El discurso político oficial ve en este movimiento social un disidente de las instituciones democráticas, cercano muchas veces en sus propuestas al caudillismo o populismo. Algo así debe ser mantenido alejado de nuestra experiencia política a toda costa, nosotros creemos en el Estado de Derecho, en la solidez de las instituciones y la participación de la sociedad civil a través de los canales establecidos (vía institucional).
La proximidad de las elecciones presidenciales y parlamentarias genera una masificación de economistas y comités de expertos proyectando cifras y presupuestos. Una tecnocracia que habla indistintamente de desarrollo humano y crecimiento económico como objetivos históricos del Estado en Chile. Si larealidad fuese de esta forma explicable, sería todo muy sencillo. El neocapitalismo no necesitaría regulaciones de ningún tipo. Dependerá de las personas que se reúnen, que fraternizan en las calles, demostrar que, a diferencia de lo que los tecnócratas proyectan, existe un espacio no cuantificable e infranqueable para la economía y la lógica capitalista. De no ser así, compartiríamos la visión de que en las calles no se reúne un movimiento social, sino sólo consumidores frustrados, engañados, estafados y no muchas veces despechados por una situación económica que no pueden mejorar. Hayalgo más sin embargo tejiéndose allí que no se ha conceptualizado a profundidad. Allí detrás de las demandas sociales de gratuidad en la educación, el fin al lucro, el sistema binominal, la recuperación de recursos naturales o la demanda por una asamblea constituyente, hay también una verdad inmersa sobre el orden político social. Un discurso que se está articulando en línea horizontal, que no responde a las autoridades y lógicas del poder tradicional y que por sobre todo reinterpreta la forma de ejercer el poder hasta entonces conocida,vulnerando con ello la legalidad existente, es decir, contra el Estado de Derecho.
El discurso político oficial ve en este movimiento social un disidente de las instituciones democráticas, cercano muchas veces en sus propuestas al caudillismo o populismo. Algo así debe ser mantenido alejado de nuestra experiencia política a toda costa, nosotros creemos en el Estado de Derecho, en la solidez de las instituciones y la participación de la sociedad civil a través de los canales establecidos (vía institucional). Las instituciones públicas deben, por tanto, guiar el desarrollo, sólo a través de ellas los procesos políticos, sociales o culturales verdaderamente legítimos pueden llevarse a cabo. Mientras las instituciones funcionen, así reza el credo, las personas pueden mejorar su calidad material de vida, avanzar en la inclusión social y en la disminución de la desigualdad e índices de pobreza. El Estado y las instituciones deben favorecer por tanto el crecimiento económico, respetando el modelo y creando instancias favorables para su feliz funcionamiento y la inversión. En este marco además florece el pluralismo, la tolerancia entre otras virtudes cívicas republicanas.
Para comunicarnos y ser aceptados a participar, es fundamental que se utilice la misma retórica, que se baje el volumen y se dejen las críticas añejas para otro momento, para la calle. La tecnocracia exige entonces volver a la realidad, dejar el lenguaje belicista revolucionario para sentarse a conversar de verdad.En ese ámbito ellos dominan y conocen la solución para mejorar la calidad de vida de las personas, el resto pareciera ser discurso populista.
El verdadero conocimiento acerca del orden social y sus problemas, sin embargo, no nace en la iluminación de las encuestas, en la disminución o aumento de ciertos índices económicos, o en la proyección de ciertas cifras por parte de las cúpulas dirigentes. La verdadera y tal vez más legítima interpretación de la realidad social nace en el conocimiento más banal intercambiado y sociabilizado entre las personas comunes y corrientes en su relación cotidiana con el poder. Allí parece clara una cosa, el Estado al que pertenecemos, es más un problema que una solución a la realidad humana. El Estado y sus instituciones no son algo dado, sino simplemente un discurso instaurado exitosamente por las elites tradicionales de poder. Ellos tapan o encubren el funcionamiento y conservación de tal orden bajo el nombre de Estado de Derecho e instituciones democráticas, e hicieron de tales conceptos propiedad de su discurso de dominación, bajo él se perpetra un orden que llaman serio,democrático, legitimo, ajustado a derecho, republicano.
Lo que el movimiento social hizo fue ver que en realidad aquello que entendíamos por Estado tenía una génesis ilegitima y por tal podía, en sudiscurso actual, ser desenmascarado. Rebuscando en la historia reciente, finalmente se le pondría en tela de juicio para desmoronarlo por completo. La gran verdad social que descubre este movimiento y que destruye la hegemonía del discurso oficial imperante es que el Estado, hoy en día, es la protección de relaciones ilegitimas de propiedad, por tal la génesis del Estado es la injusticia, a los «poderosos» se les asegura disfrutar de su superioridad en forma de ley, de modo que se reprime en cuanto se aseguran la posición social y legitimidad a través del Estado mismo y su orden institucional.
La lógica neocapitalista disciplinó al Estado de Derecho a favor de los intereses de una elite oligárquica, desprestigiada al máximo y que en cualquier otro escenario institucional distinto no existirían. Una institucionalidad así no merece ser defendida.
Vivir en un Estado de Derecho así concebido, es vivir en una organización desigual del poder, en el que la legalidad produce desigualdad, profundiza la segregación económica y por tal atenúa la diferenciación social. Debajo de la coraza del Estado de Derecho no existe objetividad ni neutralidad. Pensar que tal orden normativo está lleno de ingenuidad, que carece de toda intencionalidad política-económica y responde a criterios supremos de justicia, es un ejercicio de autoengaño. La realidad dice lo contrario. Todo el sistema de enriquecimiento y perpetuación de las elites está protegido legalmente y fue naturalizado con el tiempo para no ser cuestionado, para funcionar por aguas subterráneas, para no perder o perder muy poco y tras largos años de ganancia. Sin culpa ni culpable. La clase política esta escudada en el discurso de la defensa del Estado de Derecho y la solidez de las instituciones republicanas como remedio a todos los males sociales, pareciera, en este sentido, que toda la acción de las elites encuentra sustento en la norma y por tanto se hace incuestionable.
La experiencia histórica muestra, por el contrario, que el Estado republicano no es un proceso rígido y acabado, no tiene dueño, ni modelo estrella, la república sea francesa, bolivariana o popular China, no es solamente un dispositivo de organización, sino es un modelo de pensamiento, un proceso de reflexión acerca del orden político y social. Hoy pareciera ser que estamos frente a una nueva reflexión que rehace las definiciones tradicionales de territorio, soberanía, seguridad, igualdad y participación, porque ellas tampoco son ideas cerradas, concluidas, ni tienen propiedad, sino están siempre abiertas a revisión.
El Estado necesita una idea sobre sí mismo, una respuesta a la pregunta por su legitimidad. Le tocara, entonces, a los movimientos sociales la tarea de responder a tal pregunta e imponer una nueva idea de Estado.
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