No conozco a nadie que nunca haya fumando marihuana, la mitad de mis amigos aún lo hacen. Todos tiene trabajos, vidas personales, hobbies y en general todo aquello que caracteriza una vida sana. No conozco a ningún adicto a la marihuana, pero sí conozco a gente alcohólica y a fumadores de tabaco capaces de arriesgar sus vidas a las cuatro de la mañana para ir a un punto de venta de cigarrillos.
No cuento este detalle en mis memorias. No dejé de hacerlo porque fuera un secreto, sino porque me pareció irrelevante, accesorio y de perogrullo: yo fumé marihuana. Comencé a hacerlo en tercero medio porque muchas de mis compañeras lo hacían. Al principio porque tenía un airecillo de transgresión y después porque simplemente me gustaba. Terminé tranquilamente el colegio, entré sin problemas a la universidad y los pitos fueron mis compañeros fin de semana por medio, hasta que su consumo se fue espaciando hasta desaparecer.
Dejé de fumar alrededor de los treinta años. El agradable efecto de la hierba se combinó con un efecto somnífero que me hacía dormir temprano y me obligaba a cortar las conversaciones y otras acciones más interesantes, y a mí siempre me ha gustado la noche, no la noche cabaretera ni discotequera, sino la noche íntima de los diálogos interminables. Me perdía la diversión, la fiesta, el ágape, la conversación y a veces hasta el sexo, por eso dejé de fumarla. No fue una decisión difícil, no quiero decir que soy una chica de gran fuerza de voluntad. Fue un simple “no gracias” la siguiente vez que corrió la “cola” entre los amigos del grupo y sería: nunca más.
No conozco a nadie que nunca haya fumando marihuana, la mitad de mis amigos aún lo hacen. Todos tiene trabajos, vidas personales, hobbies y en general todo aquello que caracteriza una vida sana. No conozco a ningún adicto a la marihuana, pero sí conozco a gente alcohólica y a fumadores de tabaco capaces de arriesgar sus vidas a las cuatro de la mañana para ir a un punto de venta de cigarrillos. De mis amigos ex fumadores de marihuana ninguno requirió ayuda psiquiátrica, ni psicológica ni fármacos. Mis amigos ex fumadores de tabaco son otra historia, pero el tabaco es legal, mientras que la marihuana carga con el más terrible de los estigma legales, aunque no sociales. Al menos entre la gente con la que yo me junto, la marihuana circula libre. Claro que bien puede ser que mis círculos sean demasiado alternativos.
Tal vez sea el momento de ponerme medio Salfate y suponer teoría de conspiración, porque lo que sí sucede con todos los fumadores o ex fumadores de cannabis es que cuestionan el sistema, viven con menos ansiedad, consumen menos televisión y consumen menos en general, restándose al movimiento consumista que mueve nuestra economía. Mis amigos cultivan su propia hierba, con lo que su afición no sirve a ningún propósito comercial, como sí sucede con mis amigos adictos a los buenos vinos o a los buenos whiskies, quienes deben satisfacer su necesidad comprando en el comercio establecido.
Cuando era niña, mi profesora de biología nos hablaba del “síndrome amotivacional” como uno de los terribles peligros de la marihuana: los “volados” no hacen nada, se quedan ahí tirados mirándose el ombligo mientras la vida pasa a su alrededor. La única falta de motivación que veo en los “volados” es la falta de motivación por consumir en las tiendas de retail, porque sí los he visto motivarse ante un poema de Baudelaire y conmoverse ante la visión del cielo estrellado; algunos llegan a extremos místicos sin la necesidad de ningún pedófilo encubierto o de un encubridor de pedófilos. Tal vez esa indiferencia al sistema de creencias comúnmente aceptado también sea un problema para ciertos minoritarios, pero poderosos sectores.
Mientras, sigue el debate con los fascistas, porque una concepción tan totalitaria que no permite el consumo de una substancia relativamente inocua, mientras permite el consumo de tabaco y alcohol, es necesariamente fascista. Hace mucho tiempo que abandoné el colegio, pero hay quienes todavía quieren que Chile se parezca a un liceo en donde todos vistan uniforme y le teman a la inspectoría general.
Son los mismos que nos dicen cómo debe ser el matrimonio y cómo deben ser las familias, que justamente coinciden con el modelo de sus matrimonios y sus familias, al mismo tiempo que nos permiten consumir lo que a ellos les gusta, alcohol y tabaco, mientras que le prohíben a otros lo que quieren consumir y disfrutar. Discutir con ellos ha sido un paso adelante, pero el paso siguiente sería ignorar a aquellos que simplemente quieren moldear una sociedad homogénea y desigual y comenzar a formar una sociedad diversa e igualitaria, en el que cada quien haga sin molestar a nadie lo que se le antoje ¿o es que eso sería libertinaje?
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