¿Cómo pudo un sistema tan brutamente implantado en Chile, país que era solidario y esforzado en su trabajo por la satisfacción de hacerlo bien, causar tan gran trauma social que ya tomado el ritmo del siglo XXI nadie en el plano político se refiera a estos asquerosos escenarios en un grito de urgencia?
A menudo oímos críticas en contra del abismo socioeconómico presente en Chile, sobre todo en su vida urbana, pero pocas veces encontramos ejemplos referentes a esta situación que sean tan literales como es el caso del área de Pedro de Valdivia en la ciudad de Concepción. Este sector, ubicado en la periferia sur de la capital de la región del Biobío está dividido con un corte transversal por la línea férrea, dejando a un lado el sector Pedro de Valdivia alto (bien abastecido de entretenimientos, servicios médicos, educacionales y mercantiles), y al otro lado la población Pedro de Valdivia bajo.
En un proceso paulatino, acelerado con el paso del siglo XX, el proletariado se vio atraído a este sector por las posibilidades laborales que ahí tenía (la línea férrea era una importante fuente de trabajo y los terrenos eran fértiles para autoabastecerse). Esta migración les llevó a afrontar obstáculos naturales como los fuertes terremotos y los devastadores desbordes del río.
Lamentablemente, eran estas las únicas ocasiones en las que la gente de los barrios altos de Concepción se enteraba de que algo pasaba en Pedro de Valdivia bajo.
Evidentemente, los parajes de Pedro de Valdivia alto/bajo no son el único ejemplo de esta situación alarmante. Ya en lugares cercanos como la calle Colón en Puerto Varas o incluso más próximos y tangibles, como es el caso de Lomas de Coihuin (Ghetto social de clase alta), versus Coihuin bajo, llegan a las retinas de nuestro colegio y ciudad.
Esta situación me parece puramente indignante, pues apartar seres humanos a un ghetto a orillas del río Biobío (por ejemplo), con un muro tan descarado como es la línea del tren y una alameda, es una división física que llega a recordar a las castas sociales indias, con el aditivo de ser en un lugar que se considera a sí mismo “en vías de desarrollo”.
Ciertamente, un hecho como este no deja de sorprender. El que coterráneos sean apartados por su nivel de ingresos o por la calidad educativa recibida, contradice claramente con el festejo de un país libre e independiente. ¿Libre? Me parece triste que cantemos con un vigor imponente el himno patrio en la fecha de conmemoración de la independencia de Chile, de su libertad de la monarquía, pero hemos caído esclavos de un tirano tanto o más abusivo: la competencia neoliberal.
¿Cómo pudo un sistema tan brutamente implantado en Chile, país que era solidario y esforzado en su trabajo por la satisfacción de hacerlo bien, causar tan gran trauma social que ya tomado el ritmo del siglo XXI nadie en el plano político se refiera a estos asquerosos escenarios en un grito de urgencia? Ciertamente nuestro país recibió un nocivo golpe que llegó hasta la médula de la identidad del chileno.
Necesitamos en Chile de un estímulo, una fuerza que remueva realmente nuestro estado de inercia y de círculo vicioso de la cultura neoliberal. Una cultura del consumo, de individualismo neto en la cual se percibe que si uno no vela únicamente por sus propios intereses no alcanzará la felicidad. Una cultura en la que estamos tan ensimismados que no podemos ver que al otro lado de la línea férrea hay un hombre igual a nosotros, con un hijo igual al nuestro, pero que están sumidos en las sobras oxidadas que deja el sistema como un mero excedente para la “prole”.
El cambio debe partir de todos nosotros, no como individuos, sino como comunidad con una misma identidad: la de empuñar el deber humano de actuar cuando a la justicia no le alcanza el poder por las limitaciones del sistema impuesto y darle la mano a nuestro igual en el día a día. Seamos la fuerza que saca las sobras oxidadas y que nos levanta como país libre.
Comentarios
08 de septiembre
Es el Chile neoliberal quien ha logrado dividirnos socialmente de tal forma que acabamos por ser uno de los países más desiguales del mundo, para vergüenza de todos los que creemos en la dignidad del esfuerzo y del trabajo propio y ajeno, en la solidaridad, en el compromiso político y en otra serie de valores que nos desafían a construir una sociedad más justa, equilibrada e igualitaria, es decir, donde todos seamos beneficiarios del crecimiento y no solo una élite que hace más de cuatro décadas nos somete a su entero antojo y capricho.
En estas circunstancias, los trabajadores no debemos esperar nuestra emancipación renunciando a la lucha de clases sino del desarrollo y profundización de la misma, aumentando su amplitud, la conciencia de los sectores populares, nuestra organización y mejorando la eficiencia de las medidas y decisiones estratégicas que nos urge aplicar. Así, la mayor tarea es la organización política de nuestro movimiento social que deberá tener la fuerza suficiente para terminar con los dogmas, parámetros y sentencias de esta «democracia» en la medida de lo posible. Será en ese momento que empezaremos a recuperar nuestro derecho a elegir, a ser libres, soberanos e independientes.
+1
08 de septiembre
Matias
Muy bueno el articulo donde describes la triste realidad de nuestro Pais