Una desigualdad transgeneracional
La desigualdad en el patrimonio familiar en nuestro país es alta, pero muy poco sabemos sobre cuánto y cómo se mantiene la riqueza, la calidad y el bienestar a través de las generaciones. Una perspectiva a largo plazo, en el que se refleje la naturaleza acumulativa de la riqueza podría ser crucial para comprender el alcance y los canales de la producción de riqueza a través de las generaciones. Estudios internacionales que abarcan casi medio siglo, muestran que la riqueza de los abuelos es un muy buen predictor de la riqueza de los nietos, más allá del papel de la riqueza parental, lo que sugiere que centrarse únicamente en las díadas entre padres e hijos subestima la importancia de los linajes de riqueza familiar. En segundo lugar, considerando cinco canales de transmisión de riqueza -dones y legados, educación, matrimonio, propiedad de vivienda y propiedad de empresas-, se puede constatar que la mayoría de las ventajas derivadas del patrimonio familiar comienzan mucho antes en el curso de la vida que lo que implica el enfoque común en legados, incluso cuando consideramos la riqueza de los abuelos.
Las desigualdades y las capacidades surgen intergeneracionalmente a través de la plasticidad biológica, mediante la cual el fenotipo responde a través del curso de la vida a diversos estímulos ambientales.
Como consecuencia, debemos reconsiderar el concepto de meritocracia. Ésta se considera positiva y justa, dado que permitiría la distribución de los recursos, en función de los esfuerzos y logros personales. Se basa en la noción de que «las personas salen adelante y obtienen recompensas en proporción directa a los esfuerzos y habilidades individuales. O más calculadamente: «La inteligencia y el esfuerzo juntos conforman el mérito(I + E = M)». La meritocracia deriva su legitimidad del “sentido común”, de la suposición de que las recompensas se obtienen a través del trabajo duro, y que las personas que no trabajan lo suficientemente duro merecen recompensas menores. Sin embargo, a la luz de los nuevos conocimientos (incluida la epigenética), la meritocracia sería puramente un «mito», algo ilusorio. Tiene el barniz de la igualdad, mientras simultáneamente enmascara las ventajas y desventajas reales que han sido diferencialmente distribuidas en nuestra sociedad.
Por el contrario, el elitismo como concepto no siempre genera el mismo sentido común de legitimidad. Evoca un sentido de injusticia y hostilidad el que una pequeña minoría debería reclamar privilegios y distinciones basados únicamente en quiénes son o de donde vienen. Sin embargo, las creencias elitistas persisten en muchas formas que no siempre equivalen a reclamos directos de trato especial. Por ejemplo, se da el elitismo a través de mecanismos y tecnologías aparentemente justas y equitativas tales como pruebas de coeficiente intelectual (IQ por su sigla en inglés) y pruebas estandarizadas de rendimiento académico tales como PISA, SIMCE y PSU.
El papel de las creencias elitistas en el mantenimiento desigualdad material, social y educativa es evidente en las formas en que el concepto de mérito se actualiza (evoluciona). Es claro, el elitismo no se basa exclusivamente en afirmaciones manifiestas de superioridad basadas en privilegios existentes.
Daré un ejemplo que debería llevarnos a una discusión abierta y sincera respecto de las repercusiones de los estímulos que se dan incluso antes del nacimiento o quizá, un poco antes. Una página web británica sobre salud antes y durante el embarazo, respaldada por investigadores de varias universidades y que destaca el impacto de la epigenética, incluye una narración en video sobre un joven que ha sido liberado de prisión (www.beginbeforebirth.org). Sus dificultades en la vida escolar y laboral, y sus antecedentes penales se explicarían como posibles resultados del embarazo estresante de su madre y de la incapacidad de ella para proporcionarle suficiente «calidez» como madre soltera, en una situación de vida difícil. «Charlie no nació criminal«, sugiere el narrador, «la investigación sugiere que su estadía en el útero y sus primeros años de vida podrían haber hecho que su comportamiento fuera más probable […] Quizás si otras hubieran sido las condiciones en las que Charlie hubiese vivido en el útero y en otras condiciones ambientales durante sus primeros años, él también podría haber sido diferente«.
El ejemplo anterior se ve apoyado además por una reciente publicación. Los hallazgos de este estudio respaldan un enfoque concertado sobre el período intrauterino de desarrollo como una de las ventanas principales para la transmisión intergeneracional de los efectos de la exposición a maltrato infantil. Esto tiene implicaciones obvias e importantes para el desarrollo y el momento de las estrategias de intervención para finalmente romper el círculo vicioso de las consecuencias perdurables del abuso y la negligencia transmitidas de una población vulnerable de mujeres maltratadas a la población aún más vulnerable de sus hijos por nacer.
Biólogos e investigadores de las ciencias sociales hemos ofrecido históricamente explicaciones relativamente «deterministas» para la persistencia de las jerarquías sociales a través de generaciones, enfatizadas en los genes y en la cultura, respectivamente. Sin embargo, actualmente somos muchos los que pretendemos ir más allá de esa dicotomía decimonónica, centrándonos en cómo las desigualdades y las capacidades surgen intergeneracionalmente a través de la plasticidad biológica, mediante la cual el fenotipo responde a través del curso de la vida a diversos estímulos ambientales.
Debemos tener presente que, a través de la neuroplasticidad, la exposición crónica a circunstancias adversas puede inducir una condición fenotípica acumulativa que puede tomar varias generaciones para revertir completamente.
A modo de conclusión
Es claro, el mayor desafío de nuestro tiempo es asegurar una buena salud mental para nuestro país. Para lograrlo, no debemos buscar más allá de donde comienza todo: la concepción de una futura persona. Asegurar la vinculación temprana es la diferencia entre el un niño que crece como un adulto seguro y emocionalmente capaz, y un niño que se convertirá en un niño depresivo y ansioso, que no se enfrentará bien con los altibajos de la vida. En los casos más difíciles, es probable que este niño experimente delincuencia, abuso de sustancias o problemas depresivos.
Resulta sorprendente darnos cuenta el impacto del exposoma y cómo al impactar en la persona, incluso antes de su nacimiento, pudiese dar como resultado personas tan diferentes, unas mejor adaptadas que otras. Las menos adaptadas, con características que estarían en total disonancia con nuestra forma de entender una sociedad moderna.
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