Por: Margarita Araya/Rodrigo Gruebler
Cuando éramos niños, teníamos la libertad natural de decir lo que pensábamos y sentíamos sin más consideración que nosotros mismos, generábamos conciencia de nuestro entorno y actuábamos en él desde nuestras necesidades. Teníamos opinión y enjuiciábamos el mundo aunque nuestros dichos no fueran tomados en cuenta. Actuábamos desde un estado puro y vulnerable, ajenos a las normas y estructuras sociales establecidas en el lugar en que comenzaría nuestra interacción con el mundo.
El período de dictadura impuesto y su brutalidad en la modificación de las condiciones sociales construidas previamente, nos sumió en un espacio rigidizado, donde nuestras ideas y pensamientos debían responder a una doctrina y de lo contrario replegarse a lo más profundo de nuestras conciencias. Nos intentaron convencer, y convencieron a otros, que las opiniones importantes estaban permitidas sólo para algunos que gozaban de poder y eran ellos quienes tomaban las decisiones, así dejamos de exigir.
Nos definimos una persona “cualquiera”, personas vulneradas en sus derechos, nos hicimos parte de un colectivo, sin distinciones, generando casi de forma automática la conciencia de pertenecer a una misma clase, a una clase vulnerada en sus derechos sociales, la clase trabajadora.
Sin darnos cuenta comenzamos a diferenciarnos según áreas geográficas, colegio, sueldo, color de pelo, título, hasta el auto que adquiríamos. Fuimos perdiendo la capacidad de reconocernos como iguales, como humanos cualquiera, dejamos de relacionarnos con cualquiera y de decir y hacer sin miedo. Paulatinamente dejamos de opinar y delegamos este derecho en la autoridad política, perdiendo casi totalmente la participación social.
Sin embargo, hace ya algunos años la reactivación de los movimientos sociales en Chile, nos trae de vuelta la oportunidad de reencontrarnos como una persona “cualquiera” con otros “cualquiera”, con quienes somos parte de un colectivo que se caracteriza por necesidades de bienestar comunes. Observamos con esperanza como vuelve a nacer la convicción de que si podemos avanzar, opinar y podemos compartir esa opinión, y en conjunto con otros podemos tener la fuerza necesaria para generar cambios profundos para una mejor sociedad, para un mejor vivir.
Hemos avanzado nuevamente en la dirección del bienestar colectivo y lentamente dejamos la individualidad para ser parte del trabajo común y, por qué no, ser los catalizadores de que en el futuro logremos más bienestar para nuestra sociedad.
La reflexión anterior nace a partir de lo que ocurre los días 29, 30 y 01 de Octubre del 2017, donde en nuestro país se realizó un plebiscito con nivel de consulta nacional acerca de cuál es el sistema de pensiones queremos . Un proceso que logró generar un punto de encuentro entre muchos chilenos, haciéndolos sentir parte de un colectivo de ciudadanos vulnerados en sus derechos sociales. Se nos abrió un espacio para opinar libremente, para recuperar la dignidad de las pensiones y eliminar el abuso que ejercen y representan las Aseguradoras de Fondos de Pensiones y así avanzar hacia un bienestar biopsicosocial para todas y todos sin exclusión.
En este escenario, algunos se acercaban con convicción y claridad para expresar su voto. Otros en cambio, tímidamente observaban hasta que preguntaban: “¿Cualquiera puede votar?”; la respuesta: “Si, cualquiera”.
Tres días en que todas y todos fuimos “cualquiera”, sin requisitos ni valores agregados, sin diferenciaciones ni individualidades. Porque cualquiera de nosotros se levanta todos los días para realizar un trabajo y hacer que nuestro país funcione, cualquiera de nosotros recibe un sueldo a fin de mes y cualquiera paga las cuentas. Nos definimos una persona “cualquiera”, personas vulneradas en sus derechos, nos hicimos parte de un colectivo, sin distinciones, generando casi de forma automática la conciencia de pertenecer a una misma clase, a una clase vulnerada en sus derechos sociales, la clase trabajadora.
En este acto surge la conciencia de la clase trabajadora que se reconoce a sí misma y que se enfrenta a la clase política de manera organizada, lo hicimos con un ejercicio democrático que refleja el estar mirándonos unos a otros nuevamente, que nos estamos organizando, educando, que volvemos a perder los miedos, que avanzamos.
Fue un ejercicio de esperanza, de que podemos quebrarle la mano a esta estructura que nos tiene en un estado de precariedad y que es posible si somos perseverantes y resolvemos las diferencias para actuar lo más unidos posible.
Luego de este proceso de consulta nacional quedan evidencias de que poco a poco nos vamos alejando del individualismo y nos reconocemos como seres humanos, que somos parte de una sociedad con similares necesidades y aspiraciones, ser “cualquiera” nos permite recuperar la Conciencia de Clase, lo que sin duda será lo único que nos permitirá una mayor organización colectiva y generar más fuerza para avanzar en la obtención de cualquier derecho social que nos devuelva la dignidad.
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