Si algo queda en claro cuando la polarización aumenta es que la verdad (o lo cierto, mejor dicho) deja de tener la relevancia que alguna vez tuvo. No me refiero con esto a las afirmaciones relativas, aquellas que se sustentan en ideas, nociones, ideologías incluso, que siempre son y han sido debatibles. Me refiero a la pura y dura certeza. A la de los hechos.
Tras el fin de la dictadura cívico-militar, fue desde el primer gobierno de Sebastián Piñera que la polarización política fue acrecentándose y generalizándose en el país. No porque el actual Presidente tenga responsabilidad especial en ello, sino por el hecho de que un grupo importante de adherentes de derecha, que durante años estuvieron casi en la clandestinidad por la regencia concertacionista, tuvieron su momento de salir a la luz. Y así, disputar en el espacio público los sentidos colectivos. Con la confrontación que ello involucra, ya que la homogeneidad tiende a carecer de matices. De divergencias.El basar la disputa ideológica en mentiras no es patrimonio de un sector en particular. Se ejerce desde quienes se sienten cercanos a la derecha y a la izquierda, colectivistas y neoliberales.
Las redes sociales también han hecho lo propio. El costo relativamente bajo que conlleva decir lo que a uno se le antoje protegido por la virtualidad, ha hecho emerger todos los Hyde que llevamos dentro. Esos señores y señoras que en el mundo digital están disponibles para asesinar a quien se les cruce tras la pantalla del computador o del teléfono. Sus verdades, las propias, no las de los otros, ameritan la aniquilación de quien difiere.
Pero esta es solo una de las facetas. La otra cara de la misma moneda es el desapego a lo incontrastable. En esta caben tanto quienes difunden versiones e historias no confirmadas, como quienes se hacen eco y opinan sin tener certeza de que lo reseñado es cierto. También, obviamente, quienes inventan de plano falsedades para lograr sus objetivos.
En todos estos casos da lo mismo lo cierto. Tanto así que cuando uno se enfrenta a este tipo de mensajes es inoficioso oponerle informaciones chequeadas. Se pasa sobre ella como si de un ser invisible se tratara o, en el mejor de los casos, se sale con el argumento que “el desmentido debe ser falso o parte de una operación”.
El basar la disputa ideológica en mentiras no es patrimonio de un sector en particular. Se ejerce desde quienes se sienten cercanos a la derecha y a la izquierda, colectivistas y neoliberales.
Tampoco tiene clase social, cuando incluso nuestro Presidente de la República en más de una vez ha recurrido a ella para zafar. El impasse con la foto en Plaza de la Dignidad, donde argumentó que iba de paso, es solo el último y tragicómico ejemplo de su compulsión a salir jugando. Aunque sea cometiendo faltas al fair play. Si ese ejemplo da la máxima autoridad del país, ¿qué queda para el resto?
Sería filosóficamente desafiante que esta tendencia a priorizar los objetivos personales partiera de una mirada íntima sobre qué es mejor para la sociedad. Decir la verdad aunque se mantenga una injusticia, por ejemplo. vs. mentir y terminar con ella. Que tal fue la profunda –y sicópata, hay que decirlo- reflexión de Raskolnikov cuando, en la novela de Dostoviesky, asesinó y robó a una anciana prestamista. En su opinión ese dinero haría mayor bien social si estaba en sus manos, joven universitario, que en las de la vieja usurera. Por muy sociópata que sea la imagen, algo de colectivo hay ahí.
No, creo que no son esas reflexiones las que hacen tener tan poco apego a lo cierto. Es simplemente un liberalismo exacerbado, donde los principios comunes ya no tienen razón de ser en el empeño por ganar una partida.
Por cierto que la mentira como arma de acción política no nació hoy. También es cierto que ha habido momentos oscuros, en Chile y en otros países, de unos y otros signos, donde no solo la falsedad ha sido herramienta. También el asesinato y la tortura. Pero que ese pasado de horror no nos ciegue a reconocer que validar la mentira como puntal de nuestra relación social es parte también de lo que debemos mirar en la crisis actual.
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