«Retornarán los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas. Renacerá mi pueblo de su ruina y pagarán su culpa los traidores». (Pablo Milanés).
Hoy, camino a la oficina desde mi casa, recordé a Milanés. Pasó otro 11 de septiembre, en donde me vi otra vez violentado, tal como cuando chico, arrancando de la mano de mi vieja tras una protesta, escuchando el pasar raudo y amenazante de helicópteros, el dolor de mis compañeros de colegio por el exilio de sus padres, y la arrogancia de quienes detentaban el poder. Sí, otra vez violentado. No superé las imágenes de la televisión, no fui capaz de observar con distancia, me sentí participe, necesité un abrazo.
Recorrer y pedalear Santiago, sus rincones, su historia, con memoria viva y recuerdo profundo resulta extraño. No escondo mi miedo, pero tampoco minimizo lo que hemos avanzado, que, poco a poco, paso a paso, de niños a adultos, nos reencontramos en el sentido de un país capaz de defender su libertad, la recuperación democrática y el valor del respeto por el otro.
“Los otros”, esos mismos chilenos, que sin aproximarse al dolor y sentimiento de estos “otros”, también chilenos, creen haber triunfado, observando que la labor de las fuerzas armadas fue un correcto proceder de “acción liberadora”. No señor, no hay triunfo, más sólo la desolación de su alma, una miseria que puede ser corregida, con el vigor de hacer memoria, con la esperanza que representa que sus hijos puedan vivir la democracia, la paz y el respeto a su integridad.
Recorrer y pedalear Santiago, sus rincones, su historia, con memoria viva y recuerdo profundo resulta extraño. No escondo mi miedo, pero tampoco minimizo lo que hemos avanzado, que, poco a poco, paso a paso, de niños a adultos, nos reencontramos en el sentido de un país capaz de defender su libertad, la recuperación democrática y el valor del respeto por el otro.
Díganme resentido, díganme que me quede “pegado”. Díganme. Prefiero resentir mi pena, tu pena, la de toda mi gente, más no ver pasar indolente la historia, nuestros abrazos fraternos, ese cariño al que somos fiel, porque los que no están se lo merecen, los de aquí y los de allá, y por los que vendrán. A los familiares y amigos de las victimas sólo decirles que en esto no están solos, y que es posible reconstruirnos tras la noche oscura, con la pureza del ideal, con solidaridad y coraje.
Sigamos pisando, a pie y con pedal, las calles de Santiago, libres, que ya Santiago no está ensangrentado, pero no olvida, que aun clama verdad y justicia, haciendo que la hermosa plaza se mantenga liberada, que seguiremos llorando a los ausentes.
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Beatriz
Bellísimo, comparto plenamente tu sentir!!