras se quedarán en la Era de la Información mientras las segundas avanzarán hacia la verdadera Era del Conocimiento.
Si aspiramos a un mundo de libertad, igualdad y democracia deberíamos estar plenamente conscientes de esta potencial asimetría y comenzar a tomar medidas. Aceptar que muchos de los servicios en internet son las tabacaleras del siglo XXI: generan adicción intencionalmente y la falsa promesa de una vida más plena. Las elites ya lo saben, la pregunta es ¿qué haremos los ciudadanos en democracia?
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Tambien, el trabajo en equipo multicultural…