Trabajar desde la casa, manejar nuestros horarios, ser nuestros propios jefes, era, hace algunos años atrás, sólo un atractivo sueño para algunos.
PP era un filatelista fanático. A los 13 años recibió de su abuelo un extraño regalo: un álbum de estampillas que marcó el inicio de su pasión. Entre hojas de papel mantequilla y papel cebolla aprendió a conservar miles de sellos, algunos de los cuales datan de comienzos del siglo pasado. Conoció la historia, flora, fauna y personajes de cada uno de los países referidos en su álbum, a través de sus estampillas, con coloridas temáticas tales como obras de arte, aviones, flores, aves y motivos religiosos. Ya adulto, su afición por la filatelia convivió con su trabajo de oficina, hasta que descubrió que, a través de internet, podía vivir de su pasión. Hoy, tiene un próspero negocio de intercambio y venta de estampillas, con clientes en más de 30 países del cual vive cómodamente.
CZ es caricaturista. Esta afición nació en el colegio, y sus primeras víctimas fueron sus compañeros de curso y profesores. Nunca dejó de dibujar, ni durante sus estudios de técnico mecánico, ni en su trabajo. Hace dos años perdió su trabajo y después de varios meses de búsqueda empezó a desesperar. Asistió a un curso que lo inspiró a ofrecer sus caricaturas a través de Internet. Hoy no da abasto para atender tantos pedidos, y entre sus clientes se encuentran incluso revistas de todo el mundo; tantos, que ha tenido que contratar un ayudante. Si unos años antes le hubiesen vaticinado que viviría de su hobby y trabajaría en casa, bajo sus condiciones, probablemente se habría reído a carcajadas.
Son miles las personas que, como PP y CZ, teletrabajan en la actualidad vendiendo bienes manufacturados por ellos o bien servicios tales como traducción, diseño, proyectos (p.e., de arquitectura), estudios, creación de cuentos, resúmenes de textos, etc. y muchos lo hacen desde sus casas; acceden a un mercado casi ilimitado (casi siempre en algún lugar existirá alguien que le otorgue valor al trabajo realizado), logran ingresos impensados, tienen la autonomía que les otorga ser sus propios jefes, eligen cuándo y dónde trabajar y construyen una mejor calidad de vida personal y familiar.
El teletrabajo tiene varias acepciones. Una de ellas, la que nos interesa en esta nota, lo sindica como el trabajo realizado a distancia, utilizando Tecnologías de la Información y Comunicaciones (TIC) para producir y/o vender productos y servicios al mundo, pasando por alto las limitaciones que suponen los modelos tradicionales de trabajo.
Mediante una capacitación adecuada, y utilizando plataformas disponibles para todos como ebay.com (para bienes) y guru.com (para servicios), cualquier persona, con o sin estudios superiores, puede acceder a trabajos y remuneraciones que en un modelo convencional serían muy difíciles de conseguir. Sólo se requiere creatividad e iniciativa
Para Chile, ésta es una gran oportunidad de acceder a los mercados y mejorar las exportaciones. El teletrabajo influye positivamente en el crecimiento de los países, fomenta el desarrollo de emprendedores, disminuye el desempleo, incrementa el ingreso de divisas al país y fomenta la descentralización. Quizá la única dificultad a resolver es crear medios electrónicos de pago al alcance de todos.
Hace unos días, asistí al lanzamiento de un ambicioso proyecto de incentivo al teletrabajo en la comuna de Peñalolen, nuestra “comuna digital”. En un emotivo acto transmitido en directo via Internet, el alcalde Claudio Orrego firmó un acuerdo de cooperación con Álvaro Lamé, líder de este tema en Uruguay, y Presidente de la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información. Es probable que en unos pocos meses nos sorprendamos con las experiencias de teletrabajo de los primeros emprendedores de Peñalolen.
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Ilustración: Joaquín Salvador Lavado (Quino)
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