Pese a que existen nobles iniciativas de reforma, con altruistas intenciones, pecan por su insuficiencia y candidez. Así como Creative Commons no es la panacea, iniciativas como la eliminación del IVA a los libros resultarán estériles en la medida que no revolucionen el paradigma, es decir, que resignifiquen el fenómeno y comprendan que los intermediarios o comerciantes de obras son sólo actores de reparto, pues los verdaderos protagonistas de esta historia son los creadores y nosotros, su audiencia.
Hace algunos meses tuve la oportunidad de exponer en el Seminario internacional sobre Propiedad intelectual y acceso al conocimiento, organizado en conjunto por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Federal Santa Catarina de Brasil. No era el ponente principal -ni mucho menos, tampoco-, mas la dicha de estar ahí fue inmensa. Comprobar que dentro del anquilosado esquema de la propiedad intelectual existe “disidencia” sustentada por reconocidos expertos como Carlos Correa, el chileno LuisVillarroel o ChristopheGeiger es, sin duda, alentador. Precisamente este último planteó en su conferencia la que debiera ser la ratio de todo sistema de derecho de autor:
1. El derecho de autor debe ser para los AUTORES y no para los comerciantes de las obras.
2. El derecho de autor debe promover el acceso al conocimiento y no dificultarlo, como actualmente ocurre.
Claramente, no es posible educarse sin acceso al conocimiento. El derecho de autor es un obstáculo para el acceso al conocimiento, por lo que el derecho de autor es un obstáculo a la educación. Y pese a que existen nobles iniciativas de reforma, con altruistas intenciones, pecan por su insuficiencia y candidez. Así como Creative Commons no es la panacea, iniciativas como la eliminación del IVA a los libros resultarán estériles en la medida que no revolucionen el paradigma, es decir, que resignifiquen el fenómeno y comprendan que los intermediarios o comerciantes de obras son sólo actores de reparto, pues los verdaderos protagonistas de esta historia son los creadores y nosotros, su audiencia.
La música, los libros, el cine, la pintura además de entretener, educan. Lamentablemente, la estructura actual del sistema sólo permite entretenerse y educarse a aquellos que puedan pagar el alto precio de las obras, algo así como los segmentos A, B y C1. El resto, en cambio, para entretenerse, educarse, informarse y participar del quehacer social contingente, debe barajar las siguientes alternativas:
a) Ahorrar o recurrir al endeudamiento financiero para pagar por las respectivas obras de entretención y educación.
b) Si no pueden costear las obras originales, habrán de considerar los sucedáneos o imitaciones de las mismas.
c) Si tampoco les alcanza para pagar las imitaciones, pueden arriesgarse y consumir obras falsificadas o pirateadas.
d) Ahora, si no quieren piratear las obras, deberán resignarse y esperar casi 100 años para que éstas pasen al dominio público y así disfrutarlas de manera gratuita.
En un país, donde la clase política considera que es posible vivir dignamente con el actual sueldo mínimo no es sensato pensar que una familia pueda ahorrar para pagar por el acceso al conocimiento. Y si bien nuestra ley 17.336 reconoce limitaciones y excepciones, permitiendo usos libres y gratuitos de las obras protegidas, resulta una quimera desde que las bibliotecas y las fotocopias sólo son permitidas en el marco de una educación formal, no quedando más opción que endeudarse -matricula y arancel- para poder acceder al conocimiento que venden los colegios y las universidades.
No es justo que en Chile se nos margine a vivir en la periferia intelectual, sin más opciones que piratear o consumir la mierda de programación que ofrecen las radios y la televisión abierta. A propósito del Día mundial de la propiedad intelectual, urge reflexionar sobre el mezquino rol que ésta cumple en la estimulación de la investigación científica y tecnológica como, asimismo, en la creación artística y la protección e incremento del patrimonio cultural de nuestra Nación. Sólo una legislación que promueva la masiva inclusión en el quehacer social y cultural ayudará a forjar una ciudadanía crítica y consciente de su historia, multiplicando la interacción dialéctica para, en definitiva, generar más conocimiento y -he aquí lo maravilloso- un conocimiento con pertinencia, un acervo cultural propio: el nuevo conocimiento chileno.
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Foto: Kristina Alexanderson / Licencia CC
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