Los procesos de escándalos que involucran a religiosos de la Iglesia Católica han marcado la última década. En Europa y Estados Unidos la hebra de la madeja ha llevado a revisar denuncias históricas. En Chile esto no ha sucedido presentándose como un fenómeno nuevo sin antecedentes. El caso del colegio San Jacinto, del que escribo, y el rastro dejado por Alfredo Gómez Morel en su novela El Río indican lo contrario
Eran las 12 horas del lunes 26 de diciembre de 1904. Ese día, a esa hora, en el Colegio San Jacinto -ubicado la Calle de Las Rosas número 1142- había un niño. Tenía ocho años y era el más destacado de su curso. El favorito de su profesor. El resto de los escolares ya había iniciado sus vacaciones así que es probable que fuera el único alumno que permanecía en el edificio. A las 13 horas el niño partió rumbo a su casa. Una vez en casa habló con su padre, un ex parlamentario del Partido Conservador.
Después de escucharlo el padre del niño cayó enfermo.
La iglesia a la defensiva
En 1904 la Revista Católica de Chile reprodujo trozos de un edicto de una autoridad educativa francesa. El edicto contenía, entre otras, dos ideas que debían servir de alerta a los fieles chilenos sobre las intenciones y consecuencias de la escuela pública: “El fin de la escuela laica no es enseñar a leer, escribir y contar; nada de eso: es una máquina de guerra contra el catolicismo” y “La escuela laica tiene por objeto formar librepensadores”.
Encabezada por el arzobispo Mariano Casanova la institución enfrentaba al secularismo militante que seguía los ecos del anticlericalismo europeo. Lo hacía a través de sus medios –Revista Católica, Diario Ilustrado, diario El Porvenir– y de la ampliación de su cobertura educativa con la creación de la Universidad Católica y la fundación de una Escuela Normal de Preceptores a cargo de la congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Esta congregación de origen francés mantenía, entre otros muchos establecimientos, el colegio San Jacinto en la Calle de las Rosas.
La clausura del Congreso Eucarístico le correspondió al arzobispo Mariano Casanova. Su discurso fue claro:
“La educación moral de los establecimientos públicos está pervertida. Los padres católicos ven con inmenso dolor que sus hijos pierden la fe en esas aulas. Es deber de todos exigir a los que nos gobiernan el que los colegios costeados con el dinero de todos, no se conviertan en cátedras de impiedad y reducto de sectarismo”.
Los liberales y la prensa radical, adversarios del clero, acusaron recibo. Y esperaron.
Un padre enfermo
Hasta bien entrado el siglo XX, la vida social de los diarios de Santiago daba cuenta de un mundo pequeño y cerrado: las cartas al director se firmaban con la dirección del remitente. Allí se anunciaban viajes familiares, resfríos ilustres, torceduras y comidas de buen tono. Muertes y nacimientos. En su edición del viernes 30 de diciembre de 1904, la sección de vida social del diario Las Últimas Noticias informaba, por ejemplo:
“Se encuentra enfermo el señor don Juan de Dios Correa Sanfuentes”
Pero esta nota de vida social, que parecía una trivialidad, era la punta de una madeja de algo peor.
La enfermedad que le había amargado el fin de año al señor Correa -quien había sido diputado además de integrante de la Comisión de Negocios Eclesiásticos- tenía una causa que días después se daría a conocer: uno de sus hijos había sido abusado por un religioso del colegio en el que estudiaba. El incidente se había producido el lunes siguiente a la Navidad de 1904. Un hermano mayor del niño fue a encarar al responsable y a las autoridades del colegio. La escena en la que el joven enfrenta al abusador fue reproducida por le prensa:
“Señor perdóneme no pude resistir un impulso superior a mis fuerzas…-fue la respuesta del religioso."
Y cayendo de rodillas agregó:
"Ha sido una infamia….lo comprendo….pero estoy arrepentido….aquí muchos han hecho lo mismo…a cualquiera puede ocurrirle igual cosa…”
El hermano de la víctima golpeó al agresor con un bastón hasta rompérselo en la espalda.
El domingo 1 de enero los pormenores del abuso fueron publicados por el diario radical La Ley. Los detalles del primer informe y los que le siguieron indican que el propio hermano de la víctima se encargó de hacer público lo sucedido. Ni en ese diario ni en la prensa católica hubo desmentido de la familia del señor Correa Sanfuentes.
En menos de dos días el autor de los abusos salía del país. Se desataba entonces el primer escándalo de abuso sexual en Chile, un incidente que escaló hasta el parlamento, le costó el puesto a un ministro y tensionó las relaciones entre la Iglesia y el Estado. La noticia agitó a la pequeña y provinciana sociedad santiaguina para luego ser prácticamente olvidada. En la segunda mitad del siglo sólo una menciones al pasar en Cincuenta años de Historia Política de Leopoldo Castedo y en el segundo volumen de la Historia de Chile de Gonzalo Vial. El trabajo más detallado sobre el tema no se publicaría sino hasta 1983 en la Revista Historia de la U. Católica. Bajo el título “La cuestión del colegio San Jacinto” Hugo Ramírez, el autor de aquel artículo, recopiló los antecedentes concentrándose en las repercusiones políticas que tuvo el escándalo. Un siglo después la arquitectura de los hechos acontecidos en el verano de 1905 resulta ligeramente familiar.
Los hechos
El título de la nota principal de la edición del 1 de enero de 1905 del diario La Ley era la respuesta a las acusaciones del arzobispo Casanova contra la educación laica hecha meses antes en el Primer Congreso Eucarístico: “La moral católica en los colegios congregacionistas: Un infame suceso”
En seguida comenzaba la relación de los hechos:
"En la calle de las Rosas, entre Bandera y Morandé está ubicado un grande establecimiento de educación, fundado por la congregación de los Hermanos de las escuelas cristianas
Es el colegio San Jacinto, en donde reciben educación numerosos niños de familias distinguidas y pudientes. En uno de los cursos elementales de este establecimiento, estudiaba clases de preparatoria el niño Andrés Correa Ariztía de ocho años de edad e hijo de don Juan de Dios Correa Sanfuentes.
El niño Correa Ariztía fue desde el primer momento, objeto de las mayores y más solícitas atenciones de parte de su profesor el hermano Santiago Herreros Cerda.
Transcurrió el año de estudio y llegada la época de exámenes de premios y distinciones el hermano Santiago no quiso desperdiciar esta propicia oportunidad para singularizarse una vez más con su querido discípulo; y fueron para el niño Correa las mejores votaciones en los exámenes de su curso.
Los certificados de estos premios los retiró el hermano Herreros de poder del niño, y a la 1 de la tarde del lunes último lo hizo ir a su dormitorio para hacerle entrega de esos documentos.
Permítasenos cubrir con el velo del silencio a que nos obliga el respeto que nos merecen los lectores de estos sucesos la escena que siguió”.
Al día siguiente el ministro de Instrucción Guillermo Rivera Cotapos -anticlerical y masón- instruyó la tramitación de una denuncia ante el juzgado del crimen. Un día después el Arzobispo Casanova anunció a través de El Chileno (diario popular confesional) su disposición a ordenar la clausura del colegio una vez que se constatara la veracidad de la denuncia. El Hermano Junien, director del colegio San Jacinto, no entregó al agresor a la justicia. “Herreros me pidió que le permitiera dirigirse por algunos días de Colina, a un fundo que ahí poseemos a fin de pensar allí el camino que le sería más conveniente adoptar. Díle la autorización del caso y allá se dirigió”. Esa fue la última vez que se vio al hermano Santiago. Según una carta enviada a su madre, después de pasar por Colina escapó a Mendoza.
Transcurrieron cinco días desde que la denuncia se hizo pública hasta que el Juzgado del Crimen informara al Gobierno y al arzobispado los resultados de la diligencia. Según indica Hugo Ramírez en su artículo de la revista Historia de 1983 el oficio decía: “las investigaciones practicadas hasta hoy han autorizado el enjuiciamiento criminal de varios profesores del Colegio”. El ministro de instrucción decidió actuar y haciendo uso de sus facultades ordenó a través de un Decreto Supremo la clausura de todos los establecimientos de la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Más de catorce colegios y cerca de dos mil niños. Rápidamente se pasó de un incidente criminal a una lucha de instituciones. Los diarios católicos que durante una semana apenas habían intervenido comenzaron a sacar la voz. El clero envió una nota de reclamo al gobierno que tuvo como respuesta otra nota del ministro en el que le dio a entender que no tenían derecho a criticar las decisiones del gobierno. Hubo incluso quienes amenazaron por excomulgar al ministro. El diario El Porvenir directamente acusó al Presidente Germán Riesco de haberse dejado “manejar por los impíos”. Algunas familias y apoderados del colegio San Jacinto se acercaron a la dirección para demostrarle su apoyo al rector.
Tres fugados, un amonestado y un muerto
El diario El Porvenir tituló el Martes 10 de enero “Un decreto que es un atentado”. El periódico católico sostenía: “Nosotros no queremos impunidad del culpable; pero es injusto y es inocuo hacer recaer sobre los inocentes la falta de un malvado. ¿Acaso no se sabe que en cualquiera parte puede esconderse la maldad?¿Tal vez se ignora que sobre la mesa del Ministro de Instrucción Pública duermen graves denuncios sobre la moralidad de muchos liceos y escuelas?”.
En la semana siguiente al decreto se habló de pudor, de honra, deshonra, moralidad, maldad, fe, piedad, impiedad, ignominia y reputación. La Ley respondió con nuevas denuncias en distintos colegios. La más escalofriante fue la de un fraile de apellido Capurro que luego de ser expulsado de un colegio, fundó otro para niños pobres. El Chileno deslizó una denuncia en un liceo público y La Ley respondió publicando una carta de un ex apoderado del San Jacinto -Salvador Cuneo- que aseguraba haber retirado a sus hijos hacía seis meses “por denuncias que ellos me hicieron de ciertos actos inmorales que en él se practicaban”. Nunca se escribió la palabra sexo, tampoco se supo del destino de los abusados.
El vértigo de las primeras semanas de investigación terminó abruptamente cuando el juez a cargo del caso pidió licencia. Fue reemplazado por el Juez Bianchi quién cerró la investigación el 18 de enero. Las posiciones dentro del gobierno se fueron extremando en lo relativo al decreto que clausuraba los establecimientos de la Congregación cuestionada. El primer signo de una crisis fue la renuncia de Guillermo Rivera -apodado “audaz parvenu (advenedizo)” por el diario El Porvenir– como Ministro de Justicia e Instrucción, lo que a la larga redundó en una crisis de gabinete.
El tribunal dictó sentencia el 8 de marzo. Tres religiosos fueron condenados. Santiago Herreros Cerda a 54 años de presidio por tres violaciones y nueve abusos deshonestos contra alumnos del colegio. Otros dos hermanos de la Congregación fueron condenados a penas de tres y cinco años de prisión. Ninguno de ellos escuchó su sentencia ni cumplió su condena. Habían salido de Chile. El director del Colegio sufrió una amonestación y una recomendación del tribunal que lo exhortaba a estar más atento a las conductas impropias de sus profesores. Pronto comenzaron nuevamente las clases. Juan de Dios Correa, padre del niño cuya acusación desató los acontecimientos, murió el 25 de noviembre de 1905
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