De las muchas interrogantes que huelgan de los inicios de esta crisis social, ha sido la modificación del estatus social y del espíritu chileno. Las diferentes instancias producidas por la crisis han hecho que el Estado, sus instituciones y sus derivadas, hayan acelerado todas las formas de contestación sobre, y parafraseando al gran politólogo David Easton, los inputs que la sociedad le demanda a su sistema político. Ello se vería apoyado, también, con un fuerte hecho empírico sustentado en la afirmación de una crisis de representación que está viviendo el continente.
[texto_destacado]El estatus chileno ya no está siendo en esta forma normativa diferenciadora entre quienes tienen mejor situación o no, sino que, irónicamente, para la impresión de quienes están en la calle se ha transformado, en tal vez, la dicotomía entre una clase poseedora del capital y una clase trabajadora y abusada por las instituciones que son gobernadas por familiares de esta misma clase del capital. Y como es Latinoamérica, el ‘fantasma de la Oligarquía’ recorre las diferentes formas de ‘estallidos sociales’. Lo que significa que las clases no se están viendo así mismas como ‘capitalistas y proletarios’, más bien como una suerte de ‘quienes pueden sobrevivir a este sistema y quienes perecen ante él’. A veces tendemos a olvidar las raíces de América, cargadas por la sangre desparramada por europeos que no solo minimizaron la cultura original americana, también sus hijos se enfrascaron en una revolución que terminamos por avalar, aceptar y hasta asumir como nuestra. La oligarquía nacería no solo de los criollos, sino también de muchas inmigraciones europeas. El Estado fue europeo desde el comienzo, nunca sería puramente americano; en otras palabras, el Estado independiente sería siempre más europeo que americano. Aunque esto incurre en un tema aún más profundo exógeno a este escrito.
En cuanto a lo segundo, podemos precisar que el espíritu chileno cultivado durante 17 años de dictadura (en conjunto con el miedo, el terror, las represiones y la doctrina militar) más una transición que, si bien empezó el proceso de reencuentro en la esfera social, nunca terminó por resolver aquella problemática implantada por las armas durante casi dos decenios. Y lo que quedó. Un espíritu derrotado, con miedo a la oscuridad, con el moño agachado, con la sempiterna cuestión de la desconfianza por los políticos y políticas que gobiernan. La corrupción mora entre ellos y muchos lo sabían, pero aquel espíritu nuevo no hacía que muchos se atrevieran a hablar, a criticar, a pensar. El espíritu de lo apolítico, de la desconexión por el asunto de lo público. Si bien es cierto que esto no es un fenómeno que se haya visto exclusivamente por la dictadura, o en consecuencia de esta. Lo apolítico se ha visto internacionalmente, azotando en Occidente, pero se podría decir que la dictadura chilena haya reforzado o acelerado dicho proceso acá. Y, desde la era de transición, dos estallidos sociales se vieron. El 2006 y el 2011.
Pero 2019 es diferente. Y sigue siéndolo. Y sigue cambiando. El espíritu de los nacidos en democracia, que no les dio miedo un toque de queda, ni los militares en la calle. Se han enfrentado a los carabineros y su exceso de fuerza. Ese es el espíritu nuevo que está avivando viejas sensaciones en quienes vivieron en dictadura, y la confrontaron.
Sobre democracia en Chile
La democracia es el gobierno de los pobres, Aristóteles
El problema de la democracia, que temía tanto Platón como Aristóteles, es que, efectuada dentro de un grupo social, o una masa pensante que, precisamente su problema estaría en aquella ausencia intelectual o de raciocinio, entonces la democracia no sería un gobierno efectivo, ni estable, ni bueno.
La anterior cavilación requiere de una breve meditación. Aristóteles fue tal vez uno de los genios más transcendentales de la época clásica; junto con su maestro, Platón, definirían dos líneas de pensamientos: el platonismo y el aristotelismo. Y, más allá de sus pensamientos y la filosofía, tal vez en la breve genialidad que conocemos del pensador griego, nos demos cuenta de que auguraba una desigualdad latente en un modelo de gobierno. En un régimen democrático.
Todo en política es una cuestión de poder. La democracia también, los contractualistas debatieron por siglo y medio sobre diferentes materias de soberanía, sociedad, naturaleza humana y el Estado. ¿Dónde reside el poder en la democracia? Estamos atribuyendo una situación ontológica a un concepto no empírico, solo teórico, pues el poder es aquel que se ejerce mediante la participación de la cosa pública, y no únicamente por el ejercicio del voto en la urna (democracia procedimental). Es poder si se mueve influencias, o si esta no se mueve por condicionamiento impuesto.
El problema de la democracia, que temía tanto Platón como Aristóteles, es que, efectuada dentro de un grupo social, o una masa pensante que, precisamente su problema estaría en aquella ausencia intelectual o de raciocinio, entonces la democracia no sería un gobierno efectivo, ni estable, ni bueno. Por lo que, ni el ‘Bien’ platónico ni la ‘Eudaimonía’ aristotélica serían alcanzables mediante la democracia. Respetaban mucho a los sabios y cultos que se dedicaban a la filosofía, a las ciencias, las artes, las matemáticas y la res pública, los pensaban como una forma de gobernantes, sobre todo Platón con su separación de tres clases. Lo que no divagaron dentro de los pensamientos era la corrupción en la naturaleza de esta clase de individuos (que conformarían la aristocracia en vez de una democracia). Y bueno, si bien en Chile recién ahora estamos comenzando a saber sobre la corrupción profunda del sistema político y sus integrantes, como figuras Lerou o Larraín, transversales a la ideología de los partidos, es en parte donde la democracia, embozada de democracia, pero más cercana a un gobierno de los ‘poderosos’, cae. Y la gente, ahora se ha dado cuenta que no solamente el sistema es inmoderado, sino que también la democracia no es una completa verdad, tampoco es democracia en sí misma. Y conlleva a un problema.
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