Las redes sociales son un espacio que genera innumerables beneficios: democratiza y promueve el acceso a información, reduce las asimetrías de poder, habilita un espacio para denuncias, promueve un dialogo horizontal. Al mismo tiempo, es una plataforma donde se catapultan y sepultan personas e instituciones, en fracciones de segundo. Un espacio donde los actos performativos proliferan y encuentran tribuna. Una tensión constante entre la forma y el fondo de los debates y discusiones.
En lenguaje Covid-19, las redes sociales constituyen un espacio donde se testea constantemente la ética de las personas, entendida como su forma de ser y respectivo carácter. Un testeo que tiene como objetivo relevar sus inconsistencias, induciéndolas constantemente al error. Una vez identificado, el error adquiere un nivel superlativo. Todo es imperdonable e imprescriptible. Como diría Jacques Derrida, el perdón debe hacer el duelo del perdón, mientras el escrutinio radical crece a base de likes y retweets.El seguimiento a la cadena de declaraciones, mensajes y comunicados de las personas involucradas en los respectivos testeos se multiplica a una velocidad abrumadora
Asimismo, y siguiendo el lenguaje pandémico, la trazabilidad es un elemento constitutivo del escrutinio señalado. El seguimiento a la cadena de declaraciones, mensajes y comunicados de las personas involucradas en los respectivos testeos se multiplica a una velocidad abrumadora. El derecho humano a cambiar de opinión, como irónica y sutilmente señala Humberto Maturana, no tiene cabida en un mundo virtual donde la superioridad moral aflora. Las inconsistencias individuales se maquillan frente al deber ser social. Un simulacro a todas luces, que permite la mortificación de algunas personas que han caído en falta, por otras que cargan con otras tanto o más trascedentes, y que descansan en la impunidad cotidiana.
Y llegamos al aislamiento. Una vez realizado el testeo y la trazabilidad correspondiente, se recluyen sin matices a aquellas personas indignas virtualmente. Así, sin previo aviso, bajo el argumento de que atenta contra las pragmáticas y costumbres de una determinada red, se confina a estas personas. Muchas veces a perpetuidad, sin derecho a réplica. Afloran así epítetos de diverso calibre, con respectivos hashtags, con resultados implacables: renuncias, demandas, pérdidas de libertad.
Ante esto cabe preguntarse al menos dos cosas. La primera, por la capacidad que hemos desarrollado como sociedad para evitar el reduccionismo dicotómico que arrastramos: negro/blanco, bueno/malo, derecha/izquierda, naturaleza/sociedad; y la segunda, por nuestra posicionalidad ética al momento de criticar socialmente dinámicas que individualmente- a una escala micro y muchas veces sin darnos cuenta- seguimos reproduciendo.
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