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¿Son las luchas feminista y ambiental políticamente transversales?

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Pasado el tráfago mediático del 8M, con cientos de miles de mujeres en las calles de todo el país para dar cuenta, una vez más, de un sistema social, político, económico sustentado en la desigualdad de género, permanecen aún los ecos de los discursos colaterales.

En los días previos, desde el gobierno fueron varios los llamados a no sumarse a la huelga feminista ni a las manifestaciones convocadas: “No es necesaria” dijo el Presidente Sebastián Piñera el martes previo, “los derechos de las mujeres se consiguen movilizándonos entre todos” apuntó su vocera Cecilia Pérez, cuestionando la toma ciudadana de los espacios públicos.  Estaba claro que la movilización no era de su agrado. 

Sin prestar oído a estos planteamientos, un importante contingente de mujeres ejerció su derecho con exigencias en áreas bien específicas: lucha contra la violencia machista; trabajo y seguridad social; derecho a la ciudad y la vivienda digna; racismo y migración; aborto, derechos sexuales y reproductivos; memoria feminista y derechos humanos; arte, cultura y comunicaciones; defensa del territorio, soberanía alimentaria, vida y territorios indígenas; disidencias sexuales; educación no sexista

Fue a las pocas horas de realizada la movilización que desde la actual administración se subieron literalmente al carro de la victoria celebrando la masiva acción ciudadana.  Múltiples frases aludiendo a unacausa noble y justa”, que tiene mucha “fuerza” y que expresaron con “alegría y de forma pacífica las mujeres de Chile, de las cuales me siento profundamente orgulloso” fueron las palabras escogidas por Primer Mandatario.  Formaron así parte de una ofensiva para apropiarse de lo que no les es propio. En este caso, las reivindicaciones feministas de los últimos años.

Eso es lo obvio, que aporta al debate político contingente.

Sin embargo hay una frase en específico, más sutil, que permite apreciar la liquidez del discurso público, espacio en el cual hoy por hoy es posible hacer cualquier aseveración.  Decir cualquier cosa sin costo alguno. Y este es, en concreto, la transversalidad de las demandas feministas.

Un día antes, la ministra de la Mujer y la Equidad de Género, Isabel Plá, señalaba que el feminismo no tiene camiseta política. Que no es de izquierda ni de derecha, por lo menos según los cánones chilenos.  “Ese es un triunfo de los movimientos feministas del mundo y de Chile: el hecho de haber permeado con esa causa a todas las instituciones públicas y privadas, y sobre todo haber cruzado transversalmente nuestra sociedad, no solamente por posiciones políticas, sino también por generaciones y condición social» indicó.

Y su compañera de coalición, la presidenta de la UDI y senadora Jacqueline Van Rysselbeghe recalcó que estas reivindicaciones “no son de izquierda, son de las mujeres y las mujeres estamos en todos lados”.

Coronando estas expresiones encontramos una idea basal: El machismo está en todas partes, en todos los partidos”.

La derecha chilena no cobija en su ideología los cambios políticos, económicos y sociales que se requieren para mayor equidad socioambiental y de géneroa.

Mirando el contexto, similar ocurre frente a la lucha socioambiental, que aboga por un modelo de desarrollo en armonía con los ecosistemas y las comunidades locales. Las frases siempre son que la responsabilidad ambiental es tarea de todos.  Que no tiene color político.

Suena bonito, consensual, positivo.  Pero la realidad es otra.  Porque aunque hay ejemplos específicos en que líderes de derecha han interpelado el extractivismo y el impacto ambiental del modelo de desarrollo, no es particularmente desde este mundo donde surgen los planteamientos tendientes a modificar el sistema global y local para una mayor armonía con los ecosistemas, las comunidades locales.

Efectivamente la izquierda tradicional también tiene su historial manchado, pero es necesario reconocer que en este sector las demandas socioambientales tienen muchas veces mayor cabida.  Baste pasearse por las comisiones del Congreso, ver cómo votan los legisladores en estas materias.   Y el motivo es plausible: la visión de sociedad de la derecha social y económica es profundamente economicista, basada en la producción y consumo masivo libre, sin ataduras, y estos ejes son precisamente fundamentos de la debacle ecosistémica global que vivimos.  Ejemplos al contrario existen, como el fallecido senador Antonio Horvath, pero lo cierto es que no abundan en su elite institucional, mucho más ideologizada.

Similar ocurre con las reivindicaciones en pro de la igualdad de género. No ha sido particularmente la derecha la que ha impulsado los cambios principales en materia de equidad para la mujer, y qué decir de los derechos de género.  Y aunque existen referentes de ese sector que sí adhieren a tales postulados (un buen ejemplo es Lily Pérez), no es desde ese sector donde se han propuesto los principales cambios.  También acá hay un problema ideológico.

Un botón de muestra es su postura en bloque frente a emblemáticas causas: aborto, leyes de inclusión, paridad o cuotas, proyectos de filiación, ley de divorcio, píldora anticonceptiva de emergencia. Y es claro, en este sector modificar la desigualdad no es uno de sus leit motiv, porque en la versión extrema de su ideario el mercado debe funcionar sin traba alguna que lo desvirtúe, como podrían ser políticas que incidan en las libres decisiones, sin ataduras, de consumidores o empleadores.  La falsa meritocracia (falaz porque el modelo, por lo menos en Chile, siempre da mejores patines a unos, peores a otros) es uno de sus principales planteamientos.

La derecha chilena no cobija en su ideología los cambios políticos, económicos y sociales que se requieren para mayor equidad socioambiental y de género.  Y aunque la historia de la izquierda no ha estado exenta de mala praxis en tal sentido (solo hay que mirar los modelos de desarrollo extractivistas de la ex URSS y hoy China, o el voto de las mujeres en Chile donde por motivos electorales este sector originalmente se opuso, por ser este segmento marcadamente conservador), son corrientes de pensamiento hoy en día con más énfasis en lo colectivo que en lo individual (uno de los clivajes izquierda/derecha) las que han impulsado estos cambios.  Sumado a ello el marcado tinte moralmente conservador y tradicionalista de la derecha política, al menos la chilena.

Por esto decir que las demandas feministas o socioambientales son transversales (o que el machismo y el extractivismo no tienen color partidario), son validas en el caso a caso.  En la casuística.  Pero en términos ideológicos no son más que frases de buena crianza, sin sustento político real.

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