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Sociedad de la ignorancia

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Es necesario tener un sistema educativo centrado no sólo en saberes productivos, sino que también en saberes como fines en sí mismo, es necesario que la producción de conocimiento sea democrática, fines para los cuales el cogobierno universitario se ve como una respuesta aunque quizás insuficiente, necesaria.

A menudo escuchamos el tan bullado slogan de que vivimos inmersos en la llamada “sociedad del conocimiento”, una nueva época de nuestra historia en donde los factores “conocimiento” e “innovación” se han alzado como el combustible de desarrollo de la sociedad moderna. Una sociedad hiperconectada y cada vez más globalizada, en la cual tenemos acceso a una cantidad de información sin precedentes. Una sociedad que vive de pequeños asombros momentáneos, producidos por los últimos descubrimientos e innovaciones tecnológicas que llegan día a día.

Existen muchas formas de explicar este fenómeno, que es por esencia complejo; que está en constante evolución. Para unos se trata de las consecuencias de una nueva fase del capitalismo, superada su fase industrial, en que se ha sumado un nuevo elemento a la triada clásica de la economía. A los tradicionales “trabajo”, “capital” y “tierra” se agrega el “conocimiento”, teniendo como consecuencia que la sociedad se organice, de forma tal, de producir conocimiento en masa. Para otros es la consecuencia lógica del progresivo avance de las distintas disciplinas científicas y su democratización.

Sin embargo, qué porcentaje de realidad tendrá de cierto tal concepto. ¿Es verdad que vivimos en una sociedad del conocimiento? ¿De qué clase de conocimiento estamos hablando? Antes de cualquier apreciación o comentario, siguiendo a Antoni Brey, convendría entender a qué nos referimos cuando hablamos de conocimiento. Existen muchas concepciones acerca de lo que es el “conocimiento”. De una forma simplificada un sujeto conoce algo cuando se crea una imagen mental de ese objeto. En esta perspectiva, el conocimiento es el resultado de ese proceso, la representación mental, y abarca desde la aprehensión de una entidad simple o de un proceso práctico sencillo hasta una comprensión de los mecanismos más profundos de funcionamiento de la realidad. A todos estos estímulos, que son conceptualizados por la mente, se les denomina información. Cuando la información es compleja, teniendo como fin comunicar un determinado conocimiento se le denomina “saber”. Ver el pronóstico del clima es distinto a leer filosofía o algún artículo científico. El pronóstico es información, en cambio, el artículo científico es un saber.

En este sentido, podríamos pensar que una sociedad que tiene al conocimiento como eje central, es una sociedad altamente educada e instruida, una sociedad que ve en el conocimiento un bien en sí mismo; que profesa un amor al saber de las cosas. Sin embargo, es común escuchar comentarios sobre lo inútil de aprender algo que no tenga una función específica, que no traiga consigo una mejor remuneración o que no sirva para producir algo tangible. Los saberes abstractos que nos podrían ayudar a tener una mejor comprensión de la realidad en su conjunto, a darle un sentido a esta, son relegados a un segundo plano, hasta mal vistos, pues no son productivos. En consecuencia, la sociedad del conocimiento es en rigor una sociedad de saberes productivos, es decir, de aquellos conocimientos prácticos y funcionales al mercado. Se estudia para tener una profesión, y las investigaciones científicas son vistas como inversiones bursátiles.

Y este es un fenómeno que podemos ver tanto en el diario vivir como en todo el campo del saber. Ha desaparecido la figura del sabio, ese individuo integral, que poseía un alto dominio del conocimiento, un ser que tendía a lo universal, a la comprensión general de la realidad. Una materialización de este hecho es la ausencia actual de filósofos que pretendan acometer la tarea de proponer sistemas completos de interpretación de la realidad. Después de Kant y Marx el pensamiento de tipo filosófico abandonó tal pretensión, consolidó un largo proceso de subjetivación y se retiró definitivamente al estudio de su propia historia y a aquellas regiones no invadidas por la ciencia. En forma contraria, las ciencias se institucionalizaron, especializándose cada vez más, hasta un punto extremo, pero no sólo con la ciencia sino que todo el saber humano se especializo.

En este sentido, la sociedad del conocimiento no es una sociedad de sabios, sino que una sociedad de expertos. El experto es distinto al sabio en varios puntos. El experto es un profesional de una mínima área del saber humano y como consecuencia no está habilitado para aportar u opinar sobre el desarrollo de otra área del conocimiento. Un doctor en física no está capacitado para opinar sobre cómo se produce su alimento, pues, él no es un experto en esa área. Y justamente ese es el problema con la sociedad del conocimiento. Cuando un individuo deja su trabajo, deja su reducto en que es un “experto” se vuelve parte de la masa, es decir, se vuelve un ignorante. Al institucionalizarse el conocimiento el ciudadano pierde injerencia en el desarrollo de este. Esta sociedad de saberes productivos y expertos, es una sociedad en que reina la ignorancia. Pues cada quien sólo sabe lo que le corresponde saber.

La sociedad de la Ignorancia es producida por dos factores característicos de los tiempos modernos: la acumulación exponencial de información y las propiedades de los medios con los cuales se accede a la información.

Es cierto que siempre fue una ilusión esa idea del hombre capaz de conocer todo, pues biológicamente al individuo humano le es imposible. Sin embargo, actualmente somos testigos de un fenómeno nunca antes visto. En la actualidad existe y se produce día a día una cantidad de información descomunal, cada semana se llenan nuevas bibliotecas con nuevos descubrimientos. Información que esta gracias al internet al alcance de todas las personas. Además del problema obvio que desencadena tal cantidad de información, es decir, la imposibilidad de tener certeza sobre la seriedad y autenticidad de aquella, genera el problema de crear más ignorancia. ¿Para qué aprender algo que está en internet siempre disponible? ¿Para qué intentar aprender si jamás voy a saberlo todo? El volumen del conocimiento lo hace inabarcable para un solo individuo, por lo tanto, se escoge por especializarse en alguna área de aquel. Por tanto, esa producción exponencial de conocimiento hace que el individuo se resigne a no aprender.

Pese a lo crítica que ha sido este ensayo no condenamos de forma tajante eso que se denomina Sociedad del Conocimiento. Quizás es el desarrollo natural del ser humano. Quizás sólo somos nostálgicos de aquel ideal griego del amor al saber, puede ser que lo mismo haya ocurrido para aquellos que no vislumbraban una vida plena sin el fundamento absoluto en Dios. Sin embargo, hechos los reparos y reservas correspondientes, no es posible negar los múltiples riegos que genera esta sociedad de masas, en que reina la ignorancia. Tener ciudadanos sin pensamiento crítico, enclaustrados en reductos pragmáticos de conocimiento, sin acceso a saberes y experiencias que podría darles mayor sentido a sus vidas.

Es en este sentido, creemos que la acción política debe encaminarse no sólo a la relación existente entre el individuo y el Estado, sino que abarcar el campo completa de la relación comunitaria del individuo, la cual también abarca el desarrollo de conocimientos. Es necesario tener un sistema educativo centrado no sólo en saberes productivos, sino que también en saberes como fines en sí mismo, es necesario que la producción de conocimiento sea democrática, fines para los cuales el cogobierno universitario se ve como una respuesta aunque quizás insuficiente, necesaria.

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26 de mayo

Un deja vu, es como volver a enfrentarse a Ortega y Gasset con su «Hombre masa» ¿o quizás fue Zygmunt Bauman? ¡Ya sé! Fue Lipovetsky.
Dejando fuera los comentarios petulantes, esta discusión tiene el potencial de generar unas preguntas tan profundas que no me atrevo ni siquiera a conjeturar alguna respuesta a ellas. Tales son:
— El conocimiento es visto como una manera de hacer nuestra vida más confortable. Luego ¿qué tendría de malo la extinción de saberes no técnicos si ello implicase que una sociedad hipertecnologizada lograse estándares absolutos de felicidad material y emocional? Esta no es una pregunta con respuesta fácil, sobre todo considerando que el ser humano promedio no es precisamente el filósofo cuya plenitud hunde sus raíces en el placer teorético. Gran parte de nosotros estaríamos contentos y plenos con solamente tener garantizada una vida de esfuerzo mínimo y seguridad material para nuestras familias. Algo así como «Un mundo feliz», pero sin los componentes distópicos ¿acaso tal futuro posible no es algo deseable?
— Por otra parte siempre está la opinión de misticismos y religiones que ven en el conocimiento el origen de la desgracia y angustia en el hombre. Un clásico es el Eclesiastés «quien acumula ciencia acumula dolor», pero esta idea está también en escritos de Chuang Tzu, en discursos adjudicados a Buda, e imagino que en el resto de religiones abrahamánicas y orientales existirá un símil de la idea. Inspirándome en esto me pregunto ¿es el conocimiento por el conocimiento algo que debiese preocuparnos como proyecto de sociedad? ¿O debiésemos ponernos un límite? Por mi parte tengo la mitad de la conjetura de una respuesta a la cuestión. Creo que el ser humano debería abandonar la búsqueda de saberes con fines mercantiles y debiese enfocarse en buscar la eficiencia guiada por criterios de sustentabilidad y sostenibilidad (que si no me equivoco no son lo mismo). En este sentido un montón de gente hoy se quedaría sin pega, ya que las industrias hoy generan productos con criterios de obsolescencia programada para poder mantener al hámster consumista girando en su rueda. Otro saber superfluo es el perfeccionamiento de tecnología militar. Ya tenemos ICBM, los cuales tienes múltiples ojivas para multiplicar el daño… la guerra fría continúa y se desperdician cerebros que podrían estar enfocados en, por ejemplo, mejorar el rendimiento de los paneles solares.
— Otra interrogante dificilísima sería ¿es la política el método de generar un cambio en la mentalidad de las personas? Yo tiendo a creer que la manera de generar seres críticos no parte de las políticas que puede implementar un Estado, sino que mas bien deben confluir factores azarosos, entre los cuales está la educación, para que una persona se vuelva «conciente» y se comience a cuestionar más profundamente la existencia y las estructuras sociales. El que hoy los jovenes sean críticos se debe a varios factores que han confabulado para generar su crítica. Algunos factores creo que son:
– Las nuevas tecnologías que permiten el conocer lo que pasa en el mundo y que comiencen a cuestionarse lo que pasa localmente.
– La perdida de confianza en la educación como una herramienta de movilidad social, lo que empuja a buscar formas paralelas de aprendizaje y formación.
– La inexistencia de traumas sociales, como por ejemplo le sucedió con la generación nacida antes o dentro de la dictadura.
En general me parece extraño creer que un Estado pueda generar individuos que sean críticos, pues esto conllevaría que el mismo Estado pudiese perder su poder de representar la soberanía popular. Una sociedad de «despiertos» quizás generaría una masa crítica tal que el gobierno daría paso a formas de auto-organización totalmente desconocidas para nuestra mente del siglo XX.
No molesto más.

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