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Historia de un láser revolucionario

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Ahora, el icónico láser verde que se ha visto tanto en Plaza de la Dignidad, ha pasado por un proceso de adopción que no deja de tener similitudes a lo que describimos anteriormente. Los primeros lásers que llegaron al mercado para uso civil fueron los antiguos punteros de color rojo, que terminaron siendo utilizados más para entretención de niños que para apuntar a presentaciones PowerPoint en espacios como Icare. La gran desventaja de este láser era que, a pesar de su precio asequible, sólo marcaba un diminuto punto a la distancia. Es muy distinto de las imágenes de láser que estábamos acostumbrados a ver en películas y series de ciencia ficción, como Star Wars o Star Trek. 

Los decepcionantes punteros de láser rojo solo proyectan ese pequeño punto, sin permitir ver la trayectoria del rayo de luz, lo que dista mucho del imaginario futurista que heredamos de Hollywood. Los lásers verdes vienen, en parte, a cumplir esa promesa. Originalmente diseñados para que los astrónomos pudieran apuntar a estrellas en el cielo, han sido adoptados como una especie de arma cultural cuyo poder de ataque no es tan fuerte como sí lo es su simbolismo. Por un lado, tienen el potencial de cegar a una persona permanentemente, por lo que constituyen una forma de arma liviana, barata, aunque de baja eficacia. Pero más importante aún, también cumplen una función estética: permiten visualizar el poder y magnitud de una manifestación.

El uso de esta tecnología ha sido copiado, importado y adoptado de la utilización que le han dado en Hong Kong los manifestantes pro-democracia. Esta no es la única tecnología de protesta que han producido y difundido: se han hecho famosos por sus novedades organización, comunicación y defensa efectiva y solidaria, utilizando escudos, aplicaciones, códigos, formaciones, aspersores con agua y bicarbonato, y mascarillas. Estas tecnologías de protesta son más organizacionales que materiales, pero eso no minimiza el hecho de que muestran el poder que tiene la adopción y adaptación de distintas tecnologías en contextos de protesta. La intención de sus creadores originales (y la política que inscribieron en dichos objetos tecnológicos) pasa a importar un poco menos: ni los lásers ni las mascarillas sirven sus propósitos originales de apuntar astros o protegerse ante virus (aunque pueden volver a ser usados de ese modo), pues son los usuarios quienes tienen la palabra final y subvierten el orden tecnológico.

Ni los lásers, ni las constituciones, ni las formas de protesta son objetos tecnológicos inmutables. Somos los usuarios, los lectores, los ciudadanos quienes debemos adoptarlas, moldearlas y reemplazarlas según los fines que decidamos en conjunto

Asimismo, la intención de los diseñadores de la Constitución de 1980 no era que se reformara y reemplazara en la forma de una Asamblea Constituyente, con plebiscitos de entrada y salida. Tampoco era su intención que el estado asumiera un rol más activo y que rompiera el status subsidiario y secundario que le asignaron. Pero como hemos visto en estos últimos meses, en especial con la llegada del COVID-19, lo que quiera decir el autor puede prevalecer en un inicio, pero a la larga, importa menos que la interpretación y el sentido que le den sus usuarios. Estamos siendo testigos de la muerte del autor, como diría Roland Barthes: ya el texto no tiene una interpretación autoritativa y única dada por su autor, sino que podemos y debemos liberarnos de esa tiranía interpretativa. Ni los lásers, ni las constituciones, ni las formas de protesta son objetos tecnológicos inmutables. Somos los usuarios, los lectores, los ciudadanos quienes debemos adoptarlas, moldearlas y reemplazarlas según los fines que decidamos en conjunto.

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Juan José Berger

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