La tecnología atraviesa toda la actividad humana, aunque sea fácil olvidarlo y en general todxs demos por sentado su relación con nuestra vida cotidiana. La tremenda capacidad que tenemos lxs homo sapiens sapiens de utilizar e inventar herramientas es nuestro talento especial en el reino animal. De ella se deriva nuestra habilidad de generar técnicas para reflexionar y aprender: el lenguaje es una técnica también, y la escritura, su soporte. Así, somos especies especiales no tanto por nuestra capacidad intelectual, sino por las formas en que la concretamos en objetos y formas de hacer; es decir, en tecnologías.
Hoy, como humanidad en cuarentena, valoramos más que nunca las herramientas que hemos creado. ¿Es posible pensar en la misma rutina que llevamos hoy si es que no tuviéramos medicina o guantes? ¿Sin computadoras ni Internet?Los objetos tecnológicos tienen esa característica importante: la forma que tienen define en gran medida lo que es posible obtener de ellos.
Notemos también que las tecnologías no son solamente los aparatos electrónicos, sino que también son los especializados materiales de nuestra ropa, la forma que un arquitecto da a un puente, el diseño que tienen una bicicleta o un cepillo de dientes para gente zurda. En un sentido un poco más abstracto, también son tecnologías las formas de organizar una empresa, una sociedad y una democracia, y cómo manifestamos nuestro desagrado contra ellas: una huelga, una protesta en contra del gobierno de turno, o un plebiscito revocatorio contra una autoridad corrupta son todas formas tecnológicas con diseño, historia y objetivos.
El material, el nombre, cómo se distribuye (si acaso se vende y dónde), cómo se usa y cómo ha sido diseñada una tecnología no son meras casualidades. Su diseño, por ejemplo, tiene una relación directa con los resultados que permite y con el contexto material en el que se despliega; desde lo blando a lo duro. Todo esto lo podemos ver más clara e irónicamente en el video de propaganda por el Apruebo que protagonizan Loreto Aravena y Fernando Farías.
Los objetos tecnológicos tienen esa característica importante: la forma que tienen define en gran medida lo que es posible obtener de ellos. Así como no podemos obtener jugo de limón de una moledora de carne, porque su diseño no lo permite, tampoco podemos obtener un estado de bienestar, socialdemócrata, socialista o incluso moderadamente liberal de un diseño constitucional que es, en esencia, pinochetista.
Esto es lo que Langdon Winner llamó inscribir política en los objetos. La política cristalizada en el objeto tecnológico llamado Constitución Política de la República, en su versión de 1980 y futuros sabores, aunque se esconda bajo la máscara de una comisión técnica, está atravesada por una visión gremialista de la sociedad, en la que el estado siempre jugará un rol minoritario, limitándose a «garantizar» y focalizar el mínimo de recursos posibles, dejando el campo abierto para que los actores privados (con todos los fines de lucro que quieran, incluso en salud, educación y pensiones) se hagan cargo de solucionar los problemas que tengamos. Pero por mucho diseño institucional que haya quedado como herencia de la dictadura, desde el 18 de octubre un gran número de chilenos hemos manifestado nuestro descontento con esta todopoderosa herramienta. Hemos tratado, como el abuelo del video, de adaptarla a nuestras necesidades, de forzarla a darnos los resultados que necesitamos y así torcer la mano de sus diseñadores, pero, como dice el sabio refrán, no se le pueden pedir peras al olmo. O, como diría la escritora feminista Audre Lorde, “las herramientas del amo no destruirán la casa del amo”: las herramientas constitucionales dadas por una dictadura servil a la elite dirigente no facilitarán un cambio al status quo que signifique una verdadera revolución.
Co-escrita por Hernán Manríquez y Juan José Berger.
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